En el infierno nos ver¨ªamos
Nunca pude soportar a los chivatos, desde la infancia. Siempre los despreci¨¦ y rehu¨ª y me prohib¨ª ser amigo de ninguno de ellos, y creo que ese sentimiento de repulsa era compartido por la mayor¨ªa de los ni?os. No s¨¦ c¨®mo se aprend¨ªa, pero sin duda se aprend¨ªa en seguida que uno no deb¨ªa chivarse, que eso era lo m¨¢s bajo y ruin que cab¨ªa. Ni siquiera -o apenas- cuando era uno el perjudicado por la actitud o matoner¨ªa de otro u otros. La ley no escrita de los chicos dictaba que ten¨ªa uno que arregl¨¢rselas por su cuenta, plantando cara, buscando alianzas, gan¨¢ndose a los enemigos, pactando con habilidad, ofreci¨¦ndose a ayudarlos en los ex¨¢menes si eran burros (como sol¨ªan), en ¨²ltima instancia peg¨¢ndose con ellos en el recreo o a la salida. Le tocaba a uno hacerse respetar, sin recurrir a los profesores ni a los padres, sin procurar que unos u otros le sacaran las casta?as del fuego y castigaran a los abusones o provocadores. De ese modo aprend¨ªa uno pronto las lecciones de la vida: cu¨¢ndo hay que valerse de la astucia, cu¨¢ndo de la fuerza, cu¨¢ndo del compromiso, cu¨¢ndo conviene hacer las paces y cu¨¢ndo no hay paces que valgan. Se ejercitaban la imaginaci¨®n y el ingenio, se maquinaba, se calibraba. Si cada vez que ten¨ªa uno un problema acud¨ªa a las autoridades, era posible que le quitaran el problema de encima -nunca del todo, eso se sab¨ªa-, pero desde luego no se fogueaba ni aprend¨ªa nada del arte de la supervivencia. Pero, en fin, ser chivato pod¨ªa perdonarse -a duras penas- cuando uno se ve¨ªa en una situaci¨®n desesperada y hab¨ªa agotado sin ¨¦xito todos los recursos propios.
"Premiar la denuncia es convertir a los ciudadanos en polic¨ªas y provocar el rencor entre ellos"
Lo que era imperdonable era chivarse de lo que no lo ata?¨ªa, de la travesura o la falta de un compa?ero que en modo alguno nos da?aba ni afectaba. Era inconcebible que, cuando una profesora preguntaba "?Qui¨¦n ha escrito esta impertinencia en la pizarra?", alguien alzara la mano y dijera "Ha sido Vidal". Y a¨²n m¨¢s repugnante resultaba que, sin que ning¨²n profesor preguntara nada (quiz¨¢ ya borrada la impertinencia, y no vista m¨¢s que por los alumnos), alguien acusara espont¨¢neamente: "Vidal ha escrito tal barbaridad en la pizarra". A esos pelotas, amantes de la ley y el orden, se los llamaba tambi¨¦n "acusicas" y se les cantaba aquello de "Acusica Barrab¨¢s, en el infierno te ver¨¢s". Curioso, y sano, que se mandara al infierno a los aprendices de delatores, a quienes deseaban que nadie quedara sin castigo aunque a ellos no les fuera ni les viniera la acci¨®n de los transgresores.
No s¨¦ cu¨¢nto de este viejo c¨®digo infantil se conserva hoy en los colegios, pero me temo que muy poco, a juzgar por lo chivata que tiende a ser la sociedad adulta. Hay que dejar un margen para que la gente se salte las reglas, m¨¢s a¨²n en una ¨¦poca en la que todo est¨¢ cada vez m¨¢s regulado y las libertades m¨¢s menguadas, y en que se consideran delitos o infracciones casi todas las cosas. Ese margen sol¨ªa darlo que no hubiera ning¨²n polic¨ªa alrededor, que a uno no lo viera quien no deb¨ªa verlo, y en cambio se contaba con la complicidad, la comprensi¨®n o por lo menos la indiferencia de los conciudadanos, todos ellos susceptibles de incurrir en parecidas faltas en caso de necesidad u osad¨ªa. La proliferaci¨®n de c¨¢maras -que se ha aceptado bovinamente, cuando no con contento por parte de los que se creen "buenos ciudadanos" y no son m¨¢s que ratas- supone que estemos permanentemente vigilados. Pero si adem¨¢s nuestros vecinos se dedican a lo mismo, entonces estamos ya en una sociedad policial en la que no puede uno fiarse de nadie. R¨ªanse de la Stasi, la temible y ubicua polic¨ªa secreta de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana.
Ahora leo que en la democr¨¢tica Corea del Sur se paga por delatar, y que el pa¨ªs se ha llenado de "cazarrecompensas con c¨¢mara", los cuales pueden llegar a embolsarse 85.000 d¨®lares al a?o por denunciar a sus pr¨®jimos. Al que se cuela en el metro o tira una colilla al suelo, al que quema basura en zonas de construcci¨®n o se salta un sem¨¢foro, al que se cuela en una cola o cambia de carril indebidamente. Las recompensas oscilan entre 5 d¨®lares por informar de una colilla hasta 850 por entregar a un vendedor de ganado sin licencia. El ¨²nico elemento esperanzador ante semejante situaci¨®n aberrante es que esos paparazzi voluntarios y nocivos son odiados por gran parte de la poblaci¨®n y que muchos de ellos no se atreven a contar a sus amistades a qu¨¦ se dedican, para no levantar sospechas y por temor al rechazo. Tambi¨¦n que haya alg¨²n arrepentido: "Lamento los d¨ªas en que estaba desesperado y daba parte de las fechor¨ªas de personas igual de pobres que yo". A no pocos -se justifican- los ha empujado a esta actividad la crisis. Pero, sea como sea, lo descorazonador es que cada vez hay m¨¢s sudcoreanos que ven en la delaci¨®n y la denuncia indiscriminadas un negocio, una manera bastante c¨®moda de ganarse la vida. (Temo un r¨¢pido contagio en Espa?a, pa¨ªs mim¨¦tico de todo lo imb¨¦cil, dado a prohibir y en el que hay mucho m¨¢s paro.) Premiar eso es, en la pr¨¢ctica, privatizar las tareas policiales, o a¨²n m¨¢s grave, convertir a los ciudadanos en polic¨ªas y provocar la desconfianza, el miedo, el odio y el rencor entre ellos. Es lo que han hecho siempre los Estados totalitarios, desde la Rusia de Stalin a la Alemania de Hitler pasando por la Cuba de Castro, el Chile de Pinochet, la Venezuela de Ch¨¢vez y la Espa?a de Franco. Es crear una sociedad de chivatos profesionales, con el consiguiente y brutal deterioro de la convivencia. O, dicho peor pero m¨¢s a las claras, es crear una sociedad de hijos de puta.
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