La tarea del traductor
Estamos ante un nuevo avatar de la leyenda de Babel. Esta vez la maldici¨®n no es la fragmentaci¨®n del lenguaje puro en la dispersi¨®n de lenguas, sino la convergencia de todas en una neolengua ¨²nica, artificial, instrumental
Recuerda Walter Benjamin que fueron los cuentos infantiles que le le¨ªa su madre los que le descubrieron el misterioso poder del lenguaje, que fueron ellos los que le mostraron por vez primera, nos dice, la manifestaci¨®n del poder que la narraci¨®n y el arte tienen sobre el cuerpo. Y, prestando un poco de atenci¨®n, no resulta dif¨ªcil adivinar la huella de ese primer impacto a lo largo de sus escritos, a partir del temprano art¨ªculo Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres en particular (1916), por ejemplo. Benjamin entiende all¨ª que existen tres niveles en el ser del lenguaje. En primer lugar, la l¨®gica del verbo divino para la que crear, nombrar y conocer son lo mismo. Luego, el ser ¨¢fono de las cosas, que conservan la marca muda del nombre que las cre¨®, pero vaciada de la sonoridad del poder creador. Y finalmente, el lenguaje del hombre, capaz de escuchar en el mutismo de la naturaleza el eco del nombre que presidi¨® su creaci¨®n, y capaz por tanto de convertir el lenguaje mudo de las cosas en lengua articulada, el poder de Ad¨¢n, pero que no puede ser poder del habla sobre las cosas sin ser a la vez poder del lenguaje sobre el propio cuerpo.
La traducci¨®n debe plasmar en la lengua de destino el pulso que late en el original
Hemos asistido a una veloz reducci¨®n del conocimiento a simple informaci¨®n
Muy probablemente, uno de los lugares en el que se manifiesta de modo m¨¢s n¨ªtido la vigencia de su compromiso con aquel descubrimiento infantil sea en La tarea del traductor (1923), donde se?ala como finalidad primordial de toda traducci¨®n el que sea capaz de mantener con vida ese poder misterioso del lenguaje, m¨¢s all¨¢ del c¨¢lculo de equivalencias o semejanzas entre el original y la versi¨®n en otra lengua. "?Qu¨¦ dice una obra literaria? ?Qu¨¦ comunica? Muy poco a aquel que la comprende. Su raz¨®n de ser fundamental no es la comunicaci¨®n ni la afirmaci¨®n. Y sin embargo la traducci¨®n que se propusiera desempe?ar la funci¨®n de intermediario solo podr¨ªa transmitir una comunicaci¨®n, es decir, algo que carece de importancia. Y este es en definitiva el signo caracter¨ªstico de una mala traducci¨®n". As¨ª como el lenguaje de los hombres es aquel capaz de traducir a palabra el nombre mudo de las cosas, eco del lenguaje primordial, el traductor tiene como objetivo por su parte plasmar en la lengua de destino el pulso que late secretamente en el original, y no tanto como parang¨®n m¨¢s o menos adecuado cuanto como complemento necesario, exigido por el original para acabar de llegar a ser todo lo que puede ser. Porque lo que vincula al original con su traducci¨®n no son tanto las homolog¨ªas formales que pudieran establecerse entre ambos cuanto el presentimiento com¨²n de un lenguaje puro que fuera a la vez nombrar, conocer y crear, esa fuerza que Benjamin convocaba al rememorar sus cuentos infantiles.
Es en este sentido que Blanchot pudo decir que el traductor es un enemigo de Dios, en tanto que se empe?a en remontar el castigo divino que llev¨® la confusi¨®n de las lenguas a Babel, impidiendo as¨ª que prosiguieran los hombres con la construcci¨®n de una ciudad capaz de asaltar el cielo. La astucia de Dios para someter a los insurrectos fue entonces fragmentar la lengua primordial en una multiplicidad de lenguajes heterog¨¦neos. "Baj¨® Yav¨¦h a ver la ciudad y la torre que hab¨ªan edificado los humanos, y dijo Yav¨¦h: He aqu¨ª que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan ser¨¢ imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez all¨ª confundamos su lenguaje, y de modo que no entienda cada cual el de su pr¨®jimo. Y desde aquel punto los desperdig¨® Yav¨¦h por toda la faz de la Tierra, y dejaron de edificar la ciudad". Visto as¨ª, el gesto del traductor tiene algo de tit¨¢nico entonces, porque se trata de alguien que, encar¨¢ndose a la maldici¨®n, se mueve entre los lenguajes desmembrados tratando de restituir lo que en ellos evoca el lenguaje seminal.
A d¨ªa de hoy, lo que nos cuenta Benjamin levanta ecos extra?os, aunque sepamos que toda tarea de cultura no puede ser tal sin ser a la vez y ante todo tarea de traducci¨®n, sin manifestarse como transgresi¨®n de la condena veterotestamentaria y voluntad de edificar ciudad. As¨ª fue en la Escuela de Traductores de Toledo o en villa Careggi, y titanes de esa estirpe fueron, entre los cl¨¢sicos, Marsilio Ficino o Friedrich Schleiermacher, es sabido.
Incomprendido en su tiempo, con el paso de los a?os el pensamiento de Benjamin ha ido adquiriendo una presencia cada vez m¨¢s esclarecedora, hasta el punto de que cuando nos calzamos una mirada como la que acaba de desplegar y encaramos as¨ª nuestro presente el resultado viene a ser moralmente muy revelador. Ninguna de las cat¨¢strofes que venteaba entonces ha desaparecido hoy, comenzando por el fascismo o la guerra, y en cambio las esperanzas que ¨¦l conced¨ªa a la barbarie naciente parecen haberse esfumado. La estetizaci¨®n de lo pol¨ªtico, de todo lo p¨²blico, considerada por Benjamin uno de los rasgos definitorios del fascismo, nos invade ahora por entero, y la nueva barbarie que est¨¢ naciendo es hija tan solo de una brutalizaci¨®n deliberada, consciente, de las condiciones de existencia moral. En pocos a?os hemos asistido a una veloc¨ªsima reducci¨®n del conocimiento a informaci¨®n, a su ruda imposici¨®n como tal. Hace cuatro d¨ªas se nos dijo que ¨¦ramos la sociedad de la informaci¨®n y la comunicaci¨®n, hoy, sin que apenas nada haya cambiado, somos la sociedad del conocimiento. Bien, lo ¨²nico que ha cambiado es la conversi¨®n del conocimiento a la contabilidad de la informaci¨®n y su consiguiente disponibilidad como mercanc¨ªa.
Benjamin no habr¨ªa podido dejar de ver ah¨ª la huella del m¨¢s cerrado nihilismo: afirmar que todo es informaci¨®n equivale a decir que lo que no es informaci¨®n es un ruido, no cuenta, es nada. Y sin embargo hoy todav¨ªa somos capaces de entender de qu¨¦ nos habla cuando dice que lo propio de la verdad es ser imparafraseable. Sin necesidad ninguna de arroparnos en su imaginer¨ªa teol¨®gica, todav¨ªa conservamos ese cierto sentido de la palabra justa que realmente nombra, y desde all¨ª podemos entender tambi¨¦n que subraye que lo que hay de esencial en una obra, su n¨²cleo, es intraducible, es lo intraducible mismo. A¨²n hoy podemos comprenderlo, aunque sepamos que es esta una experiencia condenada a la extinci¨®n. Entonces, imaginemos, ?con qu¨¦ ojos habr¨ªa mirado alguien como Benjamin, tan atento siempre a las modificaciones de la experiencia introducidas por los automatismos (desde la fotograf¨ªa al mechero o el interruptor), qu¨¦ habr¨ªa pensado de los sistemas de traducci¨®n autom¨¢tica? ?En qu¨¦ se est¨¢ tratando de convertir la experiencia de conocimiento, es que acaso es algo que ya no puede permitirse, es eso lo que habr¨ªa pensado?
No podemos saberlo, claro est¨¢. Pero es muy posible que hubiera entrevisto aqu¨ª un nuevo avatar de la leyenda de Babel, esta vez no como el castigo de un Dios celoso y rural, sino m¨¢s bien como un automatismo ciego de la mercanc¨ªa confiada a su propio norte. Pero entonces la maldici¨®n no consistir¨ªa en la fragmentaci¨®n del lenguaje puro en una dispersi¨®n irreconciliable de lenguas, sino en la convergencia de todas en un lenguaje ¨²nico, artificial, tan despojado de la posibilidad de albergar lo imparafraseable o lo intraducible como de ofrecer la palabra justa que realmente nombra, una neolengua meramente instrumental, algo como el basic english. Y es que, despu¨¦s de lo que acaba de escuch¨¢rsele decir a Benjamin, el que algo como el basic english (y vale la pena recordar el acr¨®nimo que lo establece como marca: British-American Scientific International Commercial English) trate de imponerse como medio de expresi¨®n obligatorio al que traducir todo conocimiento, es sin duda algo que da que pensar.
Cuesta poco suponer que Benjamin hubiera visto aqu¨ª uno de esos detalles iluminadores en cuyo destello adivinar nuestro futuro como cultura.
Miguel Morey es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad de Barcelona.
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