Hacer le?a del ¨¢rbol ca¨ªdo, ?el deporte nacional?
El desplome de los ¨ªdolos se celebra m¨¢s que su ascenso - El castigo es terapia de masas
Al final de un combate siempre hay tres tipos de espectadores posibles: los que aplauden al ganador, los que se apiadan del vencido y los que celebran su derrota. En un mundo tan veloz como el nuestro, donde la continua necesidad de cambios y novedades vuelve provisional cualquier prestigio, hace mucho tiempo que esa parte del p¨²blico, la que prefiere festejar la ca¨ªda de los ¨ªdolos a su ascenso, es la m¨¢s numerosa. Para comprobarlo, s¨®lo hay que ver los ¨ªndices de audiencia de todos esos programas de televisi¨®n que hablan de carreras echadas a perder, estrellas venidas a menos, matrimonios rotos o fortunas dilapidadas. La exhibici¨®n del fracaso, sin embargo, es un buen negocio para la prensa rosa o amarilla y un mal camino para nosotros, porque nos convierte en coleccionistas de naufragios, en oscuros visitantes de las ruinas. ?Por qu¨¦ despierta tanta curiosidad la ceremonia de la decadencia? ?En el siglo XXI asistimos al declive de las celebridades y a la comercializaci¨®n de sus problemas como en el XIX se iba a los circos a ver al Hombre Elefante, a la Mujer Liliputiense o a la caravana de personas ins¨®litas que protagonizaron la pel¨ªcula La parada de los monstruos, de Tod Browning, el Esqueleto Humano, las Ni?as Siamesas, el Torso Viviente o el Hermafrodita? Da la impresi¨®n, al menos, de que consideramos a la mayor parte de los que triunfan unos impostores y, en consecuencia, nos gusta que se los desenmascare y humille en p¨²blico, tal vez porque creemos que su castigo, de alguna forma, nos purifica y nos iguala a todos. Luego, s¨®lo hay que mezclar a Albert Camus con Oscar Wilde para estar de acuerdo con el primero en que "es m¨¢s f¨¢cil lograr la fama que merecerla" y con el segundo en que "un tonto nunca se repone de un ¨¦xito". No hay perd¨®n para quienes no saben estar a la altura de las cimas a las que han llegado.
"En Espa?a el ¨¦xito se admira, pero no se perdona", opina Gustavo Bueno
Vapuleamos a los expresidentes, salvo al que est¨¢ enfermo
Contador: "Hay quien quiere verme sancionado para poderlo contar"
La exposici¨®n del cad¨¢ver de Gadafi simboliza el "teatro de la crueldad"
"Creo que el motor de todo esto es el resentimiento", dice el fil¨®sofo Gustavo Bueno, que es autor, entre otros muchos libros, del ensayo Telebasura y democracia. "En Espa?a el ¨¦xito se admira, pero no se perdona, probablemente porque somos muy orgullosos y como en la admiraci¨®n hay casi siempre un punto de acatamiento, sentirla por alguien nos llena de rencor hacia ¨¦l. No hay m¨¢s que ver con qu¨¦ ferocidad tratamos a los expresidentes del Gobierno, que s¨®lo se diferencian de Luis XIV en que a ellos no les cortamos la cabeza".
?Es entonces nuestro pa¨ªs especialmente cruel con sus compatriotas m¨¢s sobresalientes? La escritora Elvira Lindo tambi¨¦n cree que s¨ª: "Los espa?oles tenemos un problema con el ¨¦xito. Aceptamos mal no ya el dinero ajeno, sino casi dir¨ªa que el bienestar ajeno. Es algo cultural y supongo que tiene ra¨ªces religiosas. Aqu¨ª cuando se tiene algo es mejor no ense?arlo ni hacer ostentaci¨®n de ello. Le tenemos miedo a la envidia y a que esa envidia nos estropee los buenos momentos. Por eso veneramos a los ¨ªdolos ca¨ªdos. Cuando una persona est¨¢ en lo alto ayudamos a derrumbarla, y hay una cierta propensi¨®n al linchamiento. Eso s¨ª, cuando esa persona est¨¢ totalmente ca¨ªda, nos vuelve a caer bien, le perdonamos los errores pasados y la comprendemos".
Resulta inquietante darse cuenta del modo en que le da la raz¨®n el epitafio que hizo poner en su tumba el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela: "Si quer¨¦is los mayores elogios, mor¨ªos".
El director de cine Agust¨ªn D¨ªaz Yanes comparte con preocupaci¨®n esas teor¨ªas: "La verdad es que si sumamos las opiniones de Gustavo Bueno y Elvira Lindo, sale un retrato bastante siniestro, que viene a decir que vapuleamos a todos los expresidentes menos a Adolfo Su¨¢rez, porque de ¨¦l ya se ocupa el alzh¨¦imer. Por eso, antes le llov¨ªan las cr¨ªticas a derecha e izquierda y ahora se ha ganado el respeto general. Como modelo de comportamiento da p¨¢nico: significa que las ¨²nicas estatuas que nos interesan son las que terminan arrancadas de sus pedestales y pateadas por el pueblo, como la de Sadam Hussein en Bagdad. S¨®lo que en nuestro caso no se hace para celebrar la ca¨ªda de un dictador, sino para que paguen nuestros platos rotos personas cuyos dos ¨²nicos delitos, en muchos casos, son o haber dejado de tener ¨¦xito o tener demasiado".
Por suerte, nada de eso ocurre s¨®lo en Espa?a. En Estados Unidos, por ejemplo, la polic¨ªa acostumbra a utilizar a los personajes populares para hacerse publicidad, difundiendo sus fotos en comisar¨ªa cuando los detienen y son fichados. Algunas de esas im¨¢genes, en las que se ve a David Bowie, Jim Morrison, Frank Sinatra o Jimi Hendrix bajo arresto, son legendarias, como la de Jane Fonda levantando el pu?o ante la c¨¢mara, tras ser acusada de tr¨¢fico de drogas y resistencia a la autoridad, sin duda para asustarla y que dejase de encabezar manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Y la tradici¨®n sigue ahora con los actores Keanu Reeves, Carmen Electra, Robert Downey, Hugh Grant o, entre otros muchos, Lindsay Lohan, a qui¨¦n los jueces sentenciaron a pasar su libertad condicional trabajando en un tanatorio de Los ?ngeles, donde pronto tocaron a tres paparazzis por cada coche f¨²nebre.
En el deporte, donde tanto los medios de comunicaci¨®n como los aficionados tienden a exaltar los triunfos y dramatizar las derrotas, la muchedumbre parece rugir de placer viendo a Diego Armando Maradona caer desde su mito al lodo; o escuchando al boxeador Myke Tyson decir que est¨¢ sin blanca, cuando antes gastaba miles de d¨®lares en alimentar a los dos tigres que ten¨ªa como mascotas; o contando los torneos que ya no gana y los patrocinadores que abandonan al golfista Tiger Woods, tras acusarle su esposa de un kil¨®metro de infidelidades. En Espa?a, la sombra de la sospecha tambi¨¦n se alimenta de oscuros titulares cuando campeones del nivel del ciclista Alberto Contador o la atleta Marta Dom¨ªnguez son acusados de dopaje. Los dos se han quejado de ser v¨ªctimas de uno de esos linchamientos a los que se refer¨ªa Elvira Lindo. "Me pongo a pensar y me parece incre¨ªble que se me haya hecho un juicio p¨²blico de esa clase, lleno de comentarios gratuitos y malintencionados por parte de personas que parec¨ªan querer que me sancionaran y acabasen con mi carrera para poderlo contar", ha dicho el ganador del Tour de Francia, el Giro de Italia y la Vuelta a Espa?a, cuyo juicio en Lausana, a cargo de la Uni¨®n Ciclista Internacional y la Agencia Mundial Antidopaje, se ha seguido como si fuera la escena final de una pel¨ªcula de suspense.
Y la corredora, persuadida de que tal vez es precisamente el peso de las muchas medallas que ha ganado lo que tira de ella hacia abajo, considera que se ha visto "obligada a sufrir la pena del telediario", porque hasta que fue exculpada de la acusaci¨®n de traficar con sustancias prohibidas en la llamada Operaci¨®n Galgo, "la prensa me trat¨® como a lo peor, mientras que la justicia, en la que conf¨ªo al cien por cien, me ha declarado inocente".
?En eso se han convertido los peri¨®dicos, las emisoras de radio y, sobre todo, las cadenas de televisi¨®n, inundadas de programas donde los colaboradores opinan a gritos y los invitados no se sabe si van a vender su dignidad o a intentar rehacer su castillo con las piedras que le arrojan sus entrevistadores? M¨¢s de uno preferir¨ªa, tal vez, parecerse a estos versos grandilocuentes de Francisco Villaespesa: "Ni la derrota en mi valor reh¨²yo... / Mas, antes de rendirme fatigado, / me encerrar¨¦ en la torre de mi orgullo, / y en sus escombros morir¨¦ aplastado". Pero fuera de los poemas las cosas no son tan sencillas.
El cantante Antonio Orozco cree que "el p¨²blico en general es limpio, es inteligente y es muy generoso, pero parece que en determinadas franjas horarias el deporte nacional no sea el f¨²tbol, sino hacer le?a del ¨¢rbol ca¨ªdo. Y esa gente siempre receta lo mismo, que es la medicina de la desgracia ajena, y lanza un mensaje id¨¦ntico: no se preocupen, por mal que les vaya a ustedes, a estos otros les va a¨²n peor. Y a muchos eso les reconforta y les anima. Y otros se aprovechan de ello". No hemos debido de avanzar mucho, a juzgar por lo que se parece eso a lo que cuenta Nietzsche de la Grecia del siglo V antes de Cristo, en su obra El ocaso de los ¨ªdolos: "La influencia de S¨®crates se bas¨® en su astucia, porque adivin¨® que su fealdad, sus limitaciones y su decadencia moral hipnotizar¨ªan a una sociedad que en todas partes estaba a un paso de la depravaci¨®n; as¨ª que se present¨® como un caso extremo de la miseria colectiva, y lo pusieron en un altar". No por mucho tiempo, porque como se sabe, al final lo condenaron a morir envenen¨¢ndose con cicuta, tras culparlo de cuestionar a los dioses y de corromper a la juventud ateniense. ?Qu¨¦ ¨ªndice de audiencia habr¨ªa tenido hoy la retransmisi¨®n en directo de su suicidio, que desde el siglo XVIII nos hemos tenido que conformar con ver en el cuadro de Jacques-Louis David expuesto en el Museo Metropolitano de Nueva York? ?Hubiera tenido tantas visitas en Internet como el ahorcamiento de Sadam Husein en Irak?
Porque parece que eso, la cuota de pantalla, lo justifica todo. La pregunta es si la telebasura y sus alrededores manipulan a los espectadores o los obedecen, como cree Gustavo Bueno: "La gente le exige a sus televisores que sean espejos adem¨¢s de pantallas, y que en ellos se representen sus propias frustraciones. Es una ecuaci¨®n que sirve de terapia: si esos personajes que fueron conocidos y respetados tienen unas vidas tan complicadas y las nuestras no son ni la mitad de dif¨ªciles, es que en el fondo no nos va tan mal. Y adem¨¢s podemos desahogarnos con ellos". Queda claro que en este mundo no hay nada m¨¢s f¨¢cil que pasar de aplaudidos a abofeteados.
El presentador Jaime Cantizano cree que "los famosos siempre se han consumido deprisa, y m¨¢s ahora, que hay muchos m¨¢s canales de televisi¨®n, todos ellos en busca de una exclusiva, y por a?adidura tambi¨¦n hay una c¨¢mara en cada rinc¨®n del mundo, en cada tel¨¦fono m¨®vil, lo que hace que todo est¨¦ a la vista continuamente, con lo cual es muy dif¨ªcil mantener el misterio. ?C¨®mo iba a haberlo, si todo va a Facebook o a Twitter a los cinco minutos de haber ocurrido, a veces porque lo cuelga la gente y a veces porque lo cuelgan los mismos interesados, que a menudo tienen la obsesi¨®n de reinventarse, para seguir en la brecha? Ahora, s¨ª que es verdad que en Espa?a eso resulta complicado, porque aqu¨ª, primero, olvidamos con rapidez y, segundo, tenemos la costumbre de desechar al que tropieza de un modo en que nunca lo har¨ªan en EE UU, Inglaterra o Alemania".
"Tengo la impresi¨®n", dice el actor Santiago Segura, "de que esa frase nuestra tan c¨¦lebre de 'virgencita, virgencita, que me quede como estoy', tiene una parte oculta, que es 'y que los dem¨¢s empeoren'. Es igual que cuando nos re¨ªmos al ver a alguien caerse en la calle, o dar un tropez¨®n. ?Por qu¨¦ lo hacemos? A lo mejor es porque ver tambalearse a otros nos da sensaci¨®n de estabilidad. Y con respecto a la tele, es probable que nos cueste poco pasar de las ganas de saber a la simple curiosidad y de ah¨ª al morbo, pero todo se puede hacer bien o mal. Manuel Summers, por ejemplo, hizo un documental buen¨ªsimo que se titula Juguetes rotos, donde se cuenta qu¨¦ pas¨® con el futbolista Guillermo Gorostiza, el boxeador Paulino Uzcudum o el torero Nicanor Villalta. Y lo hizo como homenaje, no como burla, ni para conseguir que los espectadores se comparasen con los protagonistas y fuesen felices porque sal¨ªan ganando".
En su reciente libro Historia cultural del dolor, el profesor Javier Moscoso estudia el modo en que la Iglesia y los Estados usaron siempre el arte con fines propagand¨ªsticos e intimidatorios, para que los cuadros en los que se representaban tormentos o ejecuciones fuesen instaurando entre la poblaci¨®n una "econom¨ªa del sufrimiento", un "teatro de la crueldad" y un "museo del horror" en los que "el cuerpo, ya fuera el del criminal o el del m¨¢rtir, estuvo llamado a convertirse en ejemplo".
La exposici¨®n de los cad¨¢veres de Gadafi y su hijo en el congelador de una carnicer¨ªa de Tr¨ªpoli, reproducida hasta la n¨¢usea en todos los monitores del planeta y celebrada por tantos con j¨²bilo, alivio o indiferencia, nos hace pensar que no se equivoca Moscoso cuando dice que "hemos cambiado las s¨¢banas, pero dormimos en camas ajenas nuestros sue?os de violencia".
Reci¨¦n celebradas las elecciones generales, resueltas con la mayor¨ªa absoluta del Partido Popular y la deblacle del PSOE, las palabras ganador y perdedor, ¨¦xito y fracaso, victoria y derrota est¨¢n por todos lados, y dada la situaci¨®n, parece que, esta vez m¨¢s que nunca, muchos votos han sido menos una apuesta pol¨ªtica que un ajuste de cuentas. Algo normal, por otra parte, en el proceso democr¨¢tico.
La pregunta es cu¨¢ntas personas van a brindar por el ¨¦xito de los que han reconquistado el poder y cu¨¢ntas por la capitulaci¨®n, la deshonra o el siniestro total de quienes han tenido que entregarlo, cuyos apellidos se han vuelto sin¨®nimos de hundimiento, cat¨¢strofe, decadencia... ?Miraremos ese proceso con los mismos ojos con los que muchos contemplan los programas de televisi¨®n donde los contertulios, que con frecuencia act¨²an como una especie de Santa Inquisici¨®n por lo civil o Tribunal Supremo de andar por casa, se ensa?an con los personajes de los que hablan, siempre con la moral cargada de cuchillos y en busca de lo vergonzoso, lo obsceno, lo inconfesable?
En uno de ellos, la entrevista a la madre de uno de los imputados por el asesinato de la joven Marta del Castillo ha provocado una reacci¨®n tan indignada de los ciudadanos y de los familiares de la v¨ªctima, que varias empresas han decidido retirar su publicidad del espacio. Pero tambi¨¦n es cierto que esas declaraciones, por las que al parecer se pagaron diez mil euros, fueron seguidas por casi dos millones de espectadores.
"Vivir es ver volver", dijo Azor¨ªn. Es una gran frase, llena de inteligencia y melancol¨ªa, pero muy f¨¢cil de envenenar: s¨®lo hace falta sustituir volver por perder para que se transforme en un pensamiento siniestro.
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