El maestro, el amigo
Javier Pradera hubo de vivir bajo el s¨ªndrome de un acontecimiento del que era dif¨ªcil que hablase: su padre y su abuelo, con un d¨ªa de diferencia, fueron asesinados en San Sebasti¨¢n, en 1936, por grupos incontrolados del bando republicano. Por ello tuvo m¨¢s valor la apuesta que hizo de pasarse al bando de los vencidos de la Guerra Civil y convertirse en uno de los grandes pensadores de la transici¨®n democr¨¢tica en Espa?a. Hizo suya la idea que expresa Santos Juli¨¢ en sus textos: para derribar la barrera divisoria entre vencedores y vencidos, para reconstruir la m¨ªnima comunidad moral en que consiste cualquier Estado democr¨¢tico era preciso que gentes procedentes de los dos lados de la barrera estableciesen una corriente en ambas direcciones para sentarse en torno a una mesa, hablar, negociar y llegar a alg¨²n acuerdo sobre el futuro. Esto ocurri¨® en Espa?a con los encuentros de hijos de vencedores y vencidos en las universidades desde mediados de los a?os cincuenta, con la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n aprobada por el Partido Comunista en junio de 1956, con el Coloquio de M¨²nich de 1962, con la reuni¨®n de las comisiones obreras y de movimientos ciudadanos en locales facilitados por parroquias y conventos, con las iniciativas de di¨¢logo y colaboraci¨®n entre comunistas y cat¨®licos en los a?os sesenta y en las Juntas Democr¨¢ticas. "En todos ellos", escribe el historiador, "se trataba de mirar el futuro sin dejarse atrapar por la sangre derramada en el pasado, de hablar por eso un lenguaje de democracia que daba por clausurada la Guerra Civil o, para decirlo como entonces se dec¨ªa, que consideraba la Guerra Civil como pasado, como historia, no como algo presente que pudiera determinar el futuro".
Republicanos incontrolados asesinaron a su padre y a su abuelo
Por eso tuvo m¨¢s valor su apuesta de pasarse al bando de los vencidos
Esta fue la principal idea-fuerza que representa la vida p¨²blica de Pradera: su compromiso militante como intelectual (primero desde las filas del Partido Comunista, que abandon¨® en los a?os cincuenta cuando la expulsi¨®n de sus amigos y camaradas Jorge Sempr¨²n y Fernando Claud¨ªn, y luego desde la cercan¨ªa cr¨ªtica al socialismo de Felipe Gonz¨¢lez); como editor en casas de libros como el Fondo de Cultura Econ¨®mica y Alianza (donde fue uno de los precursores del libro de bolsillo); como uno de los constructores centrales de la l¨ªnea editorial de EL PA?S desde que naci¨® este peri¨®dico, y en sus columnas y tribunas de opini¨®n; y como agitador cultural codirigiendo la revista Claves de Raz¨®n Pr¨¢ctica. En cada uno de estos aspectos, Pradera tuvo un rol central, y el conjunto de todos ellos muestra su significaci¨®n en el mundo de las ideas, la pol¨ªtica y la cultura espa?ola en las ¨²ltimas d¨¦cadas.
Una de las ¨²ltimas cosas que cre¨ª haber aprendido de Javier Pradera -de las muchas que me ense?¨®- es a no escribir necrol¨®gicas en primera persona (porque hablar de la persona desaparecida sobrevalora al que la escribe). La lecci¨®n no ha sido provechosa puesto que en estos momentos no puedo reprimir la necesidad de escribir sobre su faceta m¨¢s privada desde la admiraci¨®n moral a su persona. Existen otras dos variantes en su existencia mucho menos reconocidas por quienes no han pertenecido a su c¨ªrculo m¨¢s cercano. La primera, la de maestro indiscutible de una generaci¨®n de intelectuales de casi todas las ciencias sociales, polit¨®logos, economistas, soci¨®logos, juristas,... Ser¨ªa casi imposible adjuntar los nombres de todos aquellos que se han sentido concernidos por su ansia de conocimiento, por su paraguas protector, sus discusiones interminables, sus ansias de aprender y de explicar, animados de forma exhaustiva para que divulgasen sus investigaciones y publicasen sus tesis. Su influencia ha sido seminal en ellos. Ha sido el mejor de todos.
La segunda, la de amigo de sus amigos: generoso hasta el l¨ªmite, dispuesto a compartirlos, que se identificasen como tales en su amistad y complicidad y por tanto en el resultado de sus experiencias, su sabidur¨ªa y sus afectos, sin reservas mentales. Este verano, ya enfermo, viaj¨® a Biriat¨², pueblecito vasco-franc¨¦s emplazado a orillas del Bidasoa (en que el Jorge Sempr¨²n quer¨ªa ser enterrado, envuelto en la bandera republicana, y al que hab¨ªa sido transterrado Unamuno), para preparar el homenaje que merec¨ªa su amigo de correr¨ªas pol¨ªticas, al que tanto quer¨ªa, y que se celebrar¨¢ el pr¨®ximo s¨¢bado d¨ªa 26. Pradera ya no podr¨¢ participar en un acto que se hab¨ªa esmerado en organizar, para reparar en parte el ninguneo al que la clase pol¨ªtica y la sociedad civil espa?ola hab¨ªa sometido a un ciudadano universal como Sempr¨²n.
Javier Pradera ha muerto trabajando hasta el ¨²ltimo momento. Dej¨® dicho que "quer¨ªa vivir pero no durar". Dict¨® a su mujer sus ¨²ltimas dos columnas a EL PA?S, dado que no le quedaban fuerzas para ponerse al ordenador, dej¨® terciada la lectura de un libro sobre la Guerra Civil (Palabras como pu?os) con el que se confrontaba l¨ªnea a l¨ªnea en un esfuerzo de concentraci¨®n impresionante, trataba ansiosamente de comprender la crisis del euro y el papel de la prima de riesgo en las dificultades de nuestro pa¨ªs y, sobre todo, analizaba con minuciosidad la campa?a electoral, la ¨²nica de la democracia que por su enfermedad no pudo seguir directamente (y en la que no pudo votar). Y dej¨® algunas p¨¢ginas de unas memorias que se le resistieron en los ¨²ltimos a?os de su vida -porque como buen editor siempre prefer¨ªa leer a otros que escribir sobre s¨ª mismo- cuyo contenido s¨®lo conoce su mujer, Natalia Rodr¨ªguez Salmones, sin cuyo amor, complicidad y compa?erismo es casi imposible entender la figura de Javier Pradera.
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