La duquesa del pueblo
Hay ma?anas en las que todos los peri¨®dicos se parecen. Los carcas, los amarillistas, los beatos y los socialdem¨®cratas. Todos ellos, tan habituados a discrepar en titulares y fotos de portada, en ocasiones se dan la mano en el empe?o de se?alar lo que ha sido una fecha hist¨®rica. Son ma?anas felices esas en las que los directores de uno y otro signo, de su padre y de su madre, escorados a la izquierda, al centro o a la derecha, se ponen de acuerdo en que hay un acontecimiento que sobresale por encima de todos los dem¨¢s. Todos los peri¨®dicos parec¨ªan iguales la ma?ana siguiente al asesinato de Kennedy, al de Martin Luther King, a la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, al atentado de las Torres Gemelas, al de los trenes de Atocha, la liberaci¨®n de Ortega Lara, la muerte de Franco, el golpe de Tejero, la llegada a la Luna, el terremoto en Jap¨®n, el triunfo de Obama, la invasi¨®n de Irak, el ahorcamiento de Sadam Husein, el tr¨ªo de las Azores, la ministra embarazada pasando revista a las tropas, el No a la guerra, la acampada de los indignados, la huelga de profesores, y, por supuesto, la ma?ana de este jueves pasado, en la que los peri¨®dicos, salt¨¢ndose barreras ideol¨®gicas y est¨²pidos orgullos locales, se pusieron de acuerdo para ofrecer a sus lectores el indescriptible baile de la duquesa de Alba despu¨¦s de un s¨ª quiero que se pronunci¨®, como dicen las revistas del ramo, en la m¨¢s estricta intimidad.
El enlace har¨¢ so?ar a muchas ancianas con un Alfonso que las quiera por lo que son, no por lo que tienen
Seamos precisos: no todas las fotos de portada fueron iguales. En honor a la verdad, tenemos que distinguir entre las im¨¢genes en las que aparece la duquesa bailando con manoletinas y aquellas otras en las que, rompiendo con las reglas del estricto protocolo, se las quita y deja a la vista dos entra?ables tiritas en los dedos del pie que vienen a simbolizar, seg¨²n he le¨ªdo, el esp¨ªritu libre de esta duquesa del pueblo. No hablo por hablar (o desde la ignorancia), hablo por boca de los expertos. Les he le¨ªdo que entre los m¨¦ritos de la duquesa est¨¢ el de acumular m¨¢s t¨ªtulos nobiliarios que nadie, ?toma ya!; que la Reina se tendr¨ªa que inclinar ante ella, ?eso es mucho!; que podr¨ªa bailar rumbas (con o sin manoletinas) por toda Espa?a sin tener que pisar un solo metro de tierra que no fuera suyo, ?hala!; que tiene palacios por un tubo y obras de arte como para parar un tren, ?qu¨¦ fuerte!; que posee una colecci¨®n de joyones que supera a la de la reina de Inglaterra, pero que a ella le pierden a la par que la humanizan las baratijas de mercadillo, ?viva la campechan¨ªa! He le¨ªdo que Sevilla la adora, que ella adora a Sevilla, y a los toreros y a los gitanos, porque tiene alma de z¨ªngara; he o¨ªdo con estas orejas que se han de comer la tierra los gritos de la muchedumbre enfervorecida grit¨¢ndole ?guapa, guapa! Esa masa entusiasta que en las ¨¦pocas feudales se llamaba el populacho. He le¨ªdo que el pueblo se identifica con ella porque es un esp¨ªritu libre que desde jovencita hizo de su capa un sayo. Y he le¨ªdo (tambi¨¦n) entre l¨ªneas. Y hasta he escuchado a la bella presentadora de Coraz¨®n, coraz¨®n decir que el novio se qued¨® perplejo cuando vio a la novia en la puerta de la iglesia. Perplejo. Yo creo que o el redactor es un cachondo o en el momento de escribir el adjetivo le llam¨® su novia por tel¨¦fono. De cualquier manera, soy humana y me resulta imposible no dejarme arrastrar por la perplejidad del novio, si me permiten los de Coraz¨®n, coraz¨®n hacer uso del t¨¦rmino. Da la impresi¨®n de que do?a Cayetana ha sentado un precedente hist¨®rico, que a partir de este momento todas esas ancianas que tenemos postradas en sillas de ruedas, que no reciben la debida atenci¨®n de sus hijos y languidecen dando pase¨ªtos escoltadas por unas Carmen Tello de origen latinoamericano, van a levantarse y a decir ?basta! Y el d¨ªa del espectador estar¨¢n mirando en la cola de un cine a que se les aparezca un Alfonso treinta a?os menor que ellas, que les pida una cita y las haga re¨ªr y las quiera por lo que son y no por lo que representan ni por lo que tienen. Bueno, esto ¨²ltimo no constituye un problema, porque las abuelas viudas de Espa?a, b¨¢sicamente, ni tienen ni representan nada.
He le¨ªdo que entre sus m¨¦ritos est¨¢ el de poder bailar por toda Espa?a sin pisar un metro que no sea suyo
Pero al igual que cada vez que una joven princesa se casa inocula en el coraz¨®n de muchas muchachas humildes el deseo de una boda aristocr¨¢tica, qui¨¦n no nos dice que el enlace de la duquesa no habr¨¢ servido para que en la mente de las ancianas se vuelva a abrir una puerta que hac¨ªa treinta a?os que permanec¨ªa cerrada a cal y canto. S¨¦ que algunos varones (amigos m¨ªos), en estos d¨ªas que podr¨ªamos definir como m¨¢gicos, les han preguntado a sus madres con cierta aprensi¨®n si no han acariciado la idea, a ra¨ªz de este significativo ejemplo, de liarse la manta a la cabeza y meter a un hombre en casa para cerrar con un buen redoble de tambor el tercer acto de su vida.
Las madres (las de estos amigos m¨ªos de los que hablo) les han contestado a sus hijos con total honestidad: qu¨¦ asco, hijo m¨ªo, meter a un t¨ªo en casa. Podr¨ªa parecer esta afirmaci¨®n un poco ordinaria en boca de una madre, pero no les falta raz¨®n: ellas querr¨ªan un Alfonso, no un desecho de tienta. Un Alfonso como el de la duquesa, que las quisiera por lo que son y no por lo que tienen o representan. Como el de la duquesa.
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