Fogonazos
El otro d¨ªa me enter¨¦ de que una estrella hab¨ªa asesinado a otra estrella introduci¨¦ndose subrepticiamente en su n¨²cleo y originando, al fusionarse, el consiguiente agujero negro. Si no mediara el asesinato, yo dir¨ªa que se trata de un orgasmo c¨®smico que, al parecer, dur¨® media hora, seg¨²n nos informan. Aunque media hora no sea desde?able, uno echa de menos que esas cosas no duren m¨¢s. El evento, captado por un equipo liderado por astrof¨ªsicos espa?oles, publicado en la revista Nature y recabado por Tino Pertierra en su secci¨®n de La Nueva Espa?a, no pod¨ªa pasar inadvertido en esta p¨¢gina deportiva. Se trata de tropiezos siderales como el de Shakira y Piqu¨¦ bajo s¨¢banas azulgrana o el de Cristiano y Cerezo sobre mesa con mantel. Para colmo, y alentando suspicacias, se nos habla de un espectro extraordinariamente potente (sic) y, a eso, lo llaman Erupci¨®n de Navidad o GRB101225A. Como no me acuerdo ni del n¨²mero de mi m¨®vil, prefiero quedarme con la primera denominaci¨®n. En definitiva, una eyaculaci¨®n de este tipo, se nos advierte, podr¨ªa llegar a la Tierra desde cualquier punto del espacio y provocar, durante unos segundos, un fogonazo tan fulgurante como el de las luces navide?as prematuramente despilfarradas en las calles de Madrid.
Recuerdo, al respecto, un diciembre de otros tiempos en los que en el campo de El Molin¨®n colocaron los primeros focos, encaramados en cuatro torretas, que permitir¨ªan jugar con nocturnidad y, seg¨²n las malas lenguas, con cierta alevos¨ªa cada vez que se produjera un apag¨®n en noches sin luna. La medida fue tachada de derroche innecesario, ya que no exist¨ªan, por aquel entonces, razones televisivas para que los partidos no se jugaran a pleno d¨ªa. En algunos estadios, la potencia de los primitivos focos ocasionaba deslumbramientos y contracturas musculares adem¨¢s del exterminio de miles de insectos voladores que dieron su vida, sin saberlo, por el f¨²tbol como nosotros la damos, sin entenderlo, por el Mercado.
Retomando las cuestiones luminot¨¦cnicas, ocurri¨® recientemente que, de la mano de Dios, tuve una iluminaci¨®n digna del Siglo de las Luces, con perd¨®n, en la efervescente concavidad del Palacio de Vistalegre. Dios, por cierto, se llama Juan. Para ser m¨¢s exactos, Juan de Dios Rom¨¢n. Famoso entrenador y actual presidente de la federaci¨®n de balonmano que, con t¨¢cito reproche, me llev¨® a ver el encuentro entre el BM Atl¨¦tico de Madrid y el KS Vive Targi Kielce, polaco, primer partido de balonmano que yo presenciaba en directo desde los remotos tiempos en los que lo practicaba de alero izquierdo en campo de hierba y once contra once. Pronto comprend¨ª que el balonmano hab¨ªa experimentado una evoluci¨®n m¨¢s radical que la del f¨²tbol. En aquella olla resonante, vapuleada sin tregua y sin resuello, la pelota sobrevolaba la pista, yendo y viniendo en uno y otro sentido, como a merced de un vendaval. Al estar penalizada la pasividad, los jugadores no pod¨ªan permitirse la menor p¨¦rdida de tiempo, ni simulaciones ni aspavientos, y los goles y las jugadas se suced¨ªan a un ritmo feroz.
El f¨²tbol se me antojaba ahora un vals de ping¨¹inos en torno a un bal¨®n y estando, como estaba, sentado al lado de Dios, tuve la delirante revelaci¨®n de que, si los jugadores de la cancha del Vistalegre aceleraran a¨²n m¨¢s su vertiginosa ejecutoria, no necesitar¨ªan neutrinos para sobrepasar la velocidad de la luz y compartir el orgasmo de las estrellas. Ya lo dice Mill¨¢s en sus Articuentos: todo lo que el universo tiene de real se debe a su costado fant¨¢stico o imaginario.
Para corroborar el aserto, anoche se me apareci¨® el gallo de Pit¨¢goras. En su Elogio de la locura, Erasmo cuenta que el gallo de Pit¨¢goras era capaz de metamorfosearse en hombre, en fil¨®sofo, en mujer, en rey, en campesino, en pez, en caballo, en rana o en esponja. Pues bien, en esta ocasi¨®n se hab¨ªa transformado en Ibrahimovic y me mostr¨® sendos tatuajes en ambas nalgas, grabados con tinta y fuego. En la izquierda, un cinco. En la derecha, un cero. "Este ser¨¢ el tanteo con el que Mourinho barrer¨¢ a Guardiola en el Bernab¨¦u", augur¨® vengativo y, con luciferinos destellos, a?adi¨®: "Ahora sabr¨¢ el fil¨®sofo lo que vale un peine".
"No es precisamente un peine lo que necesita Guardiola", pens¨¦ yo para mis adentros; "pero, ya que domina el f¨²tbol sala, pod¨ªa adoptar, de vez en cuando, alguno de esos arrebatos de balonmano con los que Mourinho suele noquear a los adversarios".
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