Don Giovanni est¨¢ en el p¨²blico
Daniel Barenboim debuta como director musical de La Scala de Mil¨¢n
No es Don Giovanni una ¨®pera como las otras. Tiene tal capacidad de fascinaci¨®n que, como ha afirmado el l¨²cido pensador Antoni Mar¨ª en su ensayo La tentaci¨®n de lo absoluto (Tusquets, 2006), su escucha aturde la capacidad de un juicio cr¨ªtico al uso, desembocando en "una secuencia del pensar que, llevada por un torrente de ideas, recuerdos, analog¨ªas y comparaciones, avanza impulsada por los acontecimientos, sin que haya lugar posible para la reflexi¨®n sobre lo que est¨¢ sucediendo". Hace 24 a?os que se eligi¨® por ¨²ltima vez Don Giovanni para la apertura de la temporada de La Scala. Eran otros tiempos y se hablaba a bombo y platillo en los medios de comunicaci¨®n del Don Giovanni del siglo, con un optimismo que hoy despierta sonrisas de nostalgia. Bien es verdad que dirig¨ªa un luminoso Riccardo Muti con su habitual vitalidad mediterr¨¢nea y se hac¨ªa cargo de la escena Giorgio Strehler, con sus po¨¦ticos claroscuros de un teatro que defend¨ªa por encima de todo la condici¨®n humana.
El Comendador se sent¨® en el palco, entre Mario Monti y Giorgio Napolitano
Era el espect¨¢culo que aquellos tiempos demandaban, lo mismo que la propuesta del nuevo director musical de La Scala, Daniel Barenboim, con la puesta en escena de Robert Carsen, es una de las soluciones posibles en el momento actual para enfrentarse a esta obra sin hacer el rid¨ªculo. En la sala se celebraba la puesta de largo cultural del nuevo Gobierno italiano y en la calle estudiantes y parados se quejaban de la situaci¨®n econ¨®mica, con el fondo de un despliegue policial colosal.
El escritor Anthony Burgess public¨® hace un cuarto de siglo en este peri¨®dico un art¨ªculo cuyo t¨ªtulo no deja lugar a dudas: Todos somos Don Giovanni. De esa idea parte Robert Carsen para su propuesta en La Scala. El personaje que da t¨ªtulo a la obra est¨¢ en la sala y sube al escenario para comenzar una reflexi¨®n sobre las 1.000 caras del teatro y sus correspondencias con la vida, en un juego de espejos, telones, colores de las butacas y hasta dise?os de los programas de mano, que provocan una relaci¨®n dial¨¦ctica enriquecedora entre el espectador y lo que se est¨¢ contando, intent¨¢ndose que el p¨²blico viva desde dentro la experiencia de la ¨®pera en su teatro milan¨¦s. Hay cuadros pl¨¢sticos de una gran capacidad de sugerencia conceptual y hasta intelectual. Por la sala deambulan en algunos momentos los personajes de Do?a Anna, Do?a Elvira, Leporello o Don Ottavio, e incluso el Comendador aparece, como convidado de piedra en el palco real -por casualidad entre el presidente Giorgio Napolitano y el primer ministro Mario Monti- para aceptar la invitaci¨®n del libertino y poner orden a los excesos inc¨®modos para las fuerzas de la raz¨®n. Es un golpe de humor esa asociaci¨®n entre los personajes del teatro y la pol¨ªtica, que sirve de respiro a una sucesi¨®n de hallazgos de continuidad narrativa o belleza conceptual. El trabajo de Carsen es s¨®lido y solamente al final, con la muerte de Don Giovanni y el desenlace posterior, se le va de las manos. No es la de Carsen una reivindicaci¨®n del espacio vac¨ªo a lo Brook, ni una defensa de la naturaleza a lo Guth, ni una apuesta social como la de Haneke, pero funciona la mayor parte del tiempo. No es poco.
A Barenboim un espectador le censur¨® a gritos en el intermedio que los tempos eran "troppo lentos". Peliaguda cuesti¨®n. Especialmente, porque Barenboim mira con el rabillo del ojo a Furtw?ngler y siente al fondo el pensamiento de Kierkegaard sobre el seductor. En Salzburgo, cuando hizo Don Giovanni con Ch¨¦reau no extra?¨® a nadie esta aparente lentitud. Debe ser cuesti¨®n de sensibilidad latina o que los fantasmas de Muti aparecieron por momentos. La versi¨®n musical tuvo serenidad, rigor y densidad. No quiero decir que sea mejor o peor que otras. Es simplemente as¨ª. Se presentaba como de primera el elenco vocal. Ah¨ª tengo m¨¢s dudas. Excepto en el personaje de Leporello que, gracias a Bryn Terfel, estuvo sencillamente genial. Compuso muy bien Peter Mattei el personaje de Don Giovanni, fundamentalmente desde la perspectiva teatral. La supervalorada Anna Netrebko (Do?a Anna) es superior en su capacidad expresiva y presencia esc¨¦nica que en su matizaci¨®n ling¨¹¨ªstica. Barbara Frittoli se entreg¨® al l¨ªmite como Do?a Elvira, pero se las vio y se las dese¨® en el aria Mi Trad¨ª. Giuseppe Filianoti transmiti¨® muy poca cosa de Don Ottavio y la pareja popular de Zerlina y Masetto, as¨ª como el Comendador, pasaron sin pena ni gloria. Fue, en cualquier caso, un m¨¢s que estimable Don Giovanni. Las aclamaciones en la sala al presidente Napolitano lanzaron un gui?o a la atm¨®sfera oper¨ªstica del XIX. Se ha hecho en esta ocasi¨®n un esfuerzo de divulgaci¨®n con esta ¨®pera en los barrios milaneses, habi¨¦ndose tambi¨¦n transmitido en directo a m¨¢s de 400 cines del planeta, de los cuales 130 son italianos. Los beneficios del estreno -las entradas de platea cuestan 2.000 euros- se han destinado a fines ben¨¦ficos. Es la otra cara de la moneda.
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