Y dale con la gran novela americana
Qui¨¦n se inventa eso tan pomposo y definitivo de "la gran novela americana", "la gran pel¨ªcula americana", "la gran pintura americana", "la gran m¨²sica americana"? ?Qui¨¦n decide que el resto de la intuitiva humanidad, vocacional o estrat¨¦gicamente anhelante de cultura, no puede ni debe seguir viviendo sin haber degustado esos alimentos del alma, el retrato, el pulso, el ritmo, la atm¨®sfera de cosas trascendentes que est¨¢n ocurriendo, a ser posible tenebrosos y profundos retratos de que siempre hemos sido testigos del peor de los tiempos? Imagino que los publicistas, jefes de marketing, estudiosos del mercado cultural, consejeros concienciados o aviesos provenientes la cr¨ªtica son los ejecutores del "esto es lo que hay que leer, esto es lo que hay que ver, esto es lo que hay que escuchar" si eres una persona culta y libre, preocupada por todas las expresiones art¨ªsticas, con el suficiente o¨ªdo, vista y criterio para saber lo que mola, lo que hay que opinar y subrayar, los retratos penetrantes de la ¨¦poca que nos ha tocado vivir o malvivir.
Creo en la electricidad que desprende el primer encuentro y en que esa qu¨ªmica se transformar¨¢ en hoguera
Y me cuentan que seg¨²n c¨¢nones tan acad¨¦micos como negociables es obligatorio devorar para estar al d¨ªa de los culturales tiempos la novela Libertad, firmada por Jonathan Franzen, el ¨²ltimo genio de la literatura norteamericana. Lo hago con la desidia de tomarme como una responsabilidad algo tan voluntario y gozoso como el acto de leer, esperando ser seducido por esos personajes que seg¨²n tantas rese?as prestigiosas son el l¨²cido espejo de una generaci¨®n. Constato con una mezcla de expectaci¨®n y temor que me esperan infinitas p¨¢ginas, algo que se puede hacer muy corto o muy largo, festivo o extenuante, que puede llenarte de pena al constatar que se est¨¢ acabando o que suponga un alivio saber que el final cada vez est¨¢ m¨¢s cerca. Llevo le¨ªdas, o consumidas, pero sin la menor sensaci¨®n de hipnosis, de degustaci¨®n, de asombro, de implicaci¨®n emocional, alrededor de trescientas. Me cuentan los fervorosos de Franzen que todav¨ªa me espera lo mejor, que al final todo adquiere tr¨¢gico sentido. ?Y por qu¨¦ esperar tanto? ?Cu¨¢nto metraje necesita una pel¨ªcula o el desarrollo de un libro para que conectes con sus personajes, para que te preocupe lo que est¨¢ ocurriendo en sus vidas, para que te inquiete su destino?
Y reconozco la dificultad o la aridez inicial de novelas que me parec¨ªan espesas y que me acabaron apasionando, como esa maravilla de Gonzalo Torrente Ballester titulada La saga/fuga de J.B. Pero el enamoramiento progresivo me ha ocurrido escasas veces. Creo en la electricidad que desprende el primer encuentro y en la convicci¨®n de que esa qu¨ªmica se transformar¨¢ en hoguera. Por muchas, esforzadas y nobles intenciones que le eches al asunto no hay forma de encontrar la plenitud si el primer encuentro con esas p¨¢ginas ha sido tibio. Franzen comienza Libertad certificando el fracaso cuando llega el oto?o vital de un matrimonio presuntamente ejemplar, cultivados y ecologistas, siempre concienciados ante los problemas del mundo, pioneros al construir una admirada casa y un mod¨¦lico estado de vida en un barrio que parec¨ªa insalvable cuando ellos se empe?aron en formar all¨ª su nido progresista y el de sus saludables cr¨ªos, criaturas educadas en un ambiente sensible y selecto, con s¨®lidas razones para convertirse en equilibrados adultos.
Franzen retrocede en el tiempo para contarnos con iron¨ªa, realismo, datos y comprensi¨®n el origen de las actuales grietas, las crisis de juventud, los fantasmas, los reprimidos deseos, las heridas ¨ªntimas, las ra¨ªces familiares, la facilidad de ambos para establecer amistades conflictivas, de esa pareja que crey¨® haber encontrado en el otro la definitiva tabla de salvaci¨®n, el refugio de las tempestades an¨ªmicas, la armon¨ªa existencial, un presente razonadamente feliz y un futuro sin excesivas nubes.
Y asisto hasta el momento a la hiriente autobiograf¨ªa de Patty, esa atleta de rica y democr¨¢tica familia, su muy enamorado marido Walter, h¨¦roe cotidiano en su trabajada, optimista y positiva relaci¨®n con todo lo que le rodea, y el rockero Richard Katz, especializado en la seducci¨®n y el r¨¢pido abandono de las hembras m¨¢s variadas, con la sensaci¨®n de que me da igual lo que han sido estos personajes y en lo que se han convertido, sin el menor inter¨¦s hacia los enigmas ¨ªntimos de personalidades que los dem¨¢s consideraban lineales, pero que su autor considera muy complejas y llenas de matices si te propones escarbar en su torturado fondo. Seguir sus pasos hasta el momento no supone un tormento (aunque como los personajes son, o intentan parecer algo distinto de lo que son, y hablan como hablan hay di¨¢logos que te inspiran pereza), te enteras de sus ¨ªntimas vivencias con la misma facilidad que las olvidas, nada te provoca en esa prosa pretendidamente mordaz andar subrayando frases o momentos que te fascinen, ninguna identificaci¨®n emocional. Hasta el momento, aclaro. Pero si el resto me enganchara, dudar¨ªa de que lo hubiera escrito el mismo autor, ese autor definitivo (aseguran los ilustrados) de la "Gran Novela Americana".
Conviene ir con higi¨¦nico recelo ante los dict¨¢menes maximalistas sobre la gran novela de la temporada, o de la d¨¦cada, o del siglo. Todav¨ªa recuerdo el tedio que me caus¨®, exceptuando su c¨ªnico y brillante pr¨®logo, la que hab¨ªa sido condecorada con el Premio Goncourt como la novela definitiva sobre el Holocausto. O sea, aquella inclemente, repetitiva, insoportable Las Ben¨¦volas que firmaba Jonathan Littell. Pero ten¨ªan raz¨®n los que citaban la verdaderamente escalofriante y cl¨¢sica en el sentido m¨¢s noble Vida y destino de Vasili Grossman, como la gran novela rusa sobre la II Guerra Mundial y las purgas de Stalin. Algo constatable por cuanto que dejas de hacerte un l¨ªo inicial con los complicados nombres, los variados escenarios y los numerosos personajes de su densa trama.
Y, c¨®mo no, las grandes novelas americanas que yo he le¨ªdo en los ¨²ltimos a?os no figuran en los c¨¢nones intocables. Una es Cualquier otro d¨ªa, de Dennis Lehane. Adem¨¢s, es muy larga. Las otras son cortas y demoledoras. Las escribi¨® en los a?os sesenta y setenta del siglo pasado un hombre infeliz llamado Richard Yates. Se titulan Revolutionary road y Las hermanas Grimes. Por mucho que busco, tampoco las encuentro en los c¨¢nones.
![<i>En la carretera a Mount Vernon</i> (1934), de Aleksandr Deineka (de la exposici¨®n de la Fundaci¨®n March).](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JAUAYGFTAMJLHBGMZ2COVKZIVQ.jpg?auth=01348135a9f93165013670146d487a39ef7c0090d3ce3169a2885d347f6094e4&width=414)
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