Se acab¨® el chantaje
Ha muerto una Europa y otra ha empezado a nacer. La cumbre ha alumbrado al fin un gran proyecto -aunque a¨²n incompleto- de uni¨®n econ¨®mica que complete la monetaria iniciada con la creaci¨®n del euro en 1999. Se jugaba la supervivencia de la moneda ¨²nica, quiz¨¢ la del mercado interior e incluso la de la propia Uni¨®n. Pero ha tenido que prescindir de lastre, de quien se negaba a dar el paso, Reino Unido, por intereses nacionalistas, gallin¨¢ceos o fundamentalistas.
Contra lo que pueda parecer, no surge una UE m¨¢s fracturada, porque las fracturas ya estaban, pero siempre se aplazaba su sutura. No nace una Uni¨®n con menos miembros, porque los 27 seguir¨¢n siendo 27. Pero albergar¨¢n dentro una eurozona ampliada m¨¢s articulada, una Uni¨®n premium, con voluntad expresa de emprender no solo su "integraci¨®n presupuestaria", sino tambi¨¦n de trazar una "pol¨ªtica econ¨®mica com¨²n". Palabras mayores.
La ¨²nica doble velocidad inquietante no es la de la UE, sino la del dinero y la de la democracia
Se inaugura as¨ª la doble velocidad formal, que permitir¨¢ sortear el chantaje del veto de un solo socio, posibilitado por la persistencia del voto por unanimidad, esa reliquia. Lo que conduc¨ªa a la par¨¢lisis. Como por ejemplo, ante la necesidad de avanzar hacia una uni¨®n econ¨®mica que comportara mayor regulaci¨®n financiera y bancaria, una convergencia impositiva (al menos en sociedades y con la tasa Tobin) y la desaparici¨®n de estatutos privilegiados.
Hay que dar la bienvenida a esa doble velocidad, porque la velocidad ¨²nica que ten¨ªamos no era velocidad, era arrastrarse siempre al ritmo lento del socio m¨¢s indolente o insolidario. Ahora habr¨¢ un "grupo de vanguardia" (como evocaba Jacques Delors), nutrid¨ªsimo, quiz¨¢ de 26 socios. Un "n¨²cleo duro", como por vez primera propusieron, el 1 de septiembre de 1994, los dem¨®crata-cristianos alemanes Karl Lammers y Wolfgang Sch?uble en un sonado documento (Reflexiones sobre la pol¨ªtica europea). Deseaban entonces que las distintas velocidades no implicaran "el abandono de la esperanza de que Gran Breta?a asumir¨¢ su papel en el coraz¨®n de Europa ya s¨ª en su n¨²cleo". Vana esperanza.
Esas f¨®rmulas abrieron paso a incluir en el Tratado las "cooperaciones reforzadas" y las "cooperaciones estructuradas", como la prevista para la eurozona en el art¨ªculo 136. Y eso no desemboca necesariamente en una "Europa a la carta", m¨¢s desordenada, con capas impermeables de miembros siempre condenados a no promocionar de categor¨ªa. Para evitarlo conviene recordar que esas cooperaciones exigen el respeto al acervo jur¨ªdico comunitario y a la autoridad de las instituciones comunes. Ser¨¢n asociaciones m¨¢s estrechas, pero deber¨¢n quedar siempre abiertas a la incorporaci¨®n de los restantes socios.
La luz verde al nuevo Tratado certifica el segundo funeral de la EFTA, que parec¨ªa haberse infiltrado en (e infectado a) la Uni¨®n. La EFTA era la asociaci¨®n de libre comercio que promovi¨® en 1959 Reino Unido para competir contra la Comunidad Econ¨®mica Europea creada por el Tratado de Roma en 1957. La alternativa de una zona de mero librecambio sin articulaciones econ¨®micas superiores muri¨® por deserci¨®n, al ingresar algunos de sus socios m¨¢s relevantes (Austria, Finlandia, Suecia) en la UE en la ampliaci¨®n "n¨®rdica" de 1995. Qued¨® en un Espacio Econ¨®mico Europeo que ha servido como sala de espera y aprendizaje para los candidatos a¨²n inmaduros. Pero si la EFTA-instituci¨®n qued¨® arrumbada, no as¨ª su filosof¨ªa, que Londres impulsa a¨²n, apoyando con ¨ªmpetu cualquier ampliaci¨®n, porque as¨ª era m¨¢s f¨¢cil diluir la cohesi¨®n interna del club, y ejerciendo un -casi siempre sofisticado- filibusterismo institucional.
Todas las ampliaciones (al oeste, al sur, al norte y al este) fueron precedidas o inmediatamente seguidas de una profundizaci¨®n, a trav¨¦s de una reforma del Tratado, para que no chirriasen las costuras de la asociaci¨®n, inicialmente pensada para seis socios y hoy casi quintuplicada. Pero la escasa vivacidad de los avances europeos desde la vigencia del ¨²ltimo gran texto, el de Lisboa, demuestra que este estaba incompleto (sobre todo en lo econ¨®mico, con cambios menores desde Maastricht) y era poco funcional para permitir decisiones ¨¢giles a un grupo de 27 Gobiernos.
Con la de ahora, las grandes mutaciones hacia la unificaci¨®n econ¨®mica se han producido cada 20 a?os. En 1970, el Informe Werner abri¨® paso a una coordinaci¨®n que culmin¨® en el Sistema Monetario Europeo (la segunda serpiente) de 1979. En 1991, el Tratado de Maastricht dise?¨® la moneda ¨²nica, creada en 1999. En 2011, nos azoraban con una uni¨®n fiscal limitada a vigilar la disciplina presupuestaria, y se han puesto las bases de un compromiso m¨¢s amplio de integraci¨®n econ¨®mica.
El paradigma anterior exig¨ªa mantener a todos en el mismo barco a cualquier precio. Ganaba as¨ª el chantajista. Con Margaret Thatcher y John Major, pero tambi¨¦n con Tony Blair y Gordon Brown, aunque menos, en caso de conflicto el problema lo ten¨ªa Europa. Ahora el drama es para Reino Unido. Si hay niebla en el canal de la Mancha, no es que "El continente est¨¢ aislado", como rezaba un legendario titular period¨ªstico: las marginadas son las islas. Y si perdemos un poco de Gran Breta?a, ganamos a cambio un mucho de Polonia, la revelaci¨®n europe¨ªsta de la temporada.
Con la experiencia de medio siglo largo, la renovada Uni¨®n debe plantearse la eliminaci¨®n del requisito de unanimidad. No ya por furor europe¨ªsta, sino por pragmatismo. Desde que se liberalizaron los movimientos de capitales en los a?os ochenta y se gener¨® la globalizaci¨®n, mercados y agentes financieros toman sus decisiones casi al nanosegundo. Mientras que Gobiernos e instituciones forcejean durante meses para conseguir redactar un reglamento que, una vez impreso, requiere al instante ser modificado. Las decisiones por mayor¨ªa cualificada deben ser la norma, tambi¨¦n por ser m¨¢s r¨¢pidas. Es la ¨²nica manera de adaptarse a la velocidad de los mercados e intentar encauzarlos. La v¨ªa para superar la ¨²nica dualidad de velocidades que de verdad debe preocuparnos: la del dinero y la de la democracia.
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