Regreso al orden
Se dir¨ªa que el Liceo saca a Linda di Chamounix cuando necesita hacerse perdonar excesos y reafirmar su car¨¢cter de teatro de voces de toda la vida. La ¨²ltima vez que se ofreci¨® el t¨ªtulo donizettiano, en 1999, en versi¨®n de concierto, fue tras la transgresora, apabullante, bell¨ªsima versi¨®n de la Alcina de Haendel dirigida por Herbert Wernicke en el Teatre Nacional. Ahora ha sucedido en el cartel al exitoso Gran macabro de Ligeti, con puesta en escena de La Fura dels Baus. Despu¨¦s de la osad¨ªa, el regreso al orden natural de las cosas. Esto conlleva una evidente falta de riesgo, pero hay que convenir que arrellanarse en el sill¨®n y no tener orejas m¨¢s que para el canto, sin atender a otras cuestiones, no deja de tener su punto relajante y amable. El p¨²blico lo agradeci¨® sobremanera.
LINDA DI CHAMOUNIX
De Donizetti. Interpretes: J. D. Fl¨®rez, D. Damrau... Orquesta y Coro del Liceo. Direcci¨®n esc¨¦nica: E. Sagi. Direcci¨®n musical: M. Armiliato. Liceo. Barcelona, 20 de diciembre.
Despachemos en primer lugar la puesta en escena. Lo dicho, sin sobresaltos. Sagi no se complica la vida, se muestra elegante en todo momento, y ya est¨¢: sabe que quien acude a disfrutar de esta obra no lo hace precisamente por la historia que narra, absurda donde las haya y eternamente mal colocada entre el drama y la comedia bufa. En su estreno vien¨¦s, de 1842, Donizetti quiso contentar a unos y otros y se sali¨® con la suya, visto el ¨¦xito que le report¨® la obra, pero la sentencia del tiempo ha sido inapelable: esa mezcla de pasi¨®n amorosa y contratos de alquiler con puntas de comicidad confiadas a un personaje hoy no dice nada a nadie.
El quid est¨¢ en abandonarse a la melod¨ªa desde el primer momento, dejarse llevar por sus seductoras sendas sin interrogarse demasiado por su naturaleza (pues de hacerlo pronto descubrir¨ªamos las trampas: por ejemplo, los ?o?os motivos monta?eses -la obra a mayor inri est¨¢ ambientada en Suiza- asociados al papel de Pierotto). Aparte de las grandes pi¨¨ces de r¨¦sistance solistas, son de especial buena factura los d¨²os, de amplia influencia sobre el primer Verdi.
Pero vayamos ya a las voces. Segura, valiente, vibrante, decidida a meterse al respetable en el bolsillo desde su cavatina di sortita, Diana Damrau. Dio su gran escena de la locura del segundo acto con una arrebatadora fuerza dram¨¢tica que no rompi¨® en ning¨²n momento su tersa l¨ªnea de canto. Posee un pianissimo profundamente seductor. Empez¨® algo circunspecto en el papel de Carlo, en el que debutaba, Juan Diego Fl¨®rez, como si estuviera pensando m¨¢s en la partitura que en el personaje al que deb¨ªa dar vida. Pero este tenor es de los que nunca falla, de una fiabilidad absoluta, como si las m¨¢s perversas agilidades no le costaran esfuerzo alguno. Esta virtud natural, combinada con un timbre de voz de los m¨¢s envolventes del panorama actual, suele desembocar en clamorosos ¨¦xitos: no fue menor el que obtuvo en el Liceo, que lo aplaudi¨® c¨¢lidamente.
La pareja protagonista brilla a tal altura en esta obra que corre el riesgo de reducir el resto del reparto a meros comprimarios. Y ser¨ªa injusto, pues ah¨ª est¨¢ el buen Pierotto de Silvia Tro Santaf¨¦ o el muy seguro y consecuentemente aplaudido prefecto de Sim¨®n Orfila. M¨¢s convencionales, aunque a un nivel que no desmerec¨ªa del conjunto, el Antonio de Pietro Spagnoli o el marqu¨¦s de Boisfleury de Bruno de Simone. A la batuta, Marco Armiliato manej¨® tiempos veloces pero atentos con las voces. Cumpli¨® con su cometido el coro.
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