Bu?uel ¨ªntimo e in¨¦dito
Hubo un tiempo en que Luis Bu?uel estaba convencido de que jam¨¢s volver¨ªa a rodar una pel¨ªcula. Fueron los a?os duros del primer exilio en Estados Unidos, reci¨¦n acabada la Guerra Civil, cuando a la di¨¢spora de las generaciones m¨¢s brillantes de artistas, cient¨ªficos, pol¨ªticos e intelectuales espa?oles no les qued¨® otro remedio que esparcirse por el mundo en busca de lugares donde plantar ra¨ªces perdidas.
Pero a falta de equipos t¨¦cnicos, actores con mayor o menor rango de estrella, dinero e historias m¨¢s o menos sorprendentes que contar, el genio surrealista se las arregl¨® con un tomavistas para rodar en la intimidad a su familia y amigos. Aquellos planos robados y rudimentariamente improvisados de sus dos hijos; su esposa, Jeanne, o amigos como Juan Negr¨ªn y Rosita D¨ªaz Gimeno, han aparecido ahora, gracias a la labor de Javier Herrera, bibliotecario y experto en el cineasta, en la Filmoteca Espa?ola.
Bu?uel a Aub: "Me enamor¨¦ de R., pero la mujer de un amigo es sagrada"
Carlos Saura: "La pel¨ªcula refuta muchas verdades preconcebidas"
"Eres un cerdo. por tu culpa estoy en la calle", le dijo Bu?uel a Dal¨ª
Juan Lu¨ªs Bu?uel: "A mi madre la recuerdo siempre en la cocina"
Muestran al Bu?uel m¨¢s ¨ªntimo, m¨¢s cercano y familiar, el padre y el amigo, pero tambi¨¦n al hombre que arrancaba a veces a duras penas sonrisas, juegos de mesa y horas de esparcimiento en casas de campo prestadas. No hab¨ªa ni rastro de aquellas im¨¢genes, pero se supo que estaban rodadas y en alguna parte perdidas, tal y como recoge el cat¨¢logo de la exposici¨®n ?Bu?uel! La mirada del siglo, que tuvo lugar en el Reina Sof¨ªa de Madrid en 1996.
A?os despu¨¦s, revolviendo entre los legajos, los libros, los cuadernos, las cartas, los tricornios y las pelucas que llegaron en cajas a la Filmoteca como legado del artista, Herrera ha hallado estos planos reveladores y los ha diseccionado para entender algo m¨¢s los vericuetos de un personaje tan fascinante como misterioso.
Son ocho minutos rodados en su apartamento de la Calle 83, en Nueva York, en Central Park y en una casa de campo de Maine: "Con toda probabilidad, la de su amigo Alexander Calder", dice Herrera. Tienen dos partes perfectamente diferenciadas. Una dedicada a su hijo Rafael, reci¨¦n nacido, y otra, al mayor, Juan Luis. Este ¨²ltimo reconoce n¨ªtidamente aquellos momentos pasados del exilio familiar m¨¢s reciente y los revive, un tanto extra?ado, pero rigurosamente concentrado, ahora, 70 a?os despu¨¦s, en su casa de Par¨ªs.
El primer plano muestra un tren el¨¦ctrico: "?Aquel tren! Me acuerdo perfectamente", asegura Juan Luis Bu?uel. "Un d¨ªa estaba yo tan tranquilo jugando con ¨¦l y llegaron mi padre, Joan Mir¨® y Calder borrachos. Me echaron de la habitaci¨®n y se pusieron a usarlo ellos".
Padre y ni?o a la vez, eterno y severo gamberro, Luis Bu?uel no dej¨® de bascular en la vida con comportamientos, impulsos y reacciones absolutamente contradictorios. El boxeador aficionado a los insectos, el amante de los c¨®cteles, lector voraz, machista y delirante surrealista, pero a la vez padrazo, las expone a las claras en todo su cine. Sin explicaci¨®n, sin pistas, dej¨¢ndose llevar por esa m¨¢xima que plant¨® tanto en su vida como en su arte y que se resum¨ªa en tres palabras: "Horror a comprender".
Frente a esa frase, en Mi ¨²ltimo suspiro, sus brillantes memorias, Bu?uel antepone otro rasgo que representa todo un motor en su mente creativa: "Felicidad de recibir lo inesperado". La sorpresa, el sue?o, el arrebato, la gu¨ªa inefable e insobornable de la imaginaci¨®n como veh¨ªculo para crear lib¨¦rrimamente. Esa era su ley.
Por eso, Bu?uel fue muchas cosas en la vida y en la historia del arte. Primero, referente de las vanguardias parisienses de principio de siglo, a las que asombr¨® junto a Dal¨ª con Un perro andaluz y La edad de oro. Pero tambi¨¦n padrino inspirador de los autores del boom latinoamericano, que lo idolatraban en M¨¦xico, al tiempo que hab¨ªa dejado huella entre los grandes directores de Hollywood, desde Hitchcock hasta John Ford, o George Cukor y Billy Wilder, que lo agasajaron en su ef¨ªmero regreso a Los ?ngeles.
All¨ª hab¨ªa ido a parar en varios momentos de su vida. Primero, como aprendiz del oficio a sueldo de los estudios. Fue cuando trab¨® amistad, por ejemplo, con Chaplin, a quien quiso ayudar a parir gags. Despu¨¦s, en los a?os malos, como responsable de doblajes al espa?ol. M¨¢s tarde, como leyenda. Ya con su libertad ganada a pulso y reconociendo que nunca se habr¨ªa adaptado a aquel sistema de los estudios. Pero sin rencores, sin resquemores. "Mis pel¨ªculas hubieran sido completamente distintas. ?Qu¨¦ pel¨ªculas? No lo s¨¦. No las he hecho. En consecuencia, no lamento nada".
Desde la grandeza universal reconocida hasta el aragon¨¦s perdido y con dificultades para pagarse el alquiler en una metr¨®poli que deslumbrara y atemorizara a?os antes a su amigo Federico Garc¨ªa Lorca, no hay tanto trecho. Y siempre un nexo, una c¨¢mara a mano con la que matar el gusanillo.
En la primera parte de la pel¨ªcula hallada luce un protagonista: Rafael Bu?uel. Nada se despista del objetivo. Rafael observa el tren, Rafael toma su papilla, Rafael en el ba?o... Es el homenaje de bienvenida al mundo a su segundo hijo, nuevo centro del universo dom¨¦stico, rodado casi ¨ªntegramente en el apartamento de la Calle 83.
Carlos Saura, amigo ¨ªntimo del cineasta, con quien se retaba a un pulso en cada encuentro y perd¨ªa, dice que la pel¨ªcula "refuta muchas verdades preconcebidas". Era un padre preocupado. "Autoritario, pero gran tipo, t¨ªmido; un hombre lleno de paradojas, a quien no le costaba convivir con ellas plasm¨¢ndolas solo en su cine como deseos ocultos, pero no en la vida real".
Junto al ni?o aparece sonriente su madre, Jeanne, que cont¨® su sacrificada vida de entregada esposa junto al cineasta en Memorias de una mujer sin piano. "A mi madre la recuerdo siempre en la cocina", rememora Juan Luis. Bu?uel la hab¨ªa conocido en Par¨ªs en 1925 y mantuvieron un matrimonio de 52 a?os del que, dice ella, nacieron sus dos "ni?os del agua": uno, concebido en el ba?o, y otro, en la ducha.
Los a?os de Nueva York, con empleos que le manten¨ªan alejado de la vena incesantemente creativa, fueron duros, pero no tanto como para perder la integridad. "Un d¨ªa ¨ªbamos mi padre y yo por la calle, di una patada a una bolsa y aparecieron 50 d¨®lares. En lugar de qued¨¢rnoslos, decidi¨® dejarlos en una comisar¨ªa. All¨ª nos dijeron que pasado un plazo legal podr¨ªamos reclamarlos. Lo hicimos en cuanto se cumpli¨® el tiempo, y nos dieron el dinero. Con eso, mi padre hizo varias compras".
Los 50 d¨®lares de entonces daban para mucho. Era lo que costaba el alquiler de una casa, que Jeanne describe en su libro: "Consist¨ªa en una salita, la cocina, una habitaci¨®n y un ba?o. Los ni?os y yo dorm¨ªamos en el cuarto. Mi marido, en el sof¨¢ de la sala. No nos import¨® estar apretados: ?era nuestra casa!".
Algunos amigos no ayudaban. "Dal¨ª, por ejemplo", recuerda Juan Luis. El desencuentro entre los anta?o ¨ªntimos de los tiempos de la Residencia de Estudiantes de Madrid ha sido un episodio estudiado a fondo y reconocido por ambos en sus memorias personales.
"Mi padre le pidi¨® dinero, y ¨¦l respondi¨® que los amigos no se prestan", comenta el hijo. Eso, unido a la denuncia de izquierdista y ateo
-"lo que era peor en Estados Unidos", comenta el propio Bu?uel en su libro-, le costaron el cargo que su amiga Iris Barry le hab¨ªa conseguido en el Museo de Arte Moderno de Nueva York como productor asociado, encargado de supervisar pel¨ªculas de propaganda antinazi a las ¨®rdenes de Nelson Rockefeller. "Era un buen puesto. ?bamos a buscarle a un despacho que quedaba justo al lado del Gernica", recuerda Juan Luis.
Hubo un encuentro en Manhattan al que Bu?uel acudi¨® con ganas de pegarle. Pero acabaron conversando de los viejos tiempos, los viejos amigos, la famosa orden de Toledo y las salidas por el Madrid nocturno. "Pero despu¨¦s no hubo m¨¢s", comenta su hijo. El padre reconoci¨® la faceta genial de Dal¨ª por el hecho de serlo, pero tambi¨¦n su man¨ªa por el exhibicionismo, que le repateaba.
No todo eran decepciones para don Luis. Contaba con muchos amigos cercanos. Del exilio, de las letras y del arte. El escultor Calder y Juan Negr¨ªn, hijo del jefe del Gobierno de la Rep¨²blica, fueron dos ejemplos cercanos. La segunda parte de la pel¨ªcula da prueba de ello. Est¨¢ dedicada a su hijo mayor y va antecedida de un r¨®tulo que dice "Vanvis Bu?uel, 1941". Para Javier Herrera, el encabezado era un misterio. Pero el protagonista lo resuelve al ver el cartel: "Cuando yo era peque?o no me sal¨ªa bien mi nombre pronunciado. En vez de Juan Luis, dec¨ªa eso: 'Vanvis'. As¨ª que se le qued¨® el mote.
Vanvis juega en los columpios, se refresca en una charca para ahuyentar el bochornazo neoyorquino de julio. Vanvis y su padre tratan de cazar una ardilla, luego, el ni?o sale corriendo hacia una casa perdida junto a un lago, sube al desv¨¢n con un candil, como en una pel¨ªcula de misterio...
La localizaci¨®n de esta parte se sit¨²a en Central Park y en el para¨ªso junto a un lago de Maine. All¨ª se re¨²nen los Bu?uel con Juan Negr¨ªn y la actriz Rosita D¨ªaz Gimeno. Juegan al pimp¨®n, al bal¨®n volea sin bal¨®n y a las damas chinas... Ellas visten pantalones; ellos, camisas amplias de cuadros y sport. "Mientras en Espa?a ¨ªbamos de negro y con boina, algunos exiliados demuestran cu¨¢l es el estilo del pa¨ªs que tuvo que salir fuera de sus fronteras simplemente por la forma de vestir o con un tomavistas", asegura Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n. Era la di¨¢spora moderna, adelantada, bien formada, abierta de mente. Una Espa?a que se difumin¨® y se perdi¨® para el progreso.
La pareja de amigos mantuvo una relaci¨®n especial con la familia Bu?uel. "Juan sab¨ªa de los problemas de o¨ªdo de mi padre y ya le quer¨ªa operar. Pero ¨¦l se neg¨®", comenta el hijo mayor de Bu?uel. Negr¨ªn acab¨® ejerciendo de neurocirujano en la ciudad. En sus problemas de escucha, seguramente, influy¨® su afici¨®n por disparar armas. "Recuerdo siempre a mi padre disparando fuera de casa o leyendo dentro".
En la segunda parte hay otro personaje que cobra una importancia fundamental. "Rosita era guap¨ªsima, muy lista, y Negr¨ªn estaba muy enamorado de ella", comenta Juan Luis. Ocurr¨ªa que, al parecer, su padre tambi¨¦n...
Los diarios de Max Aub dan una pista. Bu?uel la hab¨ªa conocido en Los ?ngeles en el a?o 1934, doblando pel¨ªculas para la Paramount. Trabaj¨® en teatro y televisi¨®n y form¨® parte del consejo asesor del Departamento de Lengua y Literatura de Princeton. Era muy amiga de Bu?uel, tanto, que, de hecho, acab¨® siendo madrina de Rafael, algo que su madre no vio mal en sus memorias: "Era guapa, con personalidad, a Luis le encantaba. Desde antes eran amigos de Luis, pero yo los conoc¨ª en Nueva York... Ten¨ªan bastantes joyas. Nos hicimos ¨ªntimos".
Incluso llegaron a pensar en abrir juntos un bar, como recogi¨® Fernando Gabriel Mart¨ªn en El ermita?o errante. La intimidad casi toma otro cariz, tal como Bu?uel confes¨® a Aub en una carta: "En Nueva York, Jeanne viv¨ªa bastante lejos, quiero decir, viv¨ªamos bastante lejos, y se ocupaba de los ni?os. Ten¨ªamos poco dinero. Yo trabajaba en el museo y me enamor¨¦ de R". Pero luego agreg¨®: "Hoy me alegro de que no pasara nada. Para m¨ª, la mujer de un amigo es sagrada". Aunque hay m¨¢s detalles a?adidos por Max Aub en sus Diarios, siempre con iniciales y refiri¨¦ndose a Rosita como R. y a Negr¨ªn como J. Cuenta el escritor que Bu?uel, a?os despu¨¦s, todav¨ªa la recordaba: "Habl¨¢bamos largo rato de R. D., tra¨ªda a cuenta por Sert. Nada nuevo, algunas precisiones in¨²tiles, pero graciosas: J. en el and¨¦n del metro -del tren- de Long Island, y ¨¦l, con R. Apretujados en el vag¨®n, bes¨¢ndose con af¨¢n, por primera vez".
Los Negr¨ªn acabaron adapt¨¢ndose al estilo de vida americano. Bu?uel y Jeanne lo habr¨ªan, probablemente, conseguido. Pero su destino era seguir haciendo cine. No all¨ª. Si se hubiera quedado en Nueva York, podr¨ªa haber abandonado el oficio. Pero las denuncias, la precaza de brujas, el ambiente antiizquierdista nada propicio para un integrante del surrealismo, acab¨® beneficiando su vocaci¨®n. No sin antes desesperarse, es cierto. Pero el azar, esa gran fe que profesaba Luis Bu?uel, su ¨²nica religi¨®n, le ten¨ªa marcado otro camino.
Las presiones de un tal Mr. Pendergast, ultracat¨®lico que hab¨ªa tomado m¨¢s que en serio las confesiones de Dal¨ª sobre Bu?uel en la que fue primera entrega de sus memorias -tituladas Vida secreta de Salvador Dal¨ª-, llegaron al Departamento de Estado. Quienes durante un a?o se hab¨ªan dedicado a escondidas a defenderle y ahuyentar los golpes para que no le salpicara nada no pudieron seguir. Los ecos de una escandalosa La edad de oro, en la que Bu?uel equiparaba a Cristo con el marqu¨¦s de Sade, eran demasiado. Bu?uel decide dimitir, pese a que sus superiores le aconsejan no hacerlo. Dal¨ª no mueve un dedo. "Fue la venganza fr¨ªa por haberle obviado de los t¨ªtulos de cr¨¦dito en aquella pel¨ªcula", cree Herrera.
Del despacho del MOMA, con una ci¨¢tica que le atormentaba y muletas, consigue algo puramente alimenticio como es grabar textos para documentales del ej¨¦rcito americano, distribuidos despu¨¦s por Am¨¦rica Latina como propaganda. Furioso, recuerda en sus memorias, se cita con Dal¨ª dispuesto a pegarle. Le dice: "Eres un cerdo. Por tu culpa estoy en la calle". ?l responde: "He escrito este libro para hacerme un pedestal a m¨ª mismo, no para hac¨¦rtelo a ti".
Bu?uel se guarda la bofetada. Solo se volvieron a ver una vez. Viejos ya, seguramente liberado ¨¦l de todo rencor, declara que le hubiese gustado tomarse una ¨²ltima copa de champ¨¢n con el pintor. Dal¨ª, que lo hab¨ªa intentado repetidas veces sin ¨¦xito, responde: "A m¨ª tambi¨¦n, pero no bebo".
Los a?os de Nueva York fueron amargos, pobres y poblados de incertidumbre. Pero tambi¨¦n, felices. El documental muestra esa jovialidad, al Bu?uel atl¨¦tico y familiar, jam¨¢s dispuesto a renunciar a la mesa de la amistad. Las im¨¢genes son elocuentes. Y muy importantes para el cr¨ªtico Carlos Boyero, un amante del cine ensimismado por el mundo de Bu?uel hasta tal punto, que una vez, adolescente, le persigui¨® por las calles de Toledo mientras rodaba Tristana. "Esta pel¨ªcula reci¨¦n descubierta me har¨ªa gracia si no supiera qui¨¦n es su autor", comenta. "Las im¨¢genes, con un sabor a?ejo, hablan de una cotidianidad feliz. Sabiendo que es Bu?uel, el creador de algunas de las pel¨ªculas m¨¢s desgarradas, torturadas, crueles y corrosivas de la historia del cine, descubrir que este hombre cuya cabeza era un volc¨¢n, que usaba los sue?os para dinamitar las convenciones y constatar que era un padre feliz, un marido complaciente, vete a saber si amante... Verle filmar a su hijo en cosas tan cotidianas como el ba?o, la papilla o captar sus risas, resulta conmovedor".
Lo mismo que su imagen, tan intensa, inquietante, sorprendido en momentos por la c¨¢mara cuando, tanto Juan Luis Bu?uel, como Herrera, creen que es Rosita D¨ªaz quien rueda: "Verle ensimismado jugar a las damas chinas", seg¨²n Boyero, "disfrutando de su plenitud, de su madurez, a quien se sabe iconoclasta y salvaje, convierten estas im¨¢genes en un documento ¨²nico".
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