"Sin Gadafi podemos vivir tranquilos"
Libia celebra la muerte del dictador y lucha por salir del caos tras ocho meses de guerra - El nuevo Gobierno declarar¨¢ ma?ana en Bengasi la liberaci¨®n del pa¨ªs
Se ignora el paradero de Saif el Islam, hijo del dictador Muamar el Gadafi. Pero d¨®nde est¨¦ el que apuntaba a heredero ya no inquieta a los libios, tiranizados durante 42 a?os. La alegr¨ªa por la muerte de Gadafi saltaba a la vista en el primer control de los milicianos sublevados contra el aut¨®crata nada m¨¢s atravesar la frontera desde T¨²nez: siguiendo la tradici¨®n ¨¢rabe, repart¨ªan dulces a los conductores. En la Libia del primer d¨ªa de la era posGadafi se escucha mucho bocinazo y pocos disparos al aire; el omnipresente verde, el color de la revoluci¨®n gadafista que apabull¨® durante cuatro d¨¦cadas, comienza a desaparecer; hasta el tr¨¢fico comienza a ser el propio de cualquier ciudad ¨¢rabe: a menudo un caos. Pero un caos esta vez gozoso. Libia quiere convertirse en un pa¨ªs normal.
El omnipresente color verde del r¨¦gimen desaparece de las calles
La posible huida del heredero, Saif el Islam, no preocupa a los ciudadanos
La declaraci¨®n de liberaci¨®n de Libia, el paso formal que abrir¨¢ la que se pronostica ajetreada transici¨®n pol¨ªtica hacia la democracia, se declara ma?ana en Bengasi. Pero la gran mayor¨ªa de los libios ya se sienten liberados. Los check-points que montan los milicianos del Gobierno interino, ahora con su acreditaci¨®n al cuello, se han reducido considerablemente en las ¨²ltimas semanas. Expulsaron el 23 de agosto al tirano y sus huestes de la capital, pero el triunfo no pod¨ªa ser completo hasta que se pudiera constatar que el exc¨¦ntrico d¨¦spota hab¨ªa sido detenido o pasado a mejor vida.
La muerte era la opci¨®n preferida para Ahmed. "Yo quer¨ªa que lo mataran. Con ¨¦l vivo, no pod¨ªamos dormir tranquilos", asegura este tripolitano cincuent¨®n. Los carteles con el cad¨¢ver de Gadafi que salpican Tr¨ªpoli son la prueba que tantos aguardaban. Muchos nunca creyeron que eso pudiera suceder. Que el balazo lo recibiera en la cabeza o en el est¨®mago nada importa a quienes celebraron la noche del jueves en la plaza de los M¨¢rtires la defunci¨®n del s¨¢trapa.
En Sabrata, Zauara y Zauiya, ciudades costeras entre la frontera tunecina y la capital libia, se ven ya en los cruces de calles y avenidas polic¨ªas uniformados de blanco; en las gasolineras ya no esperan colas de horas o d¨ªas los libios que llenan sus dep¨®sitos a 10 c¨¦ntimos de euro el litro -se llegaron a pagar m¨¢s de tres euros por litro en los peores d¨ªas de la escasez de agosto-, y grupos de ni?as pasean tranquilamente por las aceras sin temor a francotiradores ni a bombardeos. Los comercios, cuyas puertas met¨¢licas eran todas verdes, abren sus puertas como no se ve¨ªa desde hace meses, y un breve recorrido por Tr¨ªpoli muestra que la ciudad ya tiene restaurantes abiertos.
La Universidad pugna por recobrar la normalidad, aunque para ello tengan que cambiar radicalmente el curr¨ªculo de una instituci¨®n en la que se martilleaba, incluso a los qu¨ªmicos o ingenieros, con el Libro Verde del dictador, el escrito en el que planteaba su delirante visi¨®n de la sociedad perfecta. Incluso comienza a funcionar la burocracia. En Ras Ajdir, en el linde entre Libia y T¨²nez, periodistas de varias nacionalidades se han quedado varados. No dispon¨ªan del visado de entrada, un tr¨¢mite absolutamente innecesario semanas atr¨¢s, y no digamos en febrero o marzo, cuando la frontera se cruzaba sin que nadie pidiera el pasaporte.
La pol¨ªtica, a juicio de un par de hombres consultados, vendr¨¢ despu¨¦s. Un desaf¨ªo que no es moco de pavo para un pa¨ªs que ha sufrido una convulsi¨®n excepcional y que afronta divisiones territoriales -Libia no fue unificada hasta la colonizaci¨®n italiana de principios del siglo XX-, ¨¦tnicas y tribales cuyas consecuencias nadie se atreve a precisar. Pero algo es seguro. Aunque Saif el Islam, seguramente el ¨²nico v¨¢stago de Gadafi que sigue en Libia, no ha ca¨ªdo a¨²n, nadie teme ya a este hombre, al que muchos libios llaman "el del dedito", rememorando un discurso amenazador y chulesco que pronunci¨® a comienzos de la revuelta que ha terminado con sus pretensiones. Los cambios pol¨ªticos y las decisiones sobre el reparto de las inmensas riquezas petrol¨ªferas y de gas -que pueden ser fuente de encarnizadas luchas de poder- estar¨¢n a cargo de otros dirigentes. De ellos depender¨¢ que Libia pueda, de verdad, transformarse en un pa¨ªs que olvide los sobresaltos a los que ha estado sometido desde 1969.
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