Colisiones
Como cuando giramos las manillas del reloj y nos saltamos una hora a la torera por prescripci¨®n laboral, as¨ª debi¨¦ramos proceder con el tiempo que precede a las navidades y que, desde la influencia de Halloween, confundimos con el carnaval. Voy a contar lo que me pas¨® anteayer y lo que se me ocurra mientras tanto.
El sol tiznaba de rutinario rojo el horizonte en los confines de los jardines Sabatini, cuando un ni?o con cuernos de reno echa a correr tras una paloma que remonta el vuelo y, al alzar la mirada al cielo, el ni?o tropieza y cae de bruces. La madre, tocada con verde peluca y cucurucho de bruja, lo endereza por el cogote y le propina una azotaina con inusitada fruici¨®n. "Al ni?o que cae, se le pega", constata una voz socarrona a mis espaldas: "As¨ª ver¨¢ dos veces las estrellas y comprender¨¢, de golpe, las colisiones astrales". Me vuelvo y es Antonio Resines, que se ha aficionado a la astrof¨ªsica desde que, en la conjunci¨®n de Nervi¨®n, el meteoro Ronaldo colisionara con el asteroide Del Nido desintegr¨¢ndolo y provocando, como sideral consecuencia, que el mejor equipo del mundo se viera relegado a ir al rebufo del Real Mourinho en la Liga de Dos. O de Dios. "Aunque, para colisi¨®n, la de Villa", se lamenta compungido Resines. Al parecer, a los cuatro a?os, El Guaje hab¨ªa tenido una lesi¨®n similar cuando jugaba con guajes mayores que ¨¦l, en Tiuya, Langreo, su pueblo natal. Eso no le impidi¨® llegar a ser el m¨¢ximo goleador hist¨®rico de la Selecci¨®n y el mayor anotador espa?ol en Copas del Mundo.
Confiemos en que Cronos haga girar las manillas del reloj y acelere el tiempo de curaci¨®n. A fin de cuentas, cuatro o cinco meses en offside pasan volando. Pero que nadie olvide el valor y sobriedad con la que el asturiano soport¨® el dolor para ejemplo y verg¨¹enza de esos jugadores simuladores que caen con aspavientos al primer roce, como gan¨¢ndose la cebada (expresi¨®n en extinci¨®n referida al asno que se revuelca patas arriba rebuznando en la hierba). En realidad, cuando un jugador rueda por el c¨¦sped, es que no se ha hecho da?o y merecer¨ªa que su madre saltara al terreno de juego y, como al ni?o de los jardines de Sabatini, le azotara el trasero. Tampoco le vendr¨ªa mal una maternal reprimenda al doctor Cugat que, tras apresurarse a pormenorizar en TVE los peligros inherentes a la lesi¨®n de Villa, con una crasa ausencia de elemental discreci¨®n y nulo tacto psicol¨®gico de cara al paciente, concluye diciendo que, "de no curarse bien, no podr¨¢ jugar ni la pr¨®xima Eurocopa... ni nada". No es buen augurio ni alentador dictamen para o¨ªrlo en boca de quien tiene tu tibia, y tu futuro, en sus manos.
Pero, entre las m¨¢s procaces declaraciones p¨²blicas de los ¨²ltimos zafios tiempos, cobra clamoroso protagonismo las de ese jinete del Alba que, sin bajarse del caballo, afirma eso de que "los jornaleros andaluces tienen pocas ganas de trabajar". En esta ocasi¨®n, no reclamar¨¦ correctivo alguno por parte de una madre que, a diferencia de los jornaleros andaluces y desafiando la mec¨¢nica cu¨¢ntica, no ha conocido el paro desde su boda. Apelar¨¦, eso s¨ª, a la indulgencia de los jornaleros ante la soberbia contumacia y rancio raciocinio de un esp¨¦cimen tan representativo de la aristocracia andaluza. Pero no voy a hablar de eso, sino de Peter Higgs que, reci¨¦n llegado de Edimburgo, pasaba por all¨ª. Por cierto, no se trata de un jugador escoc¨¦s que se disputen Florentino y Rosell para venderle la camiseta, sino del Higgs de "la part¨ªcula de Dios". Aunque me adviertan de que es ateo, prefiero esa denominaci¨®n a la de bos¨®n, que suena a baile discotequero. El caso es que, si el Gran Colisionador de Hadrones, con perd¨®n, nos confirmara la existencia de la susodicha part¨ªcula, ser¨ªa como si en esta crisis, en la que nos vemos inmersos sin permiso y en la que nos meten goles sin bal¨®n, encontr¨¢ramos, al menos, la pelota. Por supuesto, seguir¨ªamos entendiendo que no entendemos nada, que no es poco. Peor ser¨ªa entenderlo todo. Y, aunque la ausencia de reglas la sigan decidiendo otros, tendr¨ªamos la enga?osa sensaci¨®n de participar en el juego ajeno. De forma que, cuando sonara el pitido final, no nos pasar¨ªa como a los jugadores del Santos que, despu¨¦s de perder con el Bar?a en Jap¨®n, todav¨ªa se andan preguntando: "?D¨®nde diablos estaba el bal¨®n?".
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