A orillas del horizonte
?rase una vez uno de esos jugadores de f¨²tbol que viven y mueren sin pena ni gloria. Pero, de repente, resucit¨®. Unos lo atribuyeron a intervenci¨®n divina, dado que el presunto finado se llamaba L¨¢zaro. Otros, consideraron que la resurrecci¨®n se deb¨ªa a los lamentos de su esposa, que en ning¨²n momento le dej¨® descansar en paz. Por ¨²ltimo, con el acendrado sentido com¨²n de Mariano Rajoy, alguien atribuy¨® el prodigio a los mismos m¨¦dicos que hab¨ªan cometido el error de diagnosticar la defunci¨®n, probablemente con la caritativa intenci¨®n de dejar un jerg¨®n libre en el pasillo de aquel hospital de la sanidad p¨²blica privado de toda esperanza, incluida aquella cuyo nombre impropio no voy a mencionar. El caso es que, al verse de nuevo en este mundo, el llamado L¨¢zaro maldijo sin excepci¨®n a los responsables de su milagroso retorno. "?Despu¨¦s de haber muerto una vez, tendr¨¦ que morir por segunda vez!", clam¨® con inconsolable desaliento y, al ser interrogado sobre c¨®mo era el M¨¢s All¨¢, contest¨® con acritud que apenas le hab¨ªan dado ocasi¨®n de comprobarlo. No obstante, a simple vista, lo describi¨® como un inmenso estadio vac¨ªo con refulgentes gradas de cristal que abarcaban una infinita extensi¨®n de c¨¦sped y, ?cosa curiosa!, arrepanchigado en la tribuna, estaba Don Santiago Bernab¨¦u, asistido y flanqueado por dos ¨¢rbitros de negro atuendo e inquisitorial adustez que, en flagrante contraste con la proverbial bonhom¨ªa del patriarca, se parec¨ªan a Rouco.
Tan pintoresca visi¨®n no fue tomada en serio, aunque L¨¢zaro insisti¨® con tal contumacia que optaron por llevarle la corriente como se hace con los ni?os o con el Papa del cond¨®n. En definitiva, superado el inicial aturdimiento, este mundo se le antojaba al infeliz resucitado cada vez m¨¢s incomprensible y, por ejemplo, no acertaba a entender qu¨¦ significaba lo de la prima de riesgo. Supuso, eso s¨ª, que se trataba de una prima cuyos encantos se volv¨ªan m¨¢s peligrosos conforme ella se hac¨ªa mayor, circunstancia que ¨¦l hab¨ªa experimentado de joven con una prima menor sin que los efectos colaterales sobrepasaran el ¨¢mbito muy privado de sus pantalones (¨ªntima circunscripci¨®n donde, por aquel entonces, ?ngela Merkel todav¨ªa no alcanzaba a ejercer su eur¨®tica potestad).
Pero la inocencia de L¨¢zaro provoc¨® una hilaridad generalizada cuando, a sus a?os y despu¨¦s de muerto, propuso que le dejaran jugar de extremo izquierda con la Selecci¨®n Nacional. "Nunca he visto la jugada con tanta claridad", adujo, y a?adi¨® con desfachatez: "Es sencillo. Se trata de situarse donde no est¨¢ el contrario y chutar a porter¨ªa fuera del alcance del portero". Por supuesto, nadie lo tom¨® en consideraci¨®n, con excepci¨®n del marqu¨¦s Del Bosque que se lo pens¨® dos veces y, aprovechando uno de esos partidos amistosos que no sirven para nada salvo para vender prestigio barato, decidi¨® darle una oportunidad y lo sac¨® a jugar con La Roja. El resultado dio al traste con toda reticencia y, sin apenas desplazarse, el debutante marc¨® tres goles a la manera de Puskas, como si el bal¨®n acudiera imantado a su pie. La explicaci¨®n del zurdo L¨¢zaro dej¨® a todos patidifusos: "Cuando se muere una vez, el tiempo deja de tener un antes y un despu¨¦s", dijo como si tal cosa y, sin encomendarse a Bernab¨¦u, se remont¨® a tiempos m¨¢s prehist¨®ricos: "Hasta que Cronos orden¨® el ¨¢lbum de cromos y nos atrap¨® en sus casillas, nuestros ancestros recurr¨ªan al truco de dibujar, a su conveniencia y placer, la repetici¨®n de la jugada antes de que esta se produjera. Esos bisontes en pleno salto que vemos en las paredes de las cuevas hab¨ªan sido perge?ados con anterioridad a ser cazados y, aplicando esa t¨¦cnica primitiva, he ejecutado la repetici¨®n de las jugadas antes de verlas en el televisor".
Entre tanto cretino y neutrino, a Antonio Resines le pareci¨® plausible el argumento: "No deja de ser una estrategia similar a la puesta en pr¨¢ctica por el PP para ganar estas elecciones anticip¨¢ndose a las urnas", observ¨® con retrospectiva perspicacia: "Los pron¨®sticos y estad¨ªsticas, las opiniones y diagn¨®sticos suplantan el acontecer en un mundo gregario y virtual donde necesitamos la repetici¨®n antes de la jugada para crear y creernos la realidad". Y, al ver a Rubalcaba asumiendo como cosa suya la derrota de todo un equipo y todo un partido, Resines sinti¨® verg¨¹enza ajena y, en un cr¨ªptico arrebato, exclam¨®: "?Lo han dejado solo a orillas del horizonte!".
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