El cetro de los reyes de la duda
Como una novicia en la org¨ªa. Resulta intimidante estar rodeado de entusiastas y sentirse incapaz de fingir pasi¨®n. Coldplay pertenece a la categor¨ªa de grupos menesterosos que se esfuerzan. Demonios, ?se esfuerzan demasiado! Unas veces quieren ser los nuevos U2, llenar estadios con sus himnos y liderar masas hacia las causas justas. Pero tambi¨¦n parecen quedarles aspiraciones a explorar el tormento y la agon¨ªa de la humanidad, a lo Radiohead o Muse.
Quiz¨¢ sea un caso de "culo veo, culo quiero". No se trata tanto de dar bandazos como del ansia por cubrir todas las opciones, apostar por diferentes n¨²meros y cruzar los dedos. Consultan a Win Butler y fichan al productor que este usa en Arcade Fire, Markus Dravs, bueno para los sonidos monumentales. Terminan en Mylo xyloto con tres (?tres!) productores, sin contar a Brian Eno. Alguien cuyos servicios se pagan en oro, que les suelta sus fil¨ªpicas y a?ade detallitos. Por si acaso queda finalmente muy pretencioso, se alivian colaborando con alguna figura de la urban music: antes fue Jay-Z, ahora es Rihanna.
Exacto: el s¨ªndrome de los nuevos ricos. Puedes imaginarlos pidiendo "lo mejor que se pueda comprar". Hay algo conmovedor en la angustia creativa de Coldplay, en esa sinceridad con la que explicitan sus incertidumbres, su miedo a los plagios.
Tienen habilidad a la hora de mimetizarse y han conseguido aciertos que les sit¨²an en la Primera Divisi¨®n comercial. Nada de lo que deban avergonzarse: siempre hubo grupos que hicieron carreras decentes sin grandes ideas propias, bendecidos por llegar en el momento adecuado con la oferta justa. Excepto que Chris Martin y compa?¨ªa son sensatos brit¨¢nicos y seguramente se atormentan ante el espejito. Les falta el empuje -?esa secci¨®n de ritmo!- para despegar, para entrar en combusti¨®n, para dejar huella.
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