El poder y su beneficio
Dijo que quer¨ªa "arreglar Italia", pero Berlusconi us¨® la pol¨ªtica para blindar sus empresas y evitar la c¨¢rcel
Un d¨ªa de abril de 2006, Silvio Berlusconi convoc¨® a la prensa a la sede del Gobierno para lanzar una diatriba terrible contra los jueces, la banca, la prensa y las grandes empresas. Lleg¨® a pedir, con el rostro inyectado en sangre, que la ONU enviara observadores internacionales a Italia para evitar que los comunistas robaran las elecciones. Unos minutos despu¨¦s, cuando se apagaron los focos y las im¨¢genes de su enfado viajaban ya hacia los telediarios de todo el mundo, Il Cavaliere -enganchado al aplauso como a una droga- desvel¨® divertido a los periodistas presentes que todo hab¨ªa sido una representaci¨®n. Las im¨¢genes que ahora, en el ocaso de su reinado, los medios ofrecen como resumen de su trayectoria al frente del Gobierno de Italia se parecen m¨¢s a las de un actor secundario que a las de un mandatario de primer nivel. Ninguna descubre su verdadero rostro. El de un empresario voraz que utiliz¨® h¨¢bilmente el teatro y la pol¨ªtica para consolidar su fortuna y, sobre todo, evitar la c¨¢rcel.
Craxi lo convirti¨® en supermillonario, y ¨¦l a su vez financi¨® al Partido Socialista
'Il Cavaliere' triunf¨® entre un electorado decepcionado de la pol¨ªtica tradicional
Nacido en Mil¨¢n el 29 de septiembre de 1936, hijo de empleado bancario y ama de casa, estudiante en los salesianos, licenciado en Derecho, cantante de cruceros, fot¨®grafo ocasional en bodas, bautizos y funerales, millonario desde los 30 a?os gracias al negocio inmobiliario, a la televisi¨®n y al intercambio de favores con el poder -no importaba que este fuera socialista o democristiano-, Silvio Berlusconi no ten¨ªa necesidad, a sus cincuenta y muchos a?os, de complicarse la vida por Italia. Salvo que esa complicaci¨®n fuese, en realidad, la cuadratura del c¨ªrculo. La manera de blindar a sus empresas, ahorrarse cientos de millones en multas y, gracias a las ventajas del cargo y a un sinf¨ªn de leyes confeccionadas a la carta, evitar la c¨¢rcel. No se puede descartar tampoco que su entrada en pol¨ªtica estuviera -tal como declar¨®- inspirada adem¨¢s por un deseo sincero de evitar que la marea roja llegase al poder, pero de esto ¨²ltimo no hay pruebas, y de lo otro, muchas. "Mi hija peque?a", declar¨® Berlusconi en 1993 apuntando ya maneras del gran populista en que estaba a punto de convertirse, "dice que su pap¨¢ arregla televisiones. Ahora le dir¨¦ que no tendr¨¦ tiempo de seguir arreglando televisiones porque tendr¨¦ que arreglar Italia".
El chascarrillo result¨® ser falso. Berlusconi, a la vista est¨¢, no se ocup¨® en absoluto de arreglar Italia -los datos, no solo econ¨®micos, son espantosos-, pero s¨ª sigui¨® arreglando sus televisiones. De hecho, sus ansias de poder pol¨ªtico se despertaron ante la decadencia de su gran padrino, el socialista Bettino Craxi, poderoso presidente del Gobierno entre 1983 y 1987. La amistad, llam¨¦mosle as¨ª, que logr¨® forjar con Craxi define muy bien el car¨¢cter y la trayectoria del primer ministro que ahora se va. Gran olfato para los negocios y mejor para los amigos. En primer lugar, Silvio Berlusconi empez¨® a convertirse en un magnate, y no en un simple promotor inmobiliario, con la construcci¨®n de la urbanizaci¨®n Milano 2. Aunque al principio le result¨® dif¨ªcil encontrar compradores para los 4.000 pisos construidos de una tacada, en cuanto lo consigui¨® multiplic¨® el negocio creando un canal de televisi¨®n privado para los residentes en la urbanizaci¨®n. La proverbial ayuda del todopoderoso presidente Craxi hizo el resto. Le otorg¨® licencia para convertir aquella especie de v¨ªdeo comunitario en Canale 5, la principal emisora de televisi¨®n italiana. El trato no pudo ser mejor. Craxi convert¨ªa en supermillonario a Berlusconi y este se convert¨ªa a su vez en el principal financiador del Partido Socialista. La colaboraci¨®n mutua, esa amistad sincera, superaba el descaro. Valga un ejemplo. Entre 1983 y 1984, Berlusconi ampli¨® su poder televisivo comprando nuevos canales (Italia 1, Rete 4) y poni¨¦ndolos en conexi¨®n con una gran red de televisiones locales bajo el dominio de la sociedad Mediaset, frente a la cual situ¨® a su gran amigo Fedele Confalioneri, el mismo que le acompa?aba al piano cuando el joven Silvio cantaba en los cruceros por el Adri¨¢tico. La RAI -la televisi¨®n estatal- demand¨® a Mediaset porque sus tres canales se dedicaban a emitir en interconexi¨®n en todo el territorio nacional, lo que contraven¨ªa la legislaci¨®n vigente. Tres jueces a la vez -de Roma, Pescara y Tur¨ªn- condenaron a Mediaset a cerrar sus instalaciones, pero inmediatamente Bettino Craxi acudi¨® en socorro de su amigo y derog¨®, por decreto, las leyes que fastidiaban a Berlusconi. El esc¨¢ndalo fue sonado. La primera piedra sobre la que se edific¨® una catedral de descaro.
Cuando, a principios de los noventa, la Operaci¨®n Manos Limpias empez¨® a descubrir la podredumbre sobre la que estaba sostenida la Primera Rep¨²blica, Bettino Craxi tuvo que huir a T¨²nez -donde muri¨® el a?o 2000- con su reconocida culpabilidad a cuestas. Berlusconi, el gran superviviente, no solo se salv¨® de la redada, sino que comprendi¨® r¨¢pidamente un detalle que marcar¨ªa hasta nuestros d¨ªas la pol¨ªtica italiana: ?qu¨¦ necesidad hay de pagar a los pol¨ªticos para que hagan las leyes que necesito si las puedo hacer yo mismo desde el poder? Hasta ese momento, la desfachatez consist¨ªa en que todo el mundo sab¨ªa en Italia de la existencia de "un partido de Berlusconi", esto es, un grupo de parlamentarios que, con independencia de su adscripci¨®n pol¨ªtica, cuidaban los asuntos del empresario en el Congreso y el Senado. Nada comparado con lo que estaba por venir.
La llegada de Berlusconi a la pol¨ªtica se produjo con un discurso del que se recuerda sobre todo una frase: "Italia es un pa¨ªs que amo". Hablaba de su padre, del hombre hecho a s¨ª mismo, del esfuerzo de los emprendedores, del ¨¦xito que hab¨ªa logrado con sus empresas y que estaba dispuesto a trasladar al resto del bello pa¨ªs. Vende ilusiones y una buena parte del electorado, cansada del ambiente viciado de la pol¨ªtica tradicional -tan viciado que ni se da cuenta del peligro que se les ven¨ªa encima- termina por comprar la mercanc¨ªa. El gran populista que llevaba dentro hab¨ªa terminado por fin de romper el cascar¨®n. De hecho, no mucho antes, cuando el cierre judicial de Canale 5, una multitud de consumidores de telebasura (tambi¨¦n ese m¨¦rito hay que colocar en el casillero del gran estadista) sali¨® a la calle a exigir su dosis diaria de droga. Ah¨ª ten¨ªa dispuesta a su infanter¨ªa para llevarlo al poder, incluso para sostenerlo una vez demostrado que, ya en Palacio Chigi, se olvidaba de sus promesas insignias -bajar los impuestos, favorecer a los peque?os empresarios, subir las pensiones m¨ªnimas- y en cambio sacaba a relucir sus verdaderas preocupaciones. Valga otro ejemplo. En las elecciones de 2001, los carteles de la campa?a de Berlusconi lo retraban con un casco de alba?il y un lema: "Un presidente obrero". Pero la primera medida fue eliminar un delito, el de presupuesto falso, por el que hab¨ªan sido condenadas varias de sus empresas.
Lo que viene a continuaci¨®n ya es m¨¢s conocido. Y a¨²n m¨¢s triste. Antes de destaparse como un viejo verde capaz de utilizar su inmensa fortuna y la maquinaria del Estado para celebrar org¨ªas, Berlusconi era el gracioso oficial que, durante las cumbres internacionales, se dedicaba a poner los cuernos al ministro espa?ol Josep Piqu¨¦, a hacer rabiar a Angela Merkel o a definir a Barack Obama como "joven y bronceado". Si alg¨²n d¨ªa la tuvo, todo eso dej¨® de tener gracia cuando todos los diarios del mundo dan cuenta de que, en las bacanales del presidente de Italia, hay implicadas menores de edad y un har¨¦n de jovenc¨ªsimas prostitutas. Ya Berlusconi no solo tiene que responder ante la justicia por el abuso de poder relativo a sus empresas sino tambi¨¦n por otro tipo de abuso m¨¢s ruin, m¨¢s rastrero. Los sectores que siempre le hab¨ªan apoyado -los empresarios, la Iglesia, ciertos intelectuales org¨¢nicos- empiezan a huir de ¨¦l como de la peste. Es ya, oficialmente, una verg¨¹enza para Italia. El "viejo caim¨¢n" -como lo bautiz¨® para siempre Nanni Moretti- se defiende atacando. Es cosa de la prensa. De los jueces. De los comunistas. En su etapa final ya no lo cree nadie, pero a¨²n dispone de un caj¨®n lleno de secretos y de una fortuna de alrededor de 9.000 millones de euros para seguir comprando voluntades. Su ca¨ªda es dram¨¢tica, pero lenta. Tan lenta que, si no llega a ser porque Italia bordea el precipicio de la bancarrota, es muy posible que Il Cavaliere a¨²n siguiera un tiempo m¨¢s escondi¨¦ndose de los jueces tras las cortinas del Palacio Chigi. De convicciones religiosas, un d¨ªa proclam¨® que estaba "ungido por Dios". Como el mismo diablo.
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