Ay, ay, ay, el balonmano
Hab¨ªa tortas en el internado de mi infancia por pillar los campos de f¨²tbol, las canchas de baloncesto, la pista de hockey sobre patines (con el cruel escarnio cada vez que un torpe, despu¨¦s de esfuerzos involuntariamente c¨®micos para no caerse, se desparramaban por el suelo), pero la cancha de balonmano casi siempre estaba vac¨ªa. Hasta que apareci¨® un atleta con mu?eca elegante y prodigiosa marcando goles incre¨ªbles, que convert¨ªa en un espect¨¢culo hipn¨®tico cada uno de sus gestos. Y el balonmano se hizo popular. Hasta aquellos que convert¨ªan en un hilarante drama algo aparentemente tan sencillo como sujetar la pelota con la mano quer¨ªan tirarse el rollo con este deporte.
Ferr¨¦ sospechaba con regocijo que el maligno era el perverso responsable del aburrimiento de los Reyes. Sin embargo, imagino que lo que m¨¢s a?ora en estos aciagos d¨ªas Su Majestad es el aburrimiento, que todo est¨¦ despojado del menor inter¨¦s para sus sentidos. De acuerdo: la imagen es f¨¢cil o chusca. Pero imagino que el balonmano ocupa un lugar fijo e indeseable en las pesadillas actuales del Monarca. No sabemos si a la esposa de Urdargarin lo primero que le fascin¨® de ¨¦l fue su contrastado talento como profesional del balonmano. O el presentimiento de que pod¨ªa ser un notable hombre de negocios. Aunque lo segundo es improbable, ya que est¨¢ claro que ni ella, ni nadie de la familia real, ten¨ªa la menor idea de c¨®mo se procuraba los garbanzos o el caviar el estilizado yerno de Su Majestad. Y ese inofensivo y minoritario deporte seguir¨¢ obsesion¨¢ndole al constatar con estupor que entre sus duras obligaciones profesionales est¨¢ el dar audiencia a otro balonmanista que aspira al fin de la monarqu¨ªa, alguien que representa a un gremio -?ideol¨®gico?- que hasta hace unos meses, transformados repentinamente en dem¨®cratas, hubieran deseado perpetrar con la realeza haza?as semejantes a la de los jacobinos con Mar¨ªa Antonieta y familia, o los soviets con los afligidos zares.
Al menos, Errekondo no mantiene en la trascendente audiencia la elegante est¨¦tica de los kale borroka, de los deliciosos cachorritos de Amaiur. Llega al extremo peque?o burgu¨¦s de colocarse un traje y una corbata al ser recibido por el Rey. Los cachorros ya no podr¨¢n fiarse de el. A cambio, el diputado no cometer¨ªa la groser¨ªa de ilustrarle sobre el balonmano. Ay.
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