Velar por la inteligencia
"Un caballero", sol¨ªa repetir Javier Pradera, "nunca debe caer en la tentaci¨®n de escribir 'Eso ya lo dec¨ªa yo". Y a continuaci¨®n a?ad¨ªa sonriendo: "Para eso est¨¢n los amigos". Son muchos los amigos de Javier Pradera que podr¨ªan escribir sobre las muchas cosas que, en efecto, ya hab¨ªa dicho ¨¦l antes de que sucedieran. Desde las m¨¢s trascendentales para la reciente historia de Espa?a hasta las m¨¢s cotidianas, aquellas que solo ten¨ªan que ver con una pasi¨®n irreductible por la conversaci¨®n. Javier Pradera, junto a su amigo Jorge Sempr¨²n, estuvo detr¨¢s de la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n que permiti¨® pasar de la dictadura a la democracia. Suya fue la f¨®rmula de "nosotros, hijos de vencedores y de vencidos" con la que los estudiantes de 1956 quisieron sacar al pa¨ªs de la pesadilla autoritaria. En su caso no era una expresi¨®n ret¨®rica, sino la estricta destilaci¨®n de su experiencia. Hijo de vencedores que, sin embargo, no llegaron a ver la victoria, Javier Pradera decidi¨® colocarse junto a los vencidos y correr su misma suerte.
Hijo de vencedores que no llegaron a ver la victoria, se coloc¨® junto a los vencidos
Fue dirigente pol¨ªtico clandestino, fue editor de libros que marcaron a generaciones enteras de lectores espa?oles y latinoamericanos, fue editorialista que sacrific¨® amistades para defender las verdades modestas que quedaron en pie cuando se hundieron las soberbias utop¨ªas, pero, sobre todo, fue un guardi¨¢n irreductible de la inteligencia. All¨ª donde la encontrase, Javier Pradera se convert¨ªa en su principal aliado y su principal propagador. Si descubr¨ªa un argumento original, un ensayo bien escrito y razonado, una novela que recrease los mundos reales o ideol¨®gicos en los que ¨¦l hab¨ªa vivido, no cejaba hasta compartirlo con quienes le rodeaban y celebrar una y otra vez el acuerdo en la apreciaci¨®n o volver sin fin sobre el desacuerdo, intentando encontrar el flanco por el que sus razones pudieran abrirse paso mediante el humor y la iron¨ªa.
Como tantas figuras de su tiempo, Javier Pradera abominaba de la hagiograf¨ªa y conced¨ªa el m¨¢ximo valor a la palinodia. No eran los hombres y mujeres ejemplares quienes llamaban su atenci¨®n, sino esos otros que se equivocaban con pasi¨®n y con pasi¨®n reconoc¨ªan sus errores. Para ¨¦l, era en ese reconocimiento, y tambi¨¦n en esa pasi¨®n, donde se pod¨ªan encontrar las ense?anzas que no dej¨® de buscar hasta el ¨²ltimo momento. Ense?anzas como la de que, aunque la historia estuviera repleta de respuestas equivocadas, lo que importaba eran las preguntas. O como la de que defender la buena causa no exculpaba de haberlo hecho desde los argumentos equivocados. Nunca cay¨® en la tentaci¨®n de escribir "eso ya lo dec¨ªa yo". Para eso estaban, para eso est¨¢n y estar¨¢n siempre sus amigos. Porque fueron muchas las cosas que Javier Pradera les transmiti¨®, siempre consciente de que un pa¨ªs necesita, en su cultura y en su pol¨ªtica, sus dos grandes pasiones, que alguien vele por la inteligencia.
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