Tres poderes
Aunque suene muy cuartelero, en la vida de un hombre tambi¨¦n existe una divisi¨®n de poderes: de joven, poder ligar; de mayor, poder mandar; de viejo, poder mear. Este asunto va m¨¢s all¨¢ del pensamiento pol¨ªtico de Montesquieu. En esto no existe democracia. Se trata de un simple deseo individual, sometido al azar, que raramente se cumple, salvo en algunos individuos afortunados. De los tres poderes, los dos primeros siempre encuentras una alternativa, pero el tercer poder es perentorio e inapelable, se tiene o no se tiene. No pasa nada si uno no liga. Nada hay m¨¢s rid¨ªculo y alejado de la moderna est¨¦tica de la seducci¨®n que un joven pollastre con ¨ªnfulas de penetrador, remedo de un Don Juan pasado por el gimnasio. Ovidio en su arte de amar ya daba cuenta de que es m¨¢s atractivo el amante perdedor que el machaca orgulloso del n¨²mero de muescas que exhibe la culata del rev¨®lver. La melancol¨ªa que produce la derrota con las mujeres es un licor muy dulce, del que los poetas extraen los versos muy refinados. A partir de los 40 a?os la necesidad de mandar es un sue?o del hombre frustrado. Le digo ven y viene, le digo vete y se va. Son ¨®rdenes que sirven lo mismo para un perro que para un secretario. El poder mandar siempre es imaginario y hoy est¨¢ al alcance del m¨¢s torpe de la fila. Basta con apretar un bot¨®n y cualquier electrodom¨¦stico obedece; con el mando a distancia en la mano puedes borrar del mapa al Rey en el discurso de Navidad, al presidente del Gobierno en la sesi¨®n de investidura; en cambio, con ese mismo dedo desde el sill¨®n frente a la pantalla puedes sustituir al moralista idiota por la mujer so?ada, la basura de la vida por la visi¨®n incontaminada de las galaxias. Pero el asunto se agrava cuando el tercer poder aparece en la vida de un hombre. Ser o no ser. Mucho m¨¢s grave que la famosa duda de Hamlet es el dilema del viejo. Ligar ya est¨¢ absolutamente olvidado; mandar ya ha sido totalmente superado. Mear o no mear, he aqu¨ª la cuesti¨®n. Par¨ªs bien vale una misa, mi reino por un caballo, por los clavos de Cristo: son frases dram¨¢ticas que pronuncian hombres que fueron grandes amantes en su juventud, llenos de mando en otro tiempo, ante la raja de lim¨®n que espera la lluvia dorada en el fondo de un urinario de caballeros.
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