Retirar la triple A a Moody's y S&P
Ya es hora de que los agentes econ¨®micos, comenzando por los jefes de Estado y de Gobierno, dejen de vivir pendientes de unos veredictos a menudo fr¨ªvolos, pero percibidos como si se tratara del Juicio Final
Las agencias de calificaci¨®n, esas entidades cuya triple A hace que el mundo financiero se estremezca y el mundo real tiemble, esos or¨¢culos, esos dioses modernos, no vieron venir la crisis de 1997. No comprendieron ni una palabra de la crisis de las subprimes. En 2001, cuatro d¨ªas antes de la quiebra de Enron, la compa?¨ªa corredora de energ¨ªa, segu¨ªan otorg¨¢ndole calificaciones positivas. Despu¨¦s, apoyaron hasta el ¨²ltimo momento a Lehman Brothers, pr¨¢cticamente en bancarrota. En la crisis actual de la eurozona, no contentas con no haber previsto nada, agravaron las cosas al mantener hasta muy tarde los t¨ªtulos griegos en la cesta de obligaciones mundiales de primer orden, contribuyendo as¨ª al laxismo de un Gobierno que prefiri¨® endeudarse antes que revisar sus cuentas, sanear sus finanzas p¨²blicas y adoptar reformas. En resumen, estas agencias de previsi¨®n cometieron una equivocaci¨®n tras otra. Estas agencias de cr¨¦dito se comportaron como agencias de descr¨¦dito. Y la dictadura que ejercen sobre los mercados se apoya en fallos, errores y abusos de autoridad que, si no tuvieran consecuencias tan tr¨¢gicas, mover¨ªan a risa.
Tras cometer una equivocaci¨®n tras otra, las agencias de cr¨¦dito se comportan como agencias de descr¨¦dito
A menudo, sus evaluadores son j¨²nior. Y aconsejan a los bancos sobre productos que luego tendr¨¢n que juzgar
Pero, adem¨¢s, ?c¨®mo proceden? ?Cu¨¢les son sus reglas? ?Sus m¨¦todos de c¨¢lculo? ?Las hip¨®tesis en las que se basan para mantenerle a uno la triple A y retir¨¢rsela a su vecino? En este punto, en cambio, nos encontramos ante un agujero negro. Ante el m¨¢s impenetrable de los misterios. No obstante, sabemos que, en el seno de los tres sanctasanct¨®rum que se reparten el mercado mundial de la calificaci¨®n, a menudo hay evaluadores j¨²nior. Y esos cr¨ªos son hermanos gemelos de los asombrosos traders que llevaron a Wall Street al borde del abismo. Cuando las casualidades de la vida hacen que alguno de ellos se cruce en tu camino, te das cuenta de que, en efecto, pueden tener el perfil de los personajes cocain¨®manos y consumidos por el trabajo de las primeras novelas de Brett Easton Ellis. Pero, ?c¨®mo juzgan? ?En funci¨®n de qu¨¦ datos? Y, ?qui¨¦n se los proporciona? Es evidente, por ejemplo, que no tienen en cuenta ni la pol¨ªtica social de las empresas ni los par¨¢metros relacionados con el buen vivir o el empleo. Se dir¨ªa que ven los pa¨ªses como n¨²meros indistintos, evaluables sin compasi¨®n. Pero, por lo dem¨¢s, nada de nada. Ni la menor informaci¨®n sobre las f¨®rmulas de las que depende el futuro de tantos seres humanos y, hoy por hoy, de Europa. Y esta opacidad da miedo.
He escrito "el mercado mundial de la calificaci¨®n" porque, en cambio, lo que s¨ª sabemos es que estos organismos, dotados, como los emperadores romanos durante los espect¨¢culos circenses, de un poder sobre la vida y la muerte de esos gladiadores modernos que son las firmas y los Estados que se enfrentan al Moloch Finanzas, antes que nada son empresas. Tienen un balance que justificar. Un accionariado al que servir. Beneficios que aumentan o disminuyen en funci¨®n de la bonanza de sus clientes. Uno podr¨ªa imaginar unas autoridades aut¨®nomas que dictaminasen con serenidad por encima de los intereses en juego. Puestos a evaluar, podr¨ªamos so?ar con unos evaluadores libres e independientes; por ejemplo, vinculados a los bancos centrales, al Fondo Monetario Internacional o a otros reguladores del mercado. Pero no. Lo que tenemos son unas entidades que se ganan la vida y prosperan seg¨²n su rendimiento. Unas sociedades que cotizan en Bolsa y cuya salud depende del n¨²mero de evaluaciones que producen, del eco que tienen esas evaluaciones, de su puesta en escena posiblemente dram¨¢tica y de las filtraciones m¨¢s o menos calculadas por sus departamentos de marketing. Este nuevo poder es el resultado de un oligopolio integrado por tres grandes grupos que hacen negocios sin tener en cuenta el inter¨¦s general; y esto tambi¨¦n produce escalofr¨ªos.
Tampoco hay que olvidar que estos grupos son remunerados conforme a un sistema que colocar¨ªa fuera de la ley a cualquier otro agente econ¨®mico. Les pagan los clientes a los que van a calificar a continuaci¨®n. Aconsejan a los bancos sobre la forma de estructurar unos productos que, una vez en el mercado, tendr¨¢n que juzgar. Cuanto m¨¢s complejos sean esos productos, cuanto m¨¢s "derivados" o "titulizados", en otras palabras, cuanto m¨¢s cerca est¨¦n de esos activos t¨®xicos que originaron la depresi¨®n actual, m¨¢s facturar¨¢n y se enriquecer¨¢n los se?oritos de las agencias. Eso se llama ser juez y parte. O bombero y pir¨®mano. Y estamos a un paso del peor conflicto de intereses, por no decir del tr¨¢fico de influencias m¨¢s descarado. Estos incompetentes son, adem¨¢s, deshonestos y se saltan todas las reglas de la buena gobernanza y del juego limpio.
A?adir¨¦ que, si las agencias se equivocan, si empujan a Grecia al crimen o si, ebrias de su propio poder, degradan por error a otro pa¨ªs europeo, no existe ninguna instancia, ninguna jurisdicci¨®n civil ni moral ante la que tengan que responder. Un directivo empresarial que truca sus cuentas va a la c¨¢rcel. Un responsable de Standard & Poor's que, en un abrir y cerrar de ojos, arruina casi autom¨¢ticamente a millones de personas nunca ser¨¢ sancionado. Jur¨ªdicamente, su "calificaci¨®n" se considera dentro del terreno de la "opini¨®n". Y, como todas las "opiniones", goza de una libertad sin l¨ªmites. Cero responsabilidad. No hay contrapoder para este nuevo poder. No digo que haya que suprimir estas curiosas calificaciones. Lo que digo es que hay que controlarlas. Que hay que reformar su r¨¦gimen y su estatuto. Que deben estar sometidas a un m¨ªnimo prudencial de normas. Y, para terminar, dir¨¦, adem¨¢s, que la dictadura, como tantas veces, est¨¢ tambi¨¦n en las mentalidades, y que ya ser¨ªa hora de que los agentes econ¨®micos, comenzando por los jefes de Estado y de Gobierno, dejasen de vivir pendientes de unos veredictos percibidos, incluso cuando son improvisados o fr¨ªvolos, como si se tratara del Juicio Final. Es cuesti¨®n de sentido com¨²n. Y para el mundo de las finanzas es una cuesti¨®n urgente de salvaci¨®n p¨²blica. Hay que degradar a las agencias de calificaci¨®n. -
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva
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