Los colegas de Ahmed
Cuando vieron la fachada llena de colgaduras pintadas, como banderas extra?as, ella cogi¨® a su marido del brazo y estuvo a punto de decirle: mira, v¨¢monos, que esto no es para nosotros... Pero Ahmed, su hijo mayor, ya hab¨ªa entrado en el vest¨ªbulo y avanzaba por ¨¦l como por una alfombra roja. ?Ahmed, t¨ªo!, ?qu¨¦ pasa, coleguita?, ?qu¨¦ bien que hayas venido!, ?no veas c¨®mo se va a poner Cris de contenta...! A Cris s¨ª la conoc¨ªan, porque era compa?era del instituto de su hijo y se hab¨ªan hecho muy amigos. Por eso vino corriendo, y se colg¨® de su cuello para darle un abrazo que en el pueblo de sus padres habr¨ªa implicado una promesa de matrimonio como m¨ªnimo. Aqu¨ª no, porque Santi, que era ecuatoriano, se les ech¨® encima y ya fue un abrazo de tres, de cuatro cuando lleg¨® Miguel, espa?ol como Cris, y fueron ya como una pi?a humana, un monstruo de cuatro cabezas o un equipo de baloncesto que acabara de ganar un partido.
"Es posible que volvamos a vivir todos juntos en un edificio ocupado. Lo lleva el 15-M"
-Me alegro mucho de que os hay¨¢is decidido -Cris, casta?a con mechas rubias, rastas hasta la cintura, minifalda de estampado de leopardo, medias de rejilla y botas militares, bes¨® primero al padre de Ahmed, luego a su madre-. Ya ver¨¦is lo bien que vais a estar aqu¨ª. Todav¨ªa no hemos tenido tiempo de organizarlo todo bien, pero tenemos espacio de sobra.
Eso era verdad, porque les hab¨ªan adjudicado dos habitaciones exteriores, espaciosas, comunicadas entre s¨ª, en el primer piso del antiguo hotel. No hab¨ªa camas, pero ellos hab¨ªan tra¨ªdo sus colchones, los que compraron para estrenar el piso de Pinto, que al principio hab¨ªa sido la mayor alegr¨ªa; despu¨¦s, la pena m¨¢s negra de sus vidas. Los padres de Ahmed todav¨ªa no entend¨ªan muy bien lo que hab¨ªa pasado, por qu¨¦ aquel se?or del banco, tan simp¨¢tico, que le ofrec¨ªa caramelos a los ni?os cada vez que iban a verle, antes de lanzarse a hacer unos n¨²meros tan risue?os que les gui?aban desde el papel los ojos que no ten¨ªan, se hab¨ªa convertido en un muro, un aut¨®mata, una m¨¢quina de decir que no. Cuando firmaron la hipoteca se puso una mano en el coraz¨®n y les prometi¨® que no iba a haber ning¨²n problema. Si yo supiera que no iban a poder pagar, no les conceder¨ªa el cr¨¦dito, como comprender¨¢n... Luego, cuando el marido perdi¨® el empleo, y la mujer, la mitad de las casas donde iba a limpiar, ya no recordaba haber dicho eso nunca jam¨¢s. As¨ª funcionan estas cosas, yo no tengo la culpa, o pagan o a la calle... Y ya ni siquiera les ofrec¨ªa caramelos a los ni?os cuando iban a suplicarle que les esperara un poco m¨¢s.
Desde que el juzgado les embarg¨® su piso hab¨ªan vivido casi dos meses desperdigados por media docena de casas de conocidos: el marido con un cr¨ªo, en una; la mujer con la m¨¢s peque?a, en otra; Samia y Ahmed, en otras dos. Hasta que ¨¦l los cit¨® unos d¨ªas antes en un bar de la Puerta del Sol y les dijo: escuchadme, hay una posibilidad de que volvamos a vivir todos juntos en un edificio ocupado, aqu¨ª al lado. Lo lleva el 15-M y tengo amigos dentro. Al principio, su padre se opuso. Pero eso es ilegal, Ahmed, eso no est¨¢ bien, no se puede romper un cerrojo y entrar en un edificio as¨ª, por las buenas...
?Y lo que te han hecho a ti est¨¢ bien, padre? Los dos se miraron un instante como si estuvieran a punto de batirse en duelo. Lo que te han hecho a ti es legal, pero no est¨¢ bien, insisti¨® Ahmed al rato. Durante seis meses s¨®lo hemos comido arroz blanco, hemos ahorrado de donde pod¨ªamos y de donde no, hemos andado con zapatos con la suela rajada, hemos guardado hasta el ¨²ltimo c¨¦ntimo, t¨² has sido legal, ?y qu¨¦ tienes? Un recibo de 300 euros al mes por una casa de la que te han echado despu¨¦s de haber pagado m¨¢s de 100.000, m¨¢s de lo que vale ahora. Mis colegas s¨®lo quieren ayudar. D¨¦jate ayudar, padre.
As¨ª hab¨ªan llegado hasta aqu¨ª, a este edificio extra?o, lleno de j¨®venes extra?os, con aspecto extra?¨ªsimo, y familias como la suya, algunas espa?olas, otras extranjeras, latinoamericanas, eslavas, magreb¨ªes, africanas, un laberinto de lenguas y colores por el que Cris les guiaba sin perder jam¨¢s la sonrisa.
-Hemos pedido mantas, comida, material escolar y juguetes para los ni?os. Hay un servicio de voluntarios que los lleva al colegio por las ma?anas, luego os digo d¨®nde est¨¢n, para que apunt¨¦is a los vuestros... Y dentro de un rato, cuando os instal¨¦is, ir¨¢n a veros los abogados para tomar vuestros datos, a ver lo que podemos hacer con el tema de la hipoteca.
-?T¨² crees que nos van a devolver el piso? -pregunt¨® entonces la madre de Ahmed, sinti¨¦ndose est¨²pida al instante porque ya sab¨ªa que eso no iba a pasar nunca, pero la amiga de su hijo no la censur¨® por preguntar bobadas.
-Ojal¨¢, pero de momento lo que vamos a intentar es que os cancelen la deuda, que no teng¨¢is que seguir pagando por ¨¦l.
-Eso ya ser¨ªa bastante.
Cuando se quedaron solos en la habitaci¨®n, los padres de Ahmed se abrazaron. Los iban a echar. Antes o despu¨¦s los echar¨ªan, pero en ese instante se sintieron felices y en paz.
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