La muerte de Gadafi
El autor muestra su repulsa por las condiciones y la puesta en escena del asesinato del dictador libio, que espera sea un final, el ¨²ltimo sobresalto de la edad b¨¢rbara
Las im¨¢genes de su cad¨¢ver. Su rostro, a¨²n vivo pero ensangrentado; parecen ensa?ados con ¨¦l. Su cabeza desnuda, extra?a y repentinamente desnuda. Me doy cuenta de que siempre lo hab¨ªamos visto coquetamente enturbantado; hay algo conmovedor en este detalle, algo que induce a apiadarse de ese criminal.
De nada sirve que me repita a m¨ª mismo que ese hombre era un monstruo.
De nada sirve que repase las otras im¨¢genes, las que me acosan desde hace ocho meses y son infinitamente m¨¢s perturbadoras: los fusilamientos en masa de los a?os negros de la dictadura; las caras de los torturados; los ahorcados del 7 de abril y, luego, de todos los 7 de abril, o casi, que hac¨ªan las delicias de ese Cal¨ªgula moderno; los osarios; las huellas de osarios; los muros manchados de sangre que descubr¨ª en todas las etapas de mis viajes; los sepultados vivos a los que la revoluci¨®n liber¨® de sus c¨¢rceles y, por fin, ya no tienen miedo.
Las condiciones de la muerte de Gadafi podr¨ªan corromper la esencia moral de una revoluci¨®n hasta hoy casi ejemplar
Los responsables del CNT parecen divididos entre la alegr¨ªa de la liberaci¨®n y el horror de este ¨²ltimo acto
De nada sirve que me diga una y otra vez que ese muerto tuvo mil oportunidades para negociar, para detenerlo todo, para escapar, y que si no lo hizo, si prefiri¨® sacrificar a su pueblo hasta el final, fue porque hab¨ªa decidido, con conocimiento de causa, ir al encuentro de este tr¨¢gico destino.
De nada me sirve recordar que nosotros, los europeos, no somos los m¨¢s indicados para dar a nadie lecciones de humanidad revolucionaria, pues tenemos sobre nuestras conciencias las masacres de septiembre de 1792, as¨ª como a las mujeres rapadas tras la Liberaci¨®n, a Mussolini colgado boca abajo y ultrajado, a los Ceausescu abatidos como animales y tantos otros ejemplos de "grupos en fusi¨®n revolucionaria" que, seg¨²n Sartre, en el calor de la acci¨®n, se transforman en "jaur¨ªas linchadoras".
Ni por esas.
Debo de ser todo un bendito.
O un enemigo irreconciliable de ese mal absoluto que es, en cualquier circunstancia, la pena de muerte.
Pues en este espect¨¢culo hay algo que me pone enfermo.
En esas escenas de linchamiento hay una brutalidad que me indigna y que nada puede excusar.
Peor: la imagen de esa agon¨ªa filmada, luego mostrada con complacencia y retransmitida por todas las televisiones del mundo, incluso transformada en fondo de pantalla, ha alcanzado, con ayuda de la t¨¦cnica, una especie de cima en el arte de la profanaci¨®n.
Y ni siquiera me refiero a la imagen que vino despu¨¦s, al cuerpo exhibido, medio desnudo, en esa c¨¢mara refrigerada de Misrata por la que desfilan unos combatientes alborozados que se filman unos a otros haciendo la V de la victoria junto al cad¨¢ver en v¨ªas de descomposici¨®n. Esos mismos tel¨¦fonos m¨®viles que, durante ocho meses, fueron testigos de las peores atrocidades cometidas por el r¨¦gimen se convierten ahora en herramientas sacr¨ªlegas que atentan contra esa ley inmemorial que, desde la Il¨ªada hasta la fundaci¨®n del islam, exige respeto para los restos del vencido.
Les digo esto mismo a mis amigos libios de Par¨ªs.
Se lo digo a los miembros del Consejo Nacional de Transici¨®n (CNT) a los que consigo localizar por tel¨¦fono.
Cuando me llama desde Misrata el comandante del regimiento del que depend¨ªan los elementos descontrolados que capturaron a Gadafi, le confieso, tambi¨¦n a ¨¦l, que comparto su alivio; que el de la ca¨ªda del tirano ha sido un gran d¨ªa para Libia; pero que las condiciones de su muerte, su puesta en escena y el espect¨¢culo que vino despu¨¦s podr¨ªan, si no tienen cuidado, corromper la esencia moral de una revoluci¨®n hasta hoy casi ejemplar.
Todos lo entienden, creo yo.
Todos los responsables del CNT con los que consigo hablar parecen divididos, como yo, entre la alegr¨ªa de la liberaci¨®n y el malestar, por no decir el horror, de este ¨²ltimo acto.
Y ese es, por otra parte, el sentido de sus cambios de opini¨®n respecto al destino de los restos mortales del dictador -?autopsia o no?, ?comisi¨®n de investigaci¨®n o no?- y a la decisi¨®n que toman, con bastante premura, y contra la presi¨®n de la opini¨®n p¨²blica, de restitu¨ªrselos a la familia y esclarecer completamente las condiciones de este incumplimiento de las leyes de la guerra.
La verdad es que este asunto es esencial.
Para el futuro de los pueblos de la regi¨®n es m¨¢s importante que la reafirmaci¨®n de una shar¨ªa que, oficialmente, est¨¢ en vigor en la mayor parte de los pa¨ªses ar¨¢bigo-musulmanes y cuyo sentido sigue dependiendo de la interpretaci¨®n, m¨¢s o menos flexible, que se haga de ella.
Cualquiera que haya reflexionado sobre la historia general de las revoluciones no puede ignorar que este es el tipo de episodio simb¨®lico del que dependen, m¨¢s all¨¢ de su imagen, la verdad profunda y el destino de una insurrecci¨®n democr¨¢tica.
Pues una de dos...
O bien este crimen cometido en grupo es, como la decapitaci¨®n del ¨²ltimo rey de Francia, seg¨²n Camus, el acto fundador de la era que comienza, su reflejo anticipado, lo cual ser¨ªa terrible...
O bien no es un comienzo, sino un final, el ¨²ltimo sobresalto de la edad b¨¢rbara, el fin de la noche libia, el ¨²ltimo estertor de un gadafismo que, antes de expirar, ha necesitado volverse contra su autor e inocularle su propio veneno: pasado ese momento de exorcismo, la batalla por la libertad retomar¨¢ su curso -aleatorio, sembrado de trampas, pero, en resumidas cuentas, m¨¢s bien afortunado y fiel a las promesas de la primavera de Bengasi.
Esta segunda hip¨®tesis me parece hoy la m¨¢s veros¨ªmil. Debemos ayudar con todas nuestras fuerzas para que, efectivamente, sea la que tome cuerpo. Es m¨¢s que un acto de fe: la Libia libre no tiene elecci¨®n. -
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva
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