Pol¨ªtica o caos
En los ¨²ltimos d¨ªas de la pasada semana compitieron en las portadas de los medios tres noticias may¨²sculas. El fin de las actividades violentas de ETA, la muerte de Gadafi y las nuevas medidas europeas contra la crisis financiera. Los medios las trataron por el orden en que yo las he citado. Y sin embargo, los acuerdos que cierren los l¨ªderes europeos estos d¨ªas tendr¨¢n m¨¢s consecuencias en nuestras vidas cotidianas que las dos anteriores. Que los bancos tengan que recapitalizarse m¨¢s, que el dinero privado cargue con una parte de la quita de la deuda griega y que se tomen medidas espec¨ªficas para proteger a Italia y Espa?a no son temas menores. Las dos primeras noticias eran concretas y marcaban hitos hist¨®ricos desde un punto de vista simb¨®lico, aunque el fin de ETA y del r¨¦gimen libio ya se dieran por descontados: ETA no volver¨¢ a matar; Gadafi ha muerto. La tercera se mov¨ªa en el terreno de las imprecisiones, los rumores y la falta de concreci¨®n. Algo, por otra parte, proverbial cuando se trata de Europa. Siendo esto cierto, creo que el inter¨¦s mayor de las dos primeras noticias est¨¢ en que conciernen a la muerte y a la barbarie, con lo cual interpelan directamente a la conciencia moral de los ciudadanos.
El desprestigio de la pol¨ªtica ha sido el complemento ideol¨®gico para el saqueo de la sociedad que pagamos todos
Si la moral tiene que ver con los criterios de las personas a la hora de tomar decisiones, la crisis fue posible porque muchas personas tomaron decisiones que beneficiaban a unos pocos y perjudicaban a una gran mayor¨ªa, con plena conciencia de ello. Se negaron a tomar en serio las consideraciones que les advert¨ªan del desastre venidero. Y los m¨¢s avispados completaron beneficios vendiendo en vigilias del estallido. Pero se ha impuesto una lectura economicista de la crisis, que no reconoce errores personales y que parte del interesado e infamante principio de que todos vivimos por encima de nuestras posibilidades. Culpar a todos para que nadie sea responsable.
El economicismo ha hecho estragos en la configuraci¨®n del horizonte ideol¨®gico contempor¨¢neo. Tanto criticar el principio de determinaci¨®n econ¨®mica en ¨²ltima instancia que divulg¨® el marxismo y ahora resulta que vivimos rodeados de un discurso que nos presenta la crisis como algo inexorable -una astucia de la raz¨®n, dir¨ªan los m¨¢s c¨ªnicos- y se pretende que su salida responda solo a criterios presuntamente t¨¦cnicos, no pol¨ªticos. Como si ya hubi¨¦semos alcanzado la fase final de la historia, en la que, seg¨²n Marx, la pol¨ªtica dejar¨ªa paso a la administraci¨®n de las cosas.
En su libro La torre de la arrogancia, Xose Carlos Arias y Ant¨®n Costas dicen que del ciclo de hegemon¨ªa conservadora que se inicia en la d¨¦cada de 1980 y que culmina con la crisis hay que olvidar para siempre dos principios: el de la plena racionalidad de los mercados y el de la perversi¨®n intr¨ªnseca de la pol¨ªtica. Hay que olvidarlos porque son falsos.
La presunta racionalidad de los mercados es una fuente de error y de ignorancia porque olvida la complejidad de la econom¨ªa humana del deseo y deja de lado los componentes culturales y morales, que tambi¨¦n existen. Por eso es nihilista esta crisis. Hay un doble error en esta idea: creer que los actores econ¨®micos se comportan racionalmente y creer que lo racional es optimizar el m¨¢ximo inter¨¦s en beneficio estrictamente propio. Visitando, en Londres, una exposici¨®n sobre La muerte del posmodernismo, me costaba creer que no nos hubi¨¦ramos dado cuenta antes de que est¨¢bamos envueltos por una cultura de la burbuja, de la apariencia, de la ornamentaci¨®n, de utop¨ªa de fin de la historia, que es perfectamente coherente con la letal ligereza del economicismo reinante.
El desprestigio sistem¨¢tico de la pol¨ªtica ha sido el complemento ideol¨®gico para el saqueo de la sociedad que, ahora s¨ª, pagamos todos. A esta cultura pertenece la grotesca figura de los gestores independientes, como si depender del poder pol¨ªtico fuera un estigma y depender del dinero fuera un m¨¦rito. De la pol¨ªtica a la tecnocracia nos hemos metido en un gran lodazal en el que los l¨ªmites entre poder pol¨ªtico y dinero cada vez son menos claros. Hay que defender la pol¨ªtica para sostener la democracia, porque cuando los pol¨ªticos reportan a los mercados y no a los ciudadanos, algo falla. Por eso lo que se decida en Bruselas es de capital importancia. Por el impacto de las medidas que se tomen sobre nuestro d¨ªa a d¨ªa, pero tambi¨¦n porque es una oportunidad para que la pol¨ªtica empiece a recuperar el mando. Pol¨ªtica democr¨¢tica o caos, esta es la disyuntiva.
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