Lady Macbeth de Mtsensk: una mirada
En la Lady Macbeth de Mtsensk del Teatro Real Katarina Ismailovna lleva una melena platino como las hero¨ªnas fatales del cine negro y vive encerrada en una especie de jaula transparente que es como un pabell¨®n de Mies van der Rohe. El espacio es mucho m¨¢s eficaz mientras no incurre en grandes complicaciones de escenograf¨ªa, cuando su concavidad rigurosa la llenan sobre todo la m¨²sica, las voces singulares, la fuerza tremenda de los coros. Como Barbara Stanwyck en Perdici¨®n, Katarina atrae a los hombres con el im¨¢n imp¨²dico de su ofrecimiento sexual y desencadena calamidades de las que ella misma acaba siendo v¨ªctima. Katarina est¨¢ emparentada con la Lul¨² y la Marie de Alban Berg, pero en ella, y en el mundo que la rodea, hay un grado de exasperaci¨®n al que muy pocas veces se ha atrevido la ¨®pera, un nihilismo de desastre que tiene su exacta transposici¨®n en los sonidos de la orquesta, en la intensidad s¨ªsmica de los fort¨ªsimos y de las escenas corales. En los momentos de culminaci¨®n la m¨²sica desborda literalmente el espacio del foso: los metales m¨¢s imponentes se alinean en dos pasarelas a los dos lados del escenario, y los m¨²sicos que los tocan se convierten tambi¨¦n en testigos severos de los arrebatos de deseo y desgracia que invocan.
Westbroek canta su papel con una vehemencia enajenada
Sinf¨®nica y coro pocas veces me han producido un efecto tan rotundo
Ella desencadena calamidades de las que acaba siendo v¨ªctima
No hay concesi¨®n a los embustes edificantes de la propaganda
Uno comprende que Stalin y sus edecanes se marcharan a la mitad de aquella funci¨®n que fue la ¨²ltima. En Lady Macbeth de Mtsensk no hay la menor concesi¨®n no ya a los embustes edificantes de la propaganda, sino ni siquiera a las concesiones sentimentales propias de cualquier arte, m¨¢s a¨²n de la ¨®pera. Los ricos son tir¨¢nicos, codiciosos y malvados, pero los pobres son brutales, los polic¨ªas ladrones, los curas borrachos e hip¨®critas; la soledad conduce al delirio; el deseo, al abuso y al crimen; y basta la posibilidad de una agresi¨®n impune contra un indefenso para que una multitud se convierta en manada. Comparar esta Lady Macbeth con La nariz, la primera ¨®pera de Shostakovich, escrita solo unos a?os antes, es muy instructivo, tanto por las diferencias como por las semejanzas. La truculencia iconoclasta es la misma, como si Shostakovich no acabara de enterarse de que en pleno estalinismo las bromas vanguardiastas de los a?os veinte ya se han terminado: tambi¨¦n se parecen las dos ¨®peras en la voluntad de incluir al mayor n¨²mero posible de tipos humanos y de grupos sociales en el carnaval de la s¨¢tira. Pero en el curso de esos pocos a?os Shostakovich ha cumplido el aprendizaje necesario que lleva del gusto exclusivo por la demolici¨®n de monigotes a la hondura en el retrato de la condici¨®n humana. Y sus recursos dram¨¢ticos y musicales se han ensanchado en la misma medida: el gusto modernista por el pastiche irreverente se mantiene intacto, pero la orquestaci¨®n se mide con las amplitudes sinf¨®nicas de Mahler para abarcar igual que ellas la banalidad y la maravilla, los extremos de lo grotesco, la quietud de la noche, la serenidad lejana de la naturaleza, la promesa nunca cumplida de la plenitud. El compositor construye su estilo examinando la propia tradici¨®n con una actitud simult¨¢nea de reverencia y saqueo: Mussorgsky y Stravinsky, la m¨²sica popular y los cantos lit¨²rgicos, el melodrama y el circo.
El desaf¨ªo es abrumador, y el resultado casi siempre extraordinario, sobre todo, a mi juicio, en la parte musical, en la orquesta y las voces. La Sinf¨®nica de Madrid y el coro del Teatro Real pocas veces me han producido un efecto tan rotundo de inmersi¨®n total en un oc¨¦ano sonoro. Eva-Maria Westbroek canta su papel con una vehemencia enajenada.
Dicho esto, uno se pregunta cu¨¢l es la necesidad de pasear por la escena a unos perros visiblemente despavoridos, o de forzar a los cantantes a situaciones de humillaci¨®n f¨ªsica o a gesticulaciones sexuales casi tan embarazosas de ver como de interpretar. Pero est¨¢ visto que esa es la moda, que incluye tambi¨¦n al parecer grandes andamios, planchas de rejilla met¨¢lica, tubos fluorescentes, figuras envueltas en mallas de la cabeza a los pies retorci¨¦ndose por el suelo, masas de gente arracimada y medio desnuda como de manicomio sovi¨¦tico, algunas de ellas con aspavientos de epilepsia, etc. Todo tan confortablemente tradicional a estas alturas como los castillos de cart¨®n piedra y los pelucones medievales de las ¨®peras de hace un siglo.
Para provocador, Shostakovich.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.