Yo no he sido
Sabiendo que est¨¢ prohibido, un ni?o juega a la pelota en el sal¨®n y rompe un jarr¨®n muy valioso. El padre, que desde su habitaci¨®n oye el estruendo, se acerca presuroso al lugar de los hechos y pregunta a su hijo, que gime rodeado de su culpabilidad (los trozos esparcidos por el suelo): "?Qu¨¦ ha pasado?". Contestaci¨®n: "Yo no he sido". "?Qui¨¦n ha sido, pues?". La letan¨ªa: el hermano, el perro, el viento, ya estaba roto cuando ¨¦l lleg¨® o, incluso, se cay¨® solo. Todos menos ¨¦l. ?Qu¨¦ debe hacer el padre? Educar es introducir de la mano al ni?o en el principio de realidad, donde los actos tienen consecuencias, y aceptar sus excusas infantiles s¨®lo contribuir¨ªa a malcriarlo y a hacerle creer que basta quererlo para que la realidad ceda a los deseos de su voluntad.
El tenor de vida de los espa?oles se ha parecido mucho al del nuevo rico, pero sin su riqueza
En los ¨²ltimos quince a?os el tenor de vida de los espa?oles se ha parecido mucho al del nuevo rico, pero sin su riqueza. El dinero barato y f¨¢cil, junto a un juego perverso de emulaci¨®n inversa -yo en todo igual o m¨¢s que mi amigo, mi vecino, mi cu?ado, mi compa?ero de trabajo-, hizo aflorar nuestro grosero apetito de bienes consumibles, que reclama una satisfacci¨®n inmediata, sin tolerar demora. Y pedimos pr¨¦stamos bancarios, que permiten una r¨¢pida gratificaci¨®n y una devoluci¨®n retardada. Al hacerlo, la ostentaci¨®n nos hac¨ªa parecer m¨¢s ricos a los ojos de los dem¨¢s, pero en la realidad ¨¦ramos m¨¢s pobres porque nuestra deuda crec¨ªa. Aun as¨ª no permitimos que la realidad nos estropeara la fiesta. Compramos una vivienda familiar, m¨¢s un apartamento en la playa; reformamos la cocina; nos encaprichamos de alg¨²n cuadro de pintura contempor¨¢nea; nos aficionamos al buen vino y a los gadgets tecnol¨®gicos; visitamos lejanos pa¨ªses y celebramos a lo grande, sin ahorrar gastos, la boda de nuestra hija. Un amigo me contaba que no hace mucho un sacerdote, durante una homil¨ªa de primera comuni¨®n, hubo de exhortar a los padres que lo escuchaban a que no solicitaran una ampliaci¨®n de hipoteca para financiar el banquete...
Ahora la crisis ha roto el jarr¨®n en mil a?icos y no podemos pagar todas las facturas ni devolver el dinero que un d¨ªa nos adelantaron a condiciones pactadas. ?De qui¨¦n es la culpa? De los pol¨ªticos, de los bancos, de los mercados, de los fondos de inversi¨®n, qu¨¦ s¨¦ yo. En todo caso, yo no he sido. Durante aquellos alegres a?os, pedimos a los alemanes que nos prestaran su ahorro para comprarnos los todoterrenos que fabricaban los alemanes. Hete aqu¨ª que ahora no tenemos dinero para devolver lo prestado. ?Malditos alemanes!
Si alg¨²n d¨ªa escribiera un libro titulado La vulgaridad explicada a mi hijo, empezar¨ªa con un an¨¢lisis del "yo no he sido" y de la tendencia yonohesidista a la autoexoneraci¨®n de responsabilidad, que supone la previa distinci¨®n entre deuda (la m¨ªa) y responsabilidad (la del otro que ha de responder por m¨ª). Esa distinci¨®n existi¨® en el Derecho romano antiguo. Un pater familias ped¨ªa algo en pr¨¦stamo a otro y entregaba como garant¨ªa a su propio hijo. El deudor era ese primer pater, pero la responsabilidad de la deuda reca¨ªa en el reh¨¦n, el verdadero "obligado", llamado as¨ª porque permanec¨ªa materialmente atado o ligado (ob-ligatus) a merced del acreedor quien, si era satisfecho, liberaba al reh¨¦n (solutio), pero en caso contrario, ten¨ªa derecho a matarlo o a venderlo trans Tiberim como esclavo. La importancia de la hist¨®rica Lex Poetelia Papiria (326 antes de Cristo) es doble: por un lado, estableci¨® que mientras los delitos penales pueden ser castigados con sanciones f¨ªsicas o con restricciones a la libertad, de las deudas civiles, en cambio, s¨®lo responde el patrimonio; y segundo y principal, uni¨® para siempre en la misma cabeza las figuras del deudor y del responsable. En ese momento -escribe el gran romanista Bonfante- nace la obligaci¨®n moderna.
La crisis ha disparado s¨²bitamente el ¨ªndice de culpabilidad de los otros. En nuestras conversaciones privadas y en la opini¨®n p¨²blica se repiten las palabras de menosprecio hacia nuestros pol¨ªticos. Son tan gruesas que se dir¨ªa que ¨¦stos merecen ser vendidos como esclavos trans Tiberim. Al llamarlos incompetentes y mediocres y al culpabilizarlos de nuestra frustraci¨®n nos reconciliamos con nosotros mismos y sentimos nuestra superioridad moral. Ahora bien, nada nos autoriza a pensar que los pol¨ªticos sean una raza aparte, una cepa gen¨¦tica nueva tra¨ªda por un meteorito desde Urano: son como los dem¨¢s, vienen de la ciudadan¨ªa y vuelven a ella. No voy a ensayar ahora una desesperada apolog¨ªa de los pol¨ªticos y desde luego muchos banqueros y financieros merecen pasear por la plaza p¨²blica con grandes orejas de burro. Que hay sobrad¨ªsimos motivos de indignaci¨®n, nadie lo duda; que escandaliza ver a tanta gente sufrir injustamente, tampoco. Pero la distinguida ciudadan¨ªa, ?no tiene nada que reprocharse? ?Nada que reflexionar sobre ese tren de vida dispendioso, pr¨®digo, g¨¢rrulo, autocomplaciente, imprudente, antiest¨¦tico exhibido largos a?os? ?Es todo, absolutamente todo, culpa del otro?
El jarr¨®n roto de la crisis est¨¢ promoviendo reformas de las instituciones pol¨ªticas, financieras, educativas. Bienvenidas sean, pues conocemos la inmensa influencia social de un marco institucional y regulatorio favorable. Pero cuando parte de la crisis obedece a la generalizaci¨®n de h¨¢bitos torpes y vulgares que convierten al ciudadano cr¨ªtico en consumidor ¨¢vido -y uno que en lugar de gastar su propio ahorro ganado con esfuerzo y tiempo pide prestado alegremente el de los dem¨¢s-, cabe preguntarse si no estaremos reformando las instituciones para que el ciudadano no tenga que reformarse a s¨ª mismo y, como el ni?o de la pelota, pueda seguir culpando al perro o al viento de sus errores. Si as¨ª fuera, no quedar¨ªa jarr¨®n por romper.
En el Antiguo R¨¦gimen se dec¨ªa "nobleza obliga". Pensando en la burgues¨ªa de los dos ¨²ltimos siglos, un constitucionalista escribi¨®: "La propiedad obliga". Los ciudadanos de las actuales democracias deber¨ªan comprender que tambi¨¦n "la igualdad obliga".
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