Esclavos en el Amazonas
Miles de personas son explotadas en Brasil por poderosos empresarios agr¨ªcolas - Las inspecciones y la lista negra de abusadores no logran atajar el fen¨®meno
El repunte del conflicto agrario que sufre el Amazonas brasile?o ha puesto una vez m¨¢s al desnudo la fractura social que persiste en esta regi¨®n. Pocos y poderosos concentran grandes extensiones de tierra y se benefician de sus riquezas, a menudo causando da?os irreversibles en la naturaleza. Mientras, una gran masa contin¨²a sufriendo penurias a la espera de que el Estado cumpla su promesa de acometer la necesaria reforma agraria. Solo esta alarmante desigualdad social explica que el fen¨®meno del trabajo esclavo mantenga una marcada presencia en determinadas ¨¢reas del norte y noreste de brasile?o.
Hace d¨¦cadas que esta pr¨¢ctica encuentra su m¨¢xima expresi¨®n en el Estado amaz¨®nico de Par¨¢. All¨ª, el Gobierno de Brasilia se revela incapaz de controlar las actividades del todopoderoso sector agropecuario y de las omnipresentes explotaciones madereras, mineras y de producci¨®n de carb¨®n. Es dif¨ªcil cuantificar la dimensi¨®n del problema. Las autoridades y fuerzas policiales solo destapan algunos casos.
En 2010 fueron liberadas 2.600 personas, frente a las 6.000 de 2007
Los denunciados, ricos e influyentes, no suelen ser condenados
En 2003, la Comisi¨®n Pastoral de la Tierra (CPT) -vinculada a la Iglesia cat¨®lica y bregada en la defensa del medioambiente, los ind¨ªgenas y los campesinos- estim¨® que unas 25.000 personas estar¨ªan siendo v¨ªctimas del trabajo eslavo en Brasil. Hoy nadie aventura un c¨¢lculo, aunque las permanentes operaciones de rescate de esclavos dan fe de que el problema persiste.
"En todos los pa¨ªses del mundo existe el trabajo esclavo. La diferencia es que en Brasil hemos asumido p¨²blicamente que el problema existe, lo hemos llamado por su nombre y trabajamos para erradicarlo. En otros pa¨ªses la econom¨ªa tambi¨¦n est¨¢ manchada por este fen¨®meno y no se reconoce tan abiertamente", sostiene Leonardo Sakamoto, uno de los m¨¢s reconocidos especialistas brasile?os en la materia.
Es cierto que el Gobierno aborda este problema en toda su crudeza. De hecho, informa sobre los rescates y airea una lista negra de empresarios y firmas que recurren a la explotaci¨®n inhumana de sus empleados. Y m¨¢s all¨¢: cuando un nombre pasa a engrosar esta lista del escarnio p¨²blico, que hoy cuenta con 246 denunciados, pierde el derecho a recibir cr¨¦ditos de entidades estatales, y se enfrenta a eventuales embestidas judiciales promovidas por la Fiscal¨ªa del Trabajo o la Fiscal¨ªa Federal.
Sin embargo, parece que estas amenazas no amedrentan a muchos empresarios, que contin¨²an recurriendo a la mentira para reclutar a trabajadores de otras regiones. "En los ¨²ltimos a?os Brasil ha mejorado bastante, pero los esfuerzos que se est¨¢n haciendo a¨²n son insuficientes", afirma Sakamoto. Entre las grandes cuentas pendientes est¨¢n los escasos avances en la prevenci¨®n del fen¨®meno, la par¨¢lisis de la reforma agraria y la impunidad generalizada cuando los responsables son identificados y juzgados. "En los ¨²ltimos a?os solo se han producido 40 condenas y pocas se han ejecutado. Los responsables suelen tener influencia y dinero suficiente para pagar a los mejores abogados", abunda.
En el Estado de Par¨¢ se cumplen, seg¨²n todas las fuentes consultadas, las condiciones id¨®neas para que florezca el trabajo esclavo. El sureste de ese estado es, a juicio del juez laborista en Marab¨¢, J?natas dos Santos Andrade, "una frontera de expansi¨®n agr¨ªcola y una de las mayores provincias minerales del planeta". Adem¨¢s, dice, all¨ª se vive una ausencia selectiva del Estado. "Este invierte en la producci¨®n econ¨®mica pero no en una debida estructuraci¨®n social", dice.
Tres de cada cuatro v¨ªctimas del trabajo esclavo son de raza negra o mulata, y en su mayor¨ªa analfabetas, seg¨²n un estudio del investigador Marcelo Paixao. Los miles de trabajadores rescatados en los ¨²ltimos a?os narran una experiencia bastante similar: suelen recibir una oferta de trabajo lejos de sus hogares, normalmente en otros Estados brasile?os, con el prop¨®sito de aislarlos de su entorno amistoso y familiar. Muchas veces ni se les informa del lugar exacto donde van a trabajar, sino que se les traslada, hacinados, en veh¨ªculos precarios por rutas que impidan una f¨¢cil identificaci¨®n del recorrido. Una vez en el destino, los empleados pagan por todo: el transporte, la comida, la indumentaria y el material de trabajo. En las haciendas, los patrones tienen establecimientos donde sus trabajadores compran lo que necesitan a precios a veces abusivos. El empleado acaba gastando su exiguo salario en art¨ªculos de subsistencia hasta que comienza a endeudarse con su jefe. Seg¨²n aumenta la deuda, el individuo queda m¨¢s acorralado y a merced del explotador.
Las viviendas suelen ser a menudo precarios chamizos en plena selva, donde los trabajadores est¨¢n expuestos a las lluvias,los insectos y las serpientes. Con frecuencia tampoco hay agua potable.
Valdimar do Nascimento tiene 29 a?os y huy¨® recientemente de la hacienda donde trabajaba. Este hombre cuenta en Marab¨¢ que la deuda acumulada con su patr¨®n redujo su salario a 56 euros mensuales por fumigar campos de sol a sol. El contacto prolongado con el veneno y la falta de higiene le provocaron erupciones cut¨¢neas en la pierna izquierda. "Cuando comenc¨¦ a sentir mucho dolor, a tener fuertes mareos, fiebre y a perder la visi¨®n, habl¨¦ con el patr¨®n para contarle lo que me pasaba y me respondi¨® que no era tan grave. Me dijo que fuera al hospital p¨²blico y ni me propuso facilitarme el transporte. Entonces empec¨¦ a entender que me ten¨ªa que marchar de all¨ª y denunciar lo que pasaba", narra abatido.
Antonio Pereira da Sena tambi¨¦n cuenta que subsisti¨® en condiciones lamentables. A sus 41 a?os se presenta hambriento y con el gesto demacrado tras meses comiendo mal y durmiendo bajo unos pl¨¢sticos. En plena selva. Relata que el agua que ¨¦l y su familia estaban forzados a beber proven¨ªa de un pozo contaminado por los restos de un buey muerto. Como en el caso de Do Nascimento, el patr¨®n no le pagaba el salario acordado. "Me lo descontaban todo: comida, material de trabajo, el calzado. De manera que al final el patr¨®n me dejo sin salida, sin dinero y sin nada", dice.
Uno de los instrumentos para el combate del trabajo esclavo en Brasil es el Grupo M¨®vil de Fiscalizaci¨®n, creado en 1995. Desde entonces, las fiscalizaciones de haciendas y centros de trabajo ha ido creciendo. Sin previo aviso, los seis equipos que componen el grupo desembarcan en los lugares que han sido denunciados o de los que existen sospechas de irregularidades. All¨ª interrogan a los trabajadores, a sus patrones, e intentan constatar la existencia de condiciones an¨¢logas a la esclavitud. Con frecuencia estas inspecciones culminan con la liquidaci¨®n de los salarios impagados y el rescate de los trabajadores.
En 2010 m¨¢s de 2.600 personas fueron liberadas en Brasil. Un n¨²mero peque?o en comparaci¨®n con los casi 6.000 de 2007. Desde entonces, el n¨²mero de denuncias y rescates ha ca¨ªdo. "El mapa del trabajo esclavo est¨¢ cambiando. Par¨¢ siempre ha sido el Estado m¨¢s conflictivo, pero ahora tambi¨¦n actuamos bastante en el sur del Estado de Amazonas, en la denominada Boca do Acre", confirma Gilherme Jos¨¦ de Ara¨²jo Moreira, m¨¢ximo responsable del Grupo M¨®vil. Para el juez Dos Santos Andrade, sin embargo, el n¨²mero de equipos del Grupo M¨®vil es "insuficiente para enfrentar semejante desaf¨ªo". "Esto demuestra la peque?ez del Estado ante este drama", denuncia.
Aunque en los ¨²ltimos a?os Brasil ha avanzado en la represi¨®n de estas violaciones de derechos humanos, el problema a¨²n est¨¢ lejos de resolverse. Quiz¨¢ buena parte de la culpa la tengan los propios pol¨ªticos, muchos de ellos secuestrados por los oscuros intereses del sector agropecuario m¨¢s abyecto.
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