Homenaje a Edmond Safra
El autor celebra terminar con este art¨ªculo un a?o de "ruido y furia", en el que "el nombre jud¨ªo", escribe, "ha sido reh¨¦n de una historia tan rica en promesas como en presagios funestos"
Fue el hombre que carg¨® con la restauraci¨®n y glorificaci¨®n, en Tiber¨ªades, al borde del lago, de la tumba de Rab¨ª Me¨ªr Baal Hanes, tambi¨¦n llamado el "Hacedor de milagros", que fuera, en el siglo II, uno de los principales redactores del Talmud.
Fue el hombre que, en honor a Sime¨®n Bar Yojai, ese otro maestro, ese otro santo, probable autor del Libro oculto, es decir, del Zohar, cre¨® en el monte Mer¨®n, el punto m¨¢s alto de Israel, cerca de Safed, uno de los mejores institutos de estudios hebraicos del mundo.
Fue el hombre que, en 1967, despu¨¦s de que el Tsahal [fuerzas armadas israel¨ªes] acabase con una coalici¨®n de ej¨¦rcitos que, una vez m¨¢s, persegu¨ªan su aniquilaci¨®n, decidi¨® reconstruir en la Ciudad Vieja de Jerusal¨¦n, frente al Muro y piedra por piedra, una de las m¨¢s antiguas escuelas rab¨ªnicas de la regi¨®n: la yesib¨¢ Porat Yosef, arrasada por la Legi¨®n ?rabe en el mismo momento (1948) en que rechaz¨® el Plan de Partici¨®n de Palestina.
Vivificar los textos sagrados y propagar los estudios hebraicos fueron algunas de las tareas de Edmond Safra
Organiz¨® innumerables encuentros por la paz entre imanes y rabinos, llegados del mundo entero
Probablemente, fue uno de los hombres que, en la segunda mitad del siglo XX, encargaron el mayor n¨²mero de sefer Tor¨¢, o rollos de la Tor¨¢, para depositarlos en las sinagogas m¨¢s famosas del planeta, as¨ª como en las m¨¢s rec¨®nditas. De un jud¨ªo que escribe o encarga aunque solo sea uno de los 304.805 caracteres que, sobre el pergamino id¨®neo y con ayuda de una pluma preparada a tal efecto, componen un sefer Tor¨¢ se dice que se ha ganado la santidad. ?Qu¨¦ decir, entonces, de este jud¨ªo que, de Clermont-Ferrand a Roma, N¨¢poles y Nueva York, pero tambi¨¦n de Rodas a Budapest y de Manila a Kinshasa, dedic¨® su vida a vivificar los textos sagrados?
Que yo sepa, fue tambi¨¦n el ¨²nico hombre que, ya en 1990, asumi¨® la tarea de evacuar y procurar tratamiento a los ni?os de Chern¨®bil. Fue el promotor de un hospital infantil en Tel Aviv cuyos pacientes son mayoritariamente palestinos. Fue el organizador de innumerables encuentros por la paz entre imanes y rabinos, hombres de la fe y de la duda, llegados del mundo entero.
Y, finalmente, fue el hombre cuyo nombre porta desde hace poco la legendaria ENIO -esa peque?a escuela parisiense que fuera la casa de estudios de Levinas y, para los hombres de mi generaci¨®n, permanece vinculada a su recuerdo y a su obra-, como reconocimiento a lo que hizo durante su vida por los estudios hebraicos y la propagaci¨®n de su esplendor; y como reconocimiento tambi¨¦n a lo que, fiel a su memoria, sigue haciendo Lily, su viuda.
Ese hombre se llamaba Edmond Safra.
Hace 12 a?os, las p¨¢ginas de sucesos se hicieron eco de su absurda muerte, asfixiado durante un incendio criminal en un apartamento parad¨®jicamente demasiado fortificado.
La historia de las finanzas sit¨²a a este ciudadano del mundo, descendiente de una antiqu¨ªsima familia de jud¨ªos sirios cuyas caravanas de camellos recorr¨ªan ya el Imperio otomano, entre los grandes banqueros anteriores a la ¨¦poca de las agencias de calificaci¨®n, la locura del dinero y la especulaci¨®n desenfrenada.
El lunes, en la Gran Sinagoga de Ginebra, he decidido honrar al bienhechor, al fil¨¢ntropo, al heredero de los Adolphe Cr¨¦mieux, James Rothschild y Moses Montefiore, esos hijos de las Luces jud¨ªas que comprendieron que la filantrop¨ªa no es una cuesti¨®n de caridad, sino de justicia, y que esa obra de justicia tiene por objeto la reparaci¨®n del mundo, su tiqqun, una palabra humilde y gloriosa que expresa el doble rechazo hacia el orden de las cosas, por una parte, y hacia una revoluci¨®n que, por otra, nunca hace sino renovar los procedimientos m¨¢s tir¨¢nicos del orden que cree haber derribado.
Y, sobre todo, intento bosquejar el retrato de un jud¨ªo complejo, que bebi¨® de todas las fuentes, escarb¨® en todas las memorias y, a veces, parec¨ªa ingeni¨¢rselas para atraer sobre s¨ª todos los rasgos dispersos -¨¦l habr¨ªa dicho, como en su amado Zohar, los "fragmentos quebrados"- de una tradici¨®n cuyos distintos aspectos le resultaban igualmente familiares: el estudio, pero tambi¨¦n el saber (?acaso este disc¨ªpulo de Sime¨®n Bar Yojai no es tambi¨¦n el hombre que, en 1996, don¨® al Museo de Israel el primer manuscrito de Einstein sobre la teor¨ªa de la relatividad?); la piedad m¨¢s intensa, pero tambi¨¦n la extensi¨®n de la moral de la Tor¨¢ a todos los campos de la experiencia y el sufrimiento humanos (y, a fin de cuentas, ?esto no es un sin¨®nimo del nombre de Levinas, hoy asociado al suyo?); el esp¨ªritu de resistencia (Rab¨ª Akiba) y el de prudencia (Rab¨ª Me¨ªr) que rivalizan en el alma de todos aquellos que, hasta nuestros d¨ªas, han meditado y meditan sobre la grandeza y la tragedia de las revueltas jud¨ªas de los primeros siglos de la era cristiana.
En s¨ªntesis, una especie de jud¨ªo total. O, en sentido estricto, de jud¨ªo absoluto. O, para citar, desfigur¨¢ndola un poco, una f¨®rmula de mi amigo Benny L¨¦vy, un verdadero "jud¨ªo del siglo" que trenza un cord¨®n singular con los hilos de una memoria com¨²n y del que apenas conozco equivalentes.
Gloria a este hombre. Alabado sea su nombre. Por mi parte, celebro poder terminar con esta nota un a?o de ruido y de furia, un a?o marcado como ninguno por el debate sobre la guerra justa y las apor¨ªas de la violencia, un a?o en el que el nombre jud¨ªo -como otros, pero m¨¢s que ellos- ha sido reh¨¦n de una historia tan rica en promesas como en presagios funestos.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva
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