Esto ya no es una crisis
Una crisis tan profunda y tan duradera como la que estamos viviendo ya no es una crisis, es otra cosa. Algo se nos ha roto entre las manos y nadie sabe c¨®mo repararlo, tal vez porque no tiene remedio. No se trata solo de que la fiesta, en efecto, ha terminado: al cabo, todas terminan, ser¨ªa insoportable todo el tiempo de fiesta. Se trata, o eso barruntamos, de que las cosas nunca volver¨¢n a ser otra vez como fueron en los a?os de euforia; que es preciso abandonar la idea de que, como esto es una crisis, alg¨²n d¨ªa saldremos de ella. Esto ya no es una crisis, es un derrumbe, o mejor, una amenaza de ruina.
Lo es, o est¨¢ a punto de serlo, para el marco en que se han desenvuelto las ¨²ltimas d¨¦cadas de nuestra vida, desde cuando tuvimos ocasi¨®n de comprobar lo acertado de la c¨¦lebre sentencia seg¨²n la cual Espa?a era el problema, Europa la soluci¨®n. En verdad, aquella conciencia de logro, de haber llegado a puerto tras un largo y tormentoso viaje, que impregn¨® nuestra sociedad y nuestra cultura desde mediados de los a?os ochenta y que ha cambiado nuestras miradas hacia el pasado y nuestras expectativas de futuro, ha dado de s¨ª todo lo que llevaba dentro. Hoy, el problema es Europa y Espa?a es solo parte del problema.
Lo es, adem¨¢s, en lo que se refiere al principal logro complementario de ser europeos: el de haber construido por fin un Estado compuesto que, con las tensiones propias de todas las arquitecturas variables, parec¨ªa gozar de s¨®lidos fundamentos y de amplia legitimidad. Hoy, sin embargo, ante la deuda sin fondo de las Comunidades Aut¨®nomas, los impagos de los Ayuntamientos y el descr¨¦dito de instituciones y de partidos, nadie se atreve a proponer nada que afecte al sistema de la pol¨ªtica, a las instituciones del Estado y a su organizaci¨®n territorial, como si todo pendiera de alfileres y con solo un soplido se nos viniera abajo la totalidad del edificio.
Ninguna met¨¢fora expresa mejor el estado de esp¨ªritu dominante que la visi¨®n de esos aeropuertos desertizados por aviones y pasajeros: tan nuevecitos todos, tan limpios y, sin embargo, qu¨¦ desolaci¨®n, como las de esas autopistas por las que circula de vez en cuando un autom¨®vil, o esas ciudades fantasma donde ni un alma se ve por las calles. Es la ruina de lo no estrenado, en la que nada ha tenido que ver la desregulaci¨®n de los mercados, ni la codicia de la nueva oligarqu¨ªa financiera. O m¨¢s bien, de ellas sac¨® provecho una clase pol¨ªtica que crey¨® asegurar su poder sembrando todo el territorio de promociones inmobiliarias, de aeropuertos, de l¨ªneas de alta velocidad, de autopistas, de subvenciones, de cadenas de televisi¨®n. Es como la triste cosecha de la mayor quiebra del pacto socialdem¨®crata de posguerra: habernos dejado llevar por el se?uelo de la mano invisible, cuando los mercados derramaban dinero a espuertas, que los gobiernos vert¨ªan generosamente en pol¨ªticas destinadas a pescar votos en caladeros segmentados.
La profundidad de la grieta es tan honda y su duraci¨®n tan fuera de control, tan inconmensurable, que por necesidad han de sonar a hueco los programas aplicadamente elaborados por los partidos pol¨ªticos para las pr¨®ximas elecciones. P¨¢ginas y p¨¢ginas de buenos prop¨®sitos, de promoveremos, reforzaremos, reformaremos, como si tuvieran en su mano promover, reforzar, reformar. Antes de proponer nada, ser¨ªa menester un diagn¨®stico cr¨ªtico, nada complaciente, de lo ocurrido en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas, un diagn¨®stico que huya de los golpes de pecho, abomine de los "relatos" y rasgue los velos que ocultan la simple realidad de que hemos vivido muy por encima de nuestras posibilidades.
Quiz¨¢ ninguna campa?a electoral habr¨¢ discurrido en un clima de tanto escepticismo sobre la capacidad de nuestros partidos pol¨ªticos, no ya para remediar, sino ni siquiera para diagnosticar verazmente esta nueva realidad que ha sucedido a los a?os en que los mercados no eran los malos de la pel¨ªcula sino el s¨¦ptimo de caballer¨ªa que hab¨ªa venido a librarnos de los fantasmas del pasado. Esc¨¦pticos y todo, la mayor¨ªa iremos a votar, no cabe duda, pero seguramente lo haremos sin la m¨¢s m¨ªnima esperanza de que el resultado de nuestro voto, vaya a quien vaya, sirva para modificar ni un mil¨ªmetro el curso de las cosas. Ha sido tan abrupto el despertar del ensue?o, que ser¨¢ menester una buena ducha de agua fr¨ªa antes de tomar la exacta medida de esta cosa a la que aun no sabemos c¨®mo nombrar pero a la que alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que enfrentarse a fondo, por m¨¢s que su feo rostro aparezca p¨²dicamente oculto en los programas electorales. -
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