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Reportaje:

Huida en el Orient-Express

Somos 7.000 millones de seres humanos. Bruselas cifra en 106.000 millones la recapitalizaci¨®n de la banca europea. Twitter pasa en 10 meses de 100 a 250 millones de tuits al d¨ªa. Instagram, la aplicaci¨®n para tratar y difundir fotos, supera los 11 millones de usuarios en un a?o. YouTube abrir¨¢ 100 canales con contenido exclusivo. El 93% de los espa?oles considera que la situaci¨®n del pa¨ªs es mala.

Una vez cada 620 minutos, alguien que le rodea siente unas profundas ganas de gritar.

En el hotel Goring, una joyita de estilo barroco eduardiano en el centro de Londres, muy cerca del palacio de Buckingham, el check-in se hace tranquilamente en una coqueta salita amarilla con butacas de terciopelo y grandes ventanales a un jard¨ªn privado. Piden amablemente al viajero que deje las prisas atr¨¢s, o metidas en la maleta, ni siquiera en el equipaje de mano. Sobre la mesita, una elegante tarjeta azul marca las claves a los reci¨¦n llegados a este mundo de otro mundo. No pide un dress-code determinado, sino una actitud: "Los salones del Goring son un lugar para su relax y les pedimos que nos ayuden a preservar el sentido de la tranquilidad de nuestros hu¨¦spedes. Por favor, desconecte su m¨®vil, deje que nosotros nos ocupemos de su ordenador, guarde todos sus papeles de trabajo y negocios, si¨¦ntese y descanse".

Ya en Victoria Station, los privilegiados viajeros tratan de evitar la realidad
Provoca un nudo este presumido y decadente tren, a 70 kil¨®metros por hora
El pianista teclea sin parar, como un aut¨®mata, temas rom¨¢nticos, como 'Titanic'
Qu¨¦ lejos queda Palladio... cada uno ha de inventarse su propio Orient-Express

El hotel Goring expresa bien lo que la selecta sociedad brit¨¢nica entiende por exclusividad. Desde que abri¨® en 1910, siempre ha estado gestionado por la misma familia, que ha sabido mantener el m¨¢s puro estilo ingl¨¦s y ambiente de las sinuosas sesiones de t¨¦ con pastas. Fue uno de los primeros hoteles del mundo que ofrecieron calefacci¨®n central y ba?o completo en cada habitaci¨®n. Uno de los rincones predilectos de la reina madre para reunirse con sus amistades. Y la pasada primavera fue el exquisito lugar elegido por Catalina Middleton para pasar su ¨²ltima noche de soltera y salir vestida de novia para casarse con el pr¨ªncipe Guillermo. Este detalle le ha dado una notoriedad evidente en los ¨²ltimos meses que le podr¨ªa haber abalanzado por el alud de lo comercial y masivo, pero ellos prefieren continuar con su ensimismada cadencia brit¨¢nica de praderas, terciopelo y grandes retratos al ¨®leo; as¨ª, lo que destacan es que en la remodelaci¨®n de algunos salones ha participado David Albert Charles Armstrong-Jones Viscount Linley, sobrino de la reina.

Todo resulta arm¨®nico en el Goring, desde los colores de los salones y las bandejas de cup-cakes hasta la tamizada luz que llega desde el jard¨ªn con cuidada pradera festoneada con grandes ¨¢rboles; todo dispuesto para apaciguar el ritmo. La sensaci¨®n que prologaba la tarjetita azul ¨ªndigo se prolonga en la cama; meterse en ella es como introducirse en una nube, gracias a la generos¨ªsima cantidad de almohadones y de plumas por arriba y por abajo que la esponjan.

?Pero por qu¨¦ estamos aqu¨ª y as¨ª?

Comienza de esta manera un viaje de glamour decimon¨®nico. Una traves¨ªa en el espacio, pero sobre todo en el tiempo, que nos alejar¨¢ del v¨¦rtigo de esta sociedad globalizada e hipercomunicada, a veces hasta la saturaci¨®n. Hoy d¨ªa puede haber muchas experiencias emocionantes, intensas, pero la de cambiar absolutamente la marcha de la existencia y pisar el freno hasta retroceder a los tiempos previos al avi¨®n resulta sin duda una de las m¨¢s diferentes y placenteras.

Al entrar en la habitaci¨®n del Goring, los interruptores de la luz proponen cuatro posiciones: bright, calm, cosy y ooh!

S¨ª, pongamos por una semana nuestra vida en ambientaci¨®n cosy (acogedora), evitemos destellos que nos deslumbren.

Estamos aqu¨ª, en esta salita amarilla sin m¨®viles ni ordenadores ni c¨¢maras digitales, en esta nube, para contar c¨®mo es uno de los viajes que ofrece Orient-Express, empresa creada en los a?os setenta y que retoma el nombre m¨ªtico de finales del siglo XIX-principios del XX para recuperar muchos de sus vagones art d¨¦co y convertir el tren en el eje de su amplia propuesta de caras y cuidadas huidas de una sociedad atropellada y apelotonada.

Solo decir el nombre, Orient-Express, ya resulta toda una declaraci¨®n de intenciones.

En Victoria Station, el cosmopolita hormiguero de pasajeros apresurados se acelera con una manifestaci¨®n de trabajadores, grupos de encapuchados que desde los disturbios del verano levantan a¨²n m¨¢s inquietud, y decenas de enormes polic¨ªas intentando imponer respeto.

Los privilegiados viajeros que nos embarcamos este domingo oto?al en la experiencia Orient-Express recorremos un lateral de la estaci¨®n londinense intentando esquivar esas presencias rugosas y abruptas, como si encapuchados y polic¨ªas no pertenecieran a nuestro mismo mundo, como si estuvi¨¦ramos tratando de desdoblarnos a otra dimensi¨®n. Como si estuvi¨¦ramos... S¨ª, eso es, huyendo de la realidad. Como si, despu¨¦s de pasar por las nubes del Goring, quisi¨¦ramos estirar el sue?o hasta m¨¢s all¨¢ de lo posible.

La primera etapa del viaje la realizamos en el British Pullmann, el equivalente ingl¨¦s al Orient-Express, formado por viejas glorias de los ferrocarriles de primera clase del pa¨ªs, rescatadas ahora por la misma empresa. Art d¨¦co en estado puro. Viajamos en el vag¨®n Cygnus, dise?ado en 1938 y cuyo curr¨ªculo luce con haza?as como la de servir en el funeral de Winston Churchill. Debe su nombre al extraordinario mosaico con un cisne en el suelo del ba?o. Phoenix, de 1927, decorado con extraordinarios trabajos de marqueter¨ªa que representan flores, fue uno de los preferidos por la familia real y sirvi¨® para transportar a altos mandatarios en visitas oficiales a Inglaterra, incluyendo al general De Gaulle en 1960. En Vera, un dije de los a?os treinta lleno de saltarinas gacelas, el pr¨ªncipe Carlos realiz¨® su primer trayecto en un tren el¨¦ctrico en 1954; como muchos de los otros, al retirarse de las v¨ªas fue comprado por un particular; en este caso, la se?ora Deborah Turner, quien lo us¨® como casita de invitados para el jard¨ªn de su vivienda en Suffolk.

Fuera, la intemporal jugosa campi?a inglesa de grandes prados con ovejas. Dentro, es domingo y el brunch, que comienza con un c¨®ctel Bellini, ocupa casi las tres horas largas a bordo del British Pullmann, entre Londres y Folkestone West, al suroeste, para cruzar el Canal. Conocemos a algunos de nuestros compa?eros de viaje...

Jennifer viaja sola. Es una elegante mujer australiana en la sesentena que se acondiciona el pelo en un estiloso recogido; ha querido ponerse nost¨¢lgica recorriendo de nuevo la vieja Europa y recordando el grand tour que realiz¨® hace 32 a?os con su marido y sus dos ni?as peque?as: Espa?a, Francia, Italia, Alemania, Grecia, Yugoslavia... Durante cuatro meses. En caravana. Ahora lo disfruta, pero no puede evitar miradas perdidas y sonrisas tristes. Por la comparaci¨®n.

?Ah, el grand tour!, aquel viaje inici¨¢tico que se puso de moda entre los j¨®venes brit¨¢nicos de las clases acomodadas en los siglos XVII y XVIII, que duraba desde varios meses hasta varios a?os y que supon¨ªa una inmersi¨®n en la cultura cl¨¢sica del continente como complemento a la educaci¨®n de saberes y valores y como antesala a la etapa adulta y el matrimonio. El distinguido antecedente del moderno turismo.

Escribi¨® Goethe (1749-1832) en Viaje a Italia: "Particularmente la historia se lee aqu¨ª de manera muy diferente a como se hace en cualquier parte del mundo. En otros lugares se lee desde fuera hacia dentro; aqu¨ª parece que se lee desde dentro hacia fuera, todo se va acumulando a nuestro alrededor y vuelve a surgir de nuestro interior".

S¨ª, Jennifer se siente de nuevo como en el grand tour, pero en un decisivo y melanc¨®lico trance oto?al. Probablemente de ah¨ª sus silencios en el brunch del British Pullmann.

Alina y John son ingleses, de Southampton, tienen tambi¨¦n en torno a los 60 a?os, y est¨¢n aqu¨ª, en estos ra¨ªles y en estas p¨¢ginas, por el miedo de ella a volar, pero tambi¨¦n por su resistencia a no seguir descubriendo maravillas y acumulando experiencias que contar, ella tan locuaz, a sus amigas. Hace tres a?os hicieron la ruta del Orient-Express que pasa por Viena y Cracovia. Han decidido repetir.

Caroline y Martin rondan ya los setenta; viven en el campo, en la isla de Jersey. Caroline reconoce que se encuentra tan a gusto en su casa, que la disfruta tanto, que por eso no viajan muy a menudo. Adem¨¢s, su perrita Dolly ha cumplido ya 17 a?os, y les echa mucho de menos cuando se van. Este es el regalo de Navidad que Caroline le hizo a su marido el a?o pasado. Las pr¨®ximas Navidades ir¨¢n con todos sus hijos y nietos a esquiar a las monta?as suizas.

Nos hemos montado en la anacron¨ªa. Los cubiertos de plata y la coqueta y casi cursi lamparilla de tela burdeos en primer plano dibujan un disonante contrapunto cuando cruzamos ¨¢reas industrializadas, nudos de carreteras o grandes hipermercados y aparcamientos a las afueras de las ciudades. Cuando llegamos al Eurot¨²nel, para cruzar el canal de la Mancha, llega otro choque con la tecnol¨®gica realidad. Son treinta minutos sin gacelas brincando en las paredes de maderas nobles. Dos horas con autob¨²s y demoras antes de dar continuidad al sue?o de la irrealidad.

En Calais espera, atildado, el Venice Simplon-Orient Express, con una vistosa representaci¨®n de la tripulaci¨®n a pie de la escalerilla para dar la bienvenida. A bordo, 192 viajeros m¨¢s 42 personas para atenderlos (todos hombres, menos una mujer, la coordinadora).

"Me acompa?an otros pasajeros como la se?ora de Wellesley que escribe para el Atlantic Monthly; un armenio de cabeza en forma de huevo (...) y un hombre muy alto y canoso, con aspecto de trabajar para la Standard Oil, que tiene una peque?a panza en forma de medio bal¨®n de f¨²tbol, un tipo que se considera capaz de calibrar a la gente de un solo vistazo y que se pasa el d¨ªa escribiendo rid¨ªculos versos sobre sus viajes...", escribi¨® John Dos Passos en Orient Express (el autor norteamericano de Manhattan Transfer realiz¨® el viaje completo del convoy hacia Oriente en 1921).

Rid¨ªculos versos sobre sus viajes... A uno le entran dudas sobre si todas estas l¨ªneas no resultar¨¢n vac¨ªas, pomposas, un decadente viaje exterior e interior... ?A qui¨¦n, con la que est¨¢ cayendo, le puede interesar que le cuenten un glamour de cristales de Lalique, mosaicos de cisnes en el suelo del ba?o y gacelas brincando sobre maderas nobles, mientras fuera la crisis nos atenaza, en Espa?a se contabilizan casi cinco millones de parados y los indignados salen a la calle en todo el mundo? La realidad es la de los encapuchados y commuters de Victoria Station m¨¢s que la de la peque?a Alina que tiene miedo a volar, la de la pausada Caroline y su perrita Dolly, la de Jennifer y su nostalgia del grand tour con un marido que la dej¨® por una mujer m¨¢s joven...

Pero tambi¨¦n necesitamos so?ar, susurra a las neuronas alguien. Quiz¨¢ Goethe o Palladio o Canaletto... Es el sue?o de escapar, de huir e intentar construir otras trayectorias donde las l¨ªneas del horizonte vital sean suaves y no picudas ni quebradizas, donde no hay una palabra m¨¢s alta que otra, donde no hay prisas ni aturullamiento ni estandarizaci¨®n, donde apenas, como marc¨® aquella tarjetita azul del Goring, vemos en toda la semana a alguien conectado con el siglo XXI... Todo vuelve a surgir de nuestro interior, suave, apacible y desperez¨¢ndose como en la trayectoria del largu¨ªsimo meandro de un r¨ªo importante.

Nos subimos al Orient-Express, y la enorme sonrisa y el resplandeciente traje azul de Rupert, el encargado de nuestro vag¨®n, nos espera con un c¨®ctel Bellini. Oh, el c¨®ctel Bellini ser¨¢ ese otro gran compa?ero de viaje, m¨¢s animado, a veces incluso m¨¢s terrenal, que John y Alina, Martin y Caroline.

?Emprendemos la marcha! Huele a frenos y carb¨®n.

"A trav¨¦s de la puerta abierta puedo descifrar una inscripci¨®n de bronce en el costado oeste del coche cama, Compagnie Internationale des Wagons Lits et des Grands Express Europ¨¦ens. Una r¨¢faga de aire h¨²medo me golpea el rostro de vez en cuando, tray¨¦ndome un olor a barniz, a enganches y ejes engrasados, un aroma a distancia y despedida que evoca a un ni?o muy peque?o tembloroso bajo la marquesina del apeadero de un lugar cualquiera al sentirse apremiado a subir a un tren nuevo, grande y reluciente. Un tren reci¨¦n pintado y barnizado que desprende un olor como el de las pelotas de goma nuevas, los juguetes de hojalata o las m¨¢quinas de coser, y que est¨¢ siempre a punto de arrancar pero que no arranca nunca. Nosotros s¨ª que vamos a partir. La locomotora emite un prolongado pitido" (John Dos Passos, Orient Express).

Emma Longton no puede reprimir unos grititos de emoci¨®n. "?Uh, uh, nos vamos!". El resto la mira. Quiz¨¢ Emma sea demasiado real y terrenal. Hab¨ªa estado tanto tiempo acariciando este momento... Tantas resonancias en la mente de viejos e inspiradores trenes de truculentos episodios, de lo mejor y peor, lo m¨¢s instintivo y lo m¨¢s creativo y lo m¨¢s cruel de la naturaleza humana... Extra?os en el tren, de Patricia Highsmith; El tren de Estambul, de Graham Greene; El gran robo del tren, de Michael Crichton; El guardav¨ªas, de Charles Dickens; Una novela no escrita, de Virginia Woolf; El viaje, de Julio Cort¨¢zar; Nunca llegar¨¢s a nada, de Juan Benet... Contaba Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu en Babelia su preferencia en la literatura sobre ra¨ªles por un libro, Corto viaje sentimental, de Italo Svevo: "Una breve novela que cuenta el viaje de un sesent¨®n de Mil¨¢n a Trieste para resolver un negocio. En el compartimento donde viaja trata a diversas personas que le abren la mirada hacia zonas desconocidas hasta entonces, de los otros y de s¨ª, estableciendo un juego entre su inseguridad y su estrecha visi¨®n del mundo y su deseo de orden y de dominio de la situaci¨®n. Es un viaje de iniciaci¨®n al rev¨¦s: donde deber¨ªa haber un joven abri¨¦ndose al mundo hay un viejo sorprendido por su propia inhabilidad vital, sus prejuicios y su candidez".

Jennifer se acomoda, sola, en su coqueto compartimento.

Un tren que est¨¢ siempre a punto de arrancar, pero que no arranca nunca. Como muchas vidas. Hace un nudo la sensaci¨®n de este legendario y presumido y decadente tren que, a una velocidad media de 70 kil¨®metros por hora, nos arranca de la apresurada realidad y nos arrastra a trav¨¦s del pl¨¢cido campo franc¨¦s, mientras va cayendo la oscuridad y las torres de las iglesias vigilan a las vacas. No es c¨®modo, resulta angosto el compartimento. S¨ª, tiene el encanto de las maderas nobles, del lavabo con tapa que se convierte en mesa, del armarito con el vaso y el cepillo para los dientes, con el espejo y el enchufe donde chirr¨ªa y desconcierta el iPhone. Pero el espejo resulta impertinente, indiscretamente interrogador...

Tras la cena de lujo a las ocho, si regresas a la estrecha cabina, no lo puedes evitar: o miras a la cara, bien cerca, a los ojos, a tu pareja, o al espejo, a ti mismo, de frente, o al gran ventanal que proyecta la noche... Y apenas duermes, traqueteado por el movimiento, los ruidos, las luces y los pensamientos... A la vez que una sensaci¨®n pl¨¢cida, te acorrala ese sentimiento de que tu grand tour personal no acaba de arrancar. Pasas por estaciones iluminadas, pero cada vez m¨¢s vac¨ªas, y buscas tontamente si hay alguien esperando a alguien para abrazarse.

Quiz¨¢ debiera enviar un tuit. 140 caracteres, como esta frase, para saber que hay alguien, para asegurarme de que al otro lado del espejo-pantalla hay alguien m¨¢s que yo...

Esperando una respuesta.

Quiz¨¢ por eso, porque el angosto compartimento te ofrece un inc¨®modo espejo de ti mismo o del otro o una melanc¨®lica visi¨®n de estaciones l¨¢nguidas, el piano-bar del Orient-Express est¨¢ siempre lleno, y los bloody-mary emborronan la visi¨®n y los sue?os, y una mujer con estola-de-pieles-blancas y un arrugado vestido largo de gasa gris perla se desmorona en la butaca con una mueca de esto-no-arranca, y el pianista, como un aut¨®mata, teclea sin paradas temas rom¨¢nticos, como Titanic, y acciona su brillante sonrisa cada vez que pasa a su lado uno de estos clientes de lujo que huyen del espejo.

Y el viajero regresa a su peque?o espacio. No quiere dormir tan temprano, sino mirar, como hipnotizado, sin apreciar apenas nada, c¨®mo cruzamos las luces de la vieja, culta y ahora azorada Europa. Los sue?os se enlazan con las ¨²ltimas p¨¢ginas del ¨²nico compa?ero de cuarto, Un mundo escrito. Viajes 1950-2000, de Jan Morris: "Est¨¢bamos todos entremezcl¨¢ndonos inseguros. (...) No era una carrera hacia el apocalipsis lo que percib¨ªa, sino m¨¢s bien un marem¨¢gnum de fuerzas discretas y contradictorias que nos empujaban en todas direcciones".

Amanece a las siete y media, y amenaza lluvia. Te despiertan los muros de graffitis, las gr¨²as, los nudos de autopistas, los trenes de alt¨ªsima velocidad y afilado morro, las filas de camiones con enormes contenedores, las prisas empa?adas de lluvia, el vaho en el cristal de tu escapada, tu Orient-Express. Son los alrededores de Z¨²rich... Y el contrapunto de las lamparillas art d¨¦co y los cuidados buqu¨¦s frente al paisaje industrial vuelve a chirriar. Es la realidad que est¨¢ ah¨ª. Amanece y amenaza. Y prefieres seguir con los ojos cerrados y dormir un poco m¨¢s, hasta que llegue Rupert con los zumos, mantequillas, mermeladas y el caf¨¦ con leche a las ocho y cuarto. Cuando ya el paisaje se ha vuelto a acomodar a un sue?o de armon¨ªa: el del rico ambiente del lago de Z¨²rich. Pasa por el pasillo la fot¨®grafa de esta revista con su intrigante quimono en direcci¨®n al ba?o... Jennifer se queda pegada perpleja a los cristales.

Cruzamos los Alpes. Fuera nieva. Dentro humean las tazas con el caf¨¦. Desayunamos en pijama, chanclas y bat¨ªn azul con las iniciales doradas del Orient-Express. Rupert atiza con carb¨®n la calefacci¨®n de nuestro vag¨®n y nos explica que la nueva empresa de lujo ha querido mantener el encanto del tren tal cual en su versi¨®n original; por eso no hay aire acondicionado, sino peque?os ventiladores; ni duchas ni aseos en cada cabina, sino uno com¨²n en cada vag¨®n. Es un lujo y un glamour de principios del siglo XX; eso puede darle m¨¢s encanto, pero los organizadores de los viajes, conscientes de ciertas incomodidades, planean todo para que los distinguidos clientes no pasen en ning¨²n trayecto, por muy m¨ªtico que sea, m¨¢s de una noche a bordo.

Emma Longton, de 42 a?os y directora de una escuela infantil, nos cuenta en el pasillo, aprovechando la intimidad que aportan el fr¨ªo, las cumbres y los copos de los Alpes, que hace este viaje con su marido, Julian, de 45, y otros dos matrimonios amigos, a los que conocen porque llevaron a sus ni?os al mismo colegio; todos viven en Hampshire (Reino Unido). "Christopher y Jane, otra de las parejas, hab¨ªan hecho el Orient-Express cuando cumplieron 40, y ahora quer¨ªan repetir por los 50 a?os. Total, que al escuchar sus planes, en Nochevieja, me acuerdo bien, nos animamos y nos apuntamos los seis". Pero, eso s¨ª, como consideran que el glamour del tren se les quedaba un poco estrecho, decidieron completarlo con otro icono del lujo de toda la vida: tres noches en el hotel Cipriani de Venecia. Emma, que despliega durante el viaje un llamativo surtido de modelos de c¨®ctel y noche, se muestra desencantada "por el poco esfuerzo de algunos viajeros por mantener el nivel y cuidar m¨¢s sus trajes". A ella le habr¨ªa gustado ver m¨¢s tocados y sombreros, m¨¢s lentejuela, m¨¢s esmoquin y pajaritas. Y suelta, de r¨²brica, como es habitual en ella, una gran carcajada. Ya que todo es un sue?o, se trata de llenarlo de guindas de pastel. La miran.

Volvemos a ver pasar, intrigante, obsesionada, a Ana Nance, con su quimono en direcci¨®n hacia otros vagones.

El traqueteo del tren, y sus gemidos cuando frena al deslizarse cabeza abajo por los Alpes, la decoraci¨®n a?os veinte de sus restaurantes, el pianista que no calla, la tienda que vende lujosos pa?uelos, batines, llaveros, carteras de concha y bolsitos, alg¨²n pasajero que viaja solo, los espejos... Todo invita a una extra?a e irreal somnolencia... Los sue?os incumplidos y las pesadillas reales. Caroline lee lentamente la prensa. Emma, vestida de rojo, llena su vag¨®n con sus risas.

Tras cruzar la frontera con Austria llegamos a la soleada tierra italiana, al rico norte de los Dolomitas y su hipnotizador paisaje de vi?as y frutales. ?Ay, el grand tour! Jennifer pasea sola por los pasillos, con la mirada perdida m¨¢s all¨¢ de los frutales e incluso de las moles que acotan el horizonte. Y a uno le viene a la cabeza, no lo puede remediar, la extra?a se?ora Hubbard, la dama norteamericana que viajaba sola en Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie, y que en el interrogatorio declaraba: "No puedo describirles lo que sent¨ª en aquellos momentos. Pasaron por mi imaginaci¨®n todos los cr¨ªmenes que se cometen en los trenes". Poco despu¨¦s. "Puso triunfalmente a la vista un gran bolso y empez¨® a rebuscar en su interior. Sac¨® dos pa?uelos blancos, un par de gafas de concha, unas aspirinas, un paquete de sales, un tubo de pastillas de menta, un llavero, un par de tijeras, un talonario de cheques de American Express, la foto de una chiquilla, algunas cartas, cinco collares orientales y un peque?o objeto met¨¢lico: un bot¨®n"...

Durante la comida en uno de los tres restaurantes de lujo -medallones de langosta sobre crema de caviar, bistec con salsa de vino y champi?ones, pastel de verduras y gratinado de calabaza y parmesano, m¨¢s una selecci¨®n de quesos franceses y una crepe de mandarina, m¨¢s caf¨¦ y pastelitos, con el vino franc¨¦s Ch?teau Malmaison de 2001-, Jennifer deposita un solitario bot¨®n met¨¢lico en su mesita. Los camareros exhiben culos prietos bajo su impecable traje negro y blanco. Rupert no deja de sonre¨ªr mientras vuelve a convertir las camas en asientos... Emma Longton y sus cinco compa?eros de viaje buscaban una experiencia de glamour, Jennifer persegu¨ªa recuperar aquella ilusi¨®n del grand tour... Venecia se nos aparece tambi¨¦n como una nube... Una gran escenograf¨ªa de poder concebida por el Dux que, cuando en el siglo XVIII perdi¨® su car¨¢cter de potencia, se instal¨® en la teatralidad, y as¨ª la siguen viendo los miles de viajeros que en ella se sumergen... Como nosotros, cuando nos apeamos del tren en Santa Luc¨ªa y nos invade esa tranquilidad irreal de agua y silencio por la ausencia de coches.

1.715 kil¨®metros y 31 horas despu¨¦s desembarcamos en Venecia.

La propuesta del viaje es el hotel Cipriani, en la isla de Giudecca, frente a la plaza de San Marcos, junto a ese t¨®tem que es la iglesia de San Giorgio Maggiore. Hay luna llena. Y el contraluz con la torre de Palladio hace casi llorar... Si es la primera vez en Venecia, por la sorpresa de tanta belleza. Si no es la primera vez, por la fuerza con la que de repente emergen de las aguas los recuerdos... "Palladio estaba totalmente imbuido de las ideas de los antiguos y sent¨ªa la peque?ez y estrechez de su tiempo como las siente un gran hombre que no quiere someterse, sino transformar lo que le rodea tanto como sea posible, de acuerdo con sus nobles concepciones" (Viaje a Italia, Goethe).

S¨ª, las iglesias, villas y palacios de Palladio tambi¨¦n fueron un sue?o de armon¨ªa y proporci¨®n, de escapar de las quebradizas siluetas de la cotidianidad y la historia.

La puesta en escena del Cipriani est¨¢ atenta a cualquier detalle, desde el jard¨ªn veneciano de plantas arom¨¢ticas con huerta hasta la lancha dispuesta a cualquier hora para cruzar a la plaza de San Marcos. Nos reciben con un c¨®ctel. Oh, Bellini de nuevo con nosotros. Y alrededor, diversas versiones del sue?o de la juventud, en forma de mucho b¨®tox y cirug¨ªa en ellas, de parejas con diferencias de edad de hasta 50 a?os, como el hombre de 70 con la apariencia de actor norteamericano de teleseries venido m¨¢s o menos a menos con la jovencita asi¨¢tica que apenas ha cumplido la mayor¨ªa de edad; o el catedr¨¢tico suizo de 60 con jovencito de 25 de cabeza escult¨®rica..., tan cruel como bendita. "Le hablaba del terror sagrado que invade al hombre de sentimientos nobles cuando se le presenta un rostro semejante al de los dioses, un cuerpo perfecto, de c¨®mo un temblor lo recorre y, fuera de s¨ª, apenas si se atreve a mirarlo, y venera al que posee la Belleza y hasta le ofrendar¨ªa sacrificios como a una columna votiva. (...) Porque la Belleza es la ¨²nica forma de lo espiritual que podemos aprehender y tolerar con los sentidos". (La muerte en Venecia, Thomas Mann). El sue?o de controlar el tiempo intentando poseer la Belleza.

Los organizadores del viaje (en este caso, un acuerdo entre Orient-Express y la National Gallery) nos muestran la Venecia de Canaletto, Tiepolo y Tintoretto, Tiziano y Veron¨¦s. Paseos de la iglesia del Gesuati a la de San Trovaso, a San Vidal y a la grandiosa Scuola Grande di San Rocco, donde Tintoretto se gan¨® el adjetivo de "Shakespeare de la pintura", seg¨²n definici¨®n de Henry James, y al palacio Ducal... "El esplendor del d¨ªa me despert¨® de ese sue?o: su frescor, movimiento y ligereza, los destellos del sol en el agua, el cielo azul claro y la brisa susurrante no pueden describirse con palabras de vigilia. (...) He pensado much¨ªsimas veces desde entonces en este extra?o sue?o en el agua, pregunt¨¢ndome si seguir¨¢ a¨²n all¨ª y si se llamar¨¢ Venecia". (Estampas de Italia, Charles Dickens).

Martin y Caroline no quieren perderse Santa Maria dei Miracoli, una obra maestra del Quattrocento, "una joya", la definen ellos, cuya visi¨®n es un regalo, como un anillo de diamantes que se pusieran cada uno en el dedo del otro. Llevan juntos 51 a?os; cuando vinieron a Venecia a celebrar las bodas de plata fue una de las visitas que m¨¢s les impresionaron; y desde Inglaterra la recordaron todo este tiempo como un sue?o de perfecci¨®n all¨¢, en el sur. Y quieren repetir, recordar y conjurar el implacable paso del tiempo...

Probablemente tampoco los rojos maestros de Tiziano ni los azules celestes de Tiepolo ni el arrebato de Tintoretto -desmesurado en todo, en dimensiones y en concepci¨®n- ni las delicadas texturas de Veron¨¦s ni las tur¨ªsticas representaciones de Canaletto -precursoras de las postales- reflejan la Venecia real de hoy, que es la de sus habitantes, apenas 300.000, pocos m¨¢s que hace un siglo, que han de luchar d¨ªa a d¨ªa contra humedad y marea para seguir manteniendo en pie su vida y esa gran escenograf¨ªa que siempre parece a punto de hundirse...

Caroline se despide con dos delicados besos mientras apoya sus manos en los hombros del otro; regresa a su querido hogar de la isla de Jersey, y deja una promesa: "Le enviar¨¦ una foto de Dolly por e-mail". Y atropelladamente, esa palabra -email-, el avi¨®n de vuelta con un ¨¢cido zumo de naranja y unos cacahuetes, y la llegada al ca¨®tico y ruidoso Madrid de Ana Botella rompen el hechizo, el sue?o de huir sin hundirse.

La bofetada de la realidad te devuelve el fogonazo de aquel momento en que tomaste aquel tren, que no le dejaste escapar. Lo dijo Paul Theroux: "Rara vez he escuchado pasar un tren sin desear ir en ¨¦l"... Qu¨¦ lejos queda Palladio... Cada uno ha de inventarse su propio Orient-Express.

El legendario tren, que ha inspirado tantos sue?os y conspiraciones, ofrece un 'glamour' distinto, 'art d¨¦co'.
El legendario tren, que ha inspirado tantos sue?os y conspiraciones, ofrece un 'glamour' distinto, 'art d¨¦co'.

Recuperar el antiguo esplendor

Orient-Express, uno de los nombres m¨¢s evocadores de la historia de los viajes y pionero en la idea de una Europa unida, inici¨® su andadura en 1883. Desde Par¨ªs, lleg¨® primero a Ruman¨ªa; despu¨¦s, hasta Constantinopla. El itinerario, de casi 3.000 kil¨®metros, cumpl¨ªa el sue?o de unir Occidente y Oriente, duraba tres noches y supuso el definitivo ¨¦xito empresarial de Georges Nagelmackers. Tras muchos avatares y p¨¢ginas gloriosas, tras el relanzamiento que supuso la apertura del t¨²nel Simplon, a comienzos del siglo XX, que atravesaba los Alpes y dejaba las bellas ciudades italianas al alcance de la rica aristocracia inglesa, la Segunda Guerra Mundial supuso su decadencia final al quedar muy afectada la red ferroviaria europea. El Simplon Express continu¨® en servicio, como tren de semilujo, hasta mayo de 1962.

Hoy, estas dos palabras abarcan hoteles, cruceros y trenes de lujo en 24 pa¨ªses. La compa?¨ªa (www.orient-express.com) naci¨® en 1976, cuando el hombre de negocios brit¨¢nico James B. Sherwood adquiri¨® el legendario hotel Cipriani de Venecia y encendi¨® una ambiciosa y rom¨¢ntica luz en sus planes; un a?o despu¨¦s decidi¨® reconstruir la experiencia m¨ªtica que un¨ªa Londres con Venecia, y compr¨® los dos primeros vagones Orient-Express. Despu¨¦s se dedic¨® a rastrear Europa en busca de otros vagones originales para adquirirlos, restaurarlos, devolverles su esplendor y completar el convoy. En 1982 arranc¨® de nuevo el m¨ªtico tren desde la estaci¨®n Victoria de Londres.

Hoy la empresa posee -total o parcialmente- y administra 49 empresas; 40 de ellas son hoteles, muchos aut¨¦nticos iconos, desde el Cipriani hasta el Ritz de Madrid. Respecto al legendario tren, una de las ¨²ltimas iniciativas ha sido el acuerdo con la National Gallery para promover una serie de viajes de arte y autor, como el que ha dado lugar a estas p¨¢ginas, La Venecia de Canaletto. Para 2012 se ha programado a Leonardo y Miguel ?ngel. Son viajes de una semana con precios en torno a 9.000 euros (incluyen hoteles de lujo). Los recorridos solo en el tren presentan tarifas variadas, dependiendo de la ruta, pero el b¨¢sico Londres-Par¨ªs-Venecia (una noche a bordo) cuesta 2.370 euros por persona. En total, realiza anualmente unas 70 salidas, la mayor¨ªa de las cuales cubren este recorrido cl¨¢sico. Adem¨¢s, hay una propuesta anual de la m¨ªtica ruta: Par¨ªs-Estambul y Estambul-Venecia (en torno a 7.000 euros).

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