Dos mujeres
La mayor¨ªa de escritores de mi generaci¨®n tuvimos una devoci¨®n en com¨²n: los diccionarios. Seguramente no tanto como Borges, pero la tuvimos, la cultivamos y muchos la conservamos. Es m¨¢s, muchos de quienes la conservamos no nos hemos habituado a la consulta del diccionario en versi¨®n Internet. Aparte de h¨¢bitos generacionales, la consulta del diccionario es placentera con el libraco en las manos y con la posibilidad de ir de un t¨¦rmino a otro sin tener que teclear y esperar. Como dijo, creo, Javier Mar¨ªas en una ocasi¨®n, el defecto de Internet es que es m¨¢s lento. En muchos aspectos -y la consulta del diccionario es uno de ellos- Mar¨ªas tiene raz¨®n.
Mi primer diccionario serio, ya fuera de los impuestos por los profesores de bachillerato, fue el Mar¨ªa Moliner. Fue mi primer diccionario de aprendiz de escritora. Despu¨¦s vino el de la Real Academia, pero el de mi aprendizaje de escritora, que es el oficio que sigo ejerciendo, fue el de do?a Mar¨ªa Moliner, que contin¨²o utilizando adem¨¢s de otros. Por aquel entonces, nada sab¨ªa de su autora. Fue m¨¢s tarde cuando fui sabiendo de su vida sacrificada en su af¨¢n por realizar, sola, una obra tit¨¢nica que apenas nadie en la ¨¦poca -ni mucho despu¨¦s- le reconoci¨®. Una biograf¨ªa de esta mujer genial recientemente publicada (El exilio interior, de Inmaculada de la Fuente, Editorial Turner Noema) da cuenta de la lucha de esta aragonesa tenaz por llevar a cabo su obra, en la que pon¨ªa en tela de juicio el diccionario de la RAE, cosa que nunca se le perdon¨® y que le impidi¨® ocupar un sill¨®n en la Academia. La marginaci¨®n a que fue condenada fue tan tenaz como ella, hasta el extremo de que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, en un bell¨ªsimo art¨ªculo que le dedic¨® en 1981, escribi¨®: "Hace tres semanas, de paso por Madrid, quise visitar a Mar¨ªa Moliner. Encontrarla no fue tan f¨¢cil como yo supon¨ªa; algunas personas que deb¨ªan saberlo ignoraban qui¨¦n era (el subrayado es m¨ªo), y no falt¨® quien la confundiera con una c¨¦lebre estrella de cine. Por fin logr¨¦ un contacto con su hijo menor, que es ingeniero industrial en Barcelona, y ¨¦l me hizo saber que no era posible visitar a su madre por sus quebrantos de salud. Pens¨¦ que era una crisis moment¨¢nea y que tal vez pudiera verla en un viaje futuro a Madrid. Pero la semana pasada, cuando ya me encontraba en Bogot¨¢, me llamaron por tel¨¦fono para darme la mala noticia de que Mar¨ªa Moliner hab¨ªa muerto. Yo me sent¨ª como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo hab¨ªa trabajado para m¨ª durante muchos a?os. Mar¨ªa Moliner -para decirlo del modo m¨¢s corto- hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribi¨® sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario m¨¢s completo, m¨¢s ¨²til, m¨¢s acucioso y m¨¢s divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario del uso del espa?ol, tiene dos tomos de casi 3.000 p¨¢ginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, m¨¢s de dos veces m¨¢s largo que el de la Real Academia de la lengua, y -a mi juicio- m¨¢s de dos veces superior. Mar¨ªa Moliner lo escribi¨® en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le preguntaron hace poco cu¨¢ntos hermanos ten¨ªa, contest¨®: 'Dos varones, una hembra y el diccionario".
Mi primer diccionario de aprendiz de escritora fue el de Mar¨ªa Moliner Lo escribi¨® en las horas libres que le dejaba su empleo de bibliotecaria
Perdonar¨¢ el lector (o agradecer¨¢) la larga cita de Garc¨ªa M¨¢rquez, pero mejor sus palabras que las m¨ªas para referirnos a la haza?a de do?a Mar¨ªa, cuya personalidad me dibuj¨® har¨¢ unos 20 a?os otra mujer, excepcional como ella pero, como ver¨¢n, muy diferente, que me honr¨® a m¨ª y a mi familia hace a?os en los veranos de Calafell, en torno a Carlos Barral. Se llama Mar¨ªa Jes¨²s Alc¨¢ntara, salmantina, de madre catalana, licenciada en su juventud en estudios hel¨¦nicos (cuando la conoc¨ª contaba ya 70 a?os), casada con C¨¦sar Pontvianne, industrial, fundador del m¨ªtico Cambio 16 de los a?os de lucha, y de izquierdas hasta que, tras ayudar al Partido Comunista durante a?os econ¨®micamente y con implicaciones entonces peligrosas como idas y vueltas a Francia con propaganda, hubo lugar la ola de deserciones y, sobre todo, de traiciones en el seno del partido que dejaron l¨®gica mella en el ¨¢nimo de un hombre idealista y cabal. Don C¨¦sar y Mar¨ªa Jes¨²s Alc¨¢ntara formaban una pareja inolvidable: ¨¦l, formado en la Escuela Libre de Ense?anza, era fervoroso adicto al raciocinio, al orden, a la puntualidad y a la conversaci¨®n organizada. Era due?o y dirig¨ªa una f¨¢brica, en Salamanca, pegada a la vivienda familiar, una casa construida por un hijo de do?a Mar¨ªa Moliner, y de ah¨ª surgi¨® mi conocimiento de la amistad de la pareja salmantina con la lexic¨®grafa. Mar¨ªa Jes¨²s era de temperamento anarquizante y libertario tanto en el terreno del pensamiento como en el del hogar. Contaba que, aunque don C¨¦sar hubiera organizado en casa un almuerzo con colaboradores y clientes extranjeros llegados a la f¨¢brica con fines laborales, all¨ª ten¨ªan que esperarla hasta pasadas las tres porque ella sal¨ªa de casa de media ma?ana, se pasaba por los bares cercanos a la universidad para hacer el aperitivo con antiguos compa?eros de estudios, entonces ya catedr¨¢ticos, y pasadas las dos, cuando ya cerraban el mercado, se pasaba por las tiendas donde hab¨ªa encargado los manjares del almuerzo, donde el dependiente de turno la esperaba con las viandas.
Gran cocinera, llegaba a casa para preparar los alimentos mientras los comensales esperaban sentados a la mesa desde hac¨ªa un par de horas. ?C¨®mo soportaba don C¨¦sar el retraso? Con sentido del humor. Creo que fue la clave de aquella largu¨ªsima uni¨®n entre dos personas de car¨¢cter tan dispares. La amistad entre el matrimonio Pontvianne y Mar¨ªa Moliner surgi¨®, creo, cuando el marido de do?a Mar¨ªa, Fernando Ram¨®n Ferrando, f¨ªsico, fue rehabilitado de su cargo de catedr¨¢tico universitario, del que fue expoliado tras la Guerra Civil. Se lo devolvieron en 1946, traslad¨¢ndolo a Salamanca, quedando su mujer en Madrid, en la direcci¨®n de la biblioteca de la Escuela T¨¦cnica Superior de Ingenieros Industriales, donde se jubil¨® en 1970. Fue un hijo de ambos, arquitecto, quien, como he dicho, construy¨® la casa de don C¨¦sar y Mar¨ªa Jes¨²s, que ellos mostraban con un orgullo inmenso, "estilo brutalista", dec¨ªan, "se adelant¨® a su ¨¦poca". Y era cierto. En aquella pareja tan dispar como entra?able, mientras don C¨¦sar hablaba de los esfuerzos tit¨¢nicos de Mar¨ªa Moliner en su trabajo, Mar¨ªa Jes¨²s miraba el infinito con el ce?o fruncido. Y, tras unos minutos, sentenciaba: "Una mujer muy inteligente, mucho, pero demasiado trabajadora". Y a?ad¨ªa: "Adem¨¢s no se dejaba peinar". Y antes la mirada at¨®nita de quienes la escuch¨¢bamos: "S¨ª, no se dejaba peinar. Yo le dec¨ªa: 'Pero mujer, Mar¨ªa, con lo guapa que eres, ?por qu¨¦ te afeas con esos pelos? D¨¦jame que te quite ese mo?o y te peine'. ?Nunca, nunca me lo permiti¨®! Demasiado trabajadora". Un detalle anecd¨®tico para comprender a mi a?orada Mar¨ªa Jes¨²s Alc¨¢ntara. Cada final de verano, en la playa, dejaba perder la mirada en el horizonte, en silencio, nos daba una palmadita en la mano, ella, poco dada a los aspavientos sentimentales, como buena castellana vieja, y nos dec¨ªa: "Hijas, qu¨¦ pena me dais, dentro de unos d¨ªas tendr¨¦is que volver al trabajo. Qu¨¦ l¨¢stima. Yo, trabajar no, nunca, y os lo confieso, a m¨ª el griego me chiflaba, pero trabajar, trabajar no, nunca, pude quedarme en la Universidad, pero no, trabajar no". Mar¨ªa Jes¨²s segu¨ªa leyendo a Homero en griego, y escuch¨¦ sus discusiones y comentarios sobre otros autores helenos con Barral y con el profesor Cantero, quienes, despu¨¦s, en su ausencia, comentaban la preparaci¨®n de aquella mujer cuyo talento se hab¨ªa perdido para la ense?anza y los estudios especializados. Pero... ya lo dec¨ªa ella: trabajar no, "qu¨¦ pena me dais". Era la otra cara de Mar¨ªa Moliner. "?A qui¨¦n se le ocurre? El marido y los hijos en Salamanca y ella en Madrid atada a una sillita, en una mesita camilla, inundada de fichas escritas a mano. Nadie le agradecer¨¢ nunca lo que hizo. Una persona excelente, ?eh! Y nunca dej¨® de la mano al marido ni a sus hijos. Pero ?aquellos pelos!". Disparidad total, pero una amistad verdadera. Se quer¨ªan. Toda una lecci¨®n. Que vale este peque?o y humilde homenaje.
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