Aleluya, de verdad
A Fabio Biondi, el conocido director de orquesta y violinista que hace un a?o dirigi¨® en Madrid un inolvidable Mes¨ªas, de Haendel, participativo -los coros, incrementados por participantes voluntarios: quinientas personas en total-, puesto en pie gracias a que La Caixa corri¨® con los gastos; a este hombre, dec¨ªa, menudo, vivaz, en¨¦rgico, que va por el mundo con su viol¨ªn a la espalda como si fuera una mochila... Bueno, termino la frase: a ¨¦l le debo, y a la Orquesta y Coros de la Academia de Santa Cecilia, las aproximadamente tres horas de exaltaci¨®n y de belleza que acabo de vivir, precisamente siguiendo su versi¨®n, fogosa, de la obra de Haendel (o Hendel, o H?ndel, o Federico Jorge, como quieran ustedes llamarle), en el Auditorio del Parco della Musica, en Roma.
"Esa m¨²sica tan antigua todav¨ªa nos emociona, nos convoca y nos une"
Estaba yo en esta eternamente romana ciudad -de hecho, lo estoy todav¨ªa mientras escribo esto, y me produce un placer ilimitado-, sin ninguna intenci¨®n religiosa, pero rodeada de hermosura creada precisamente gracias al mecenazgo de papas y otros cl¨¦rigos. De modo que la ocasi¨®n era buena para reflexionar sobre el gran fracaso de las ¨ªnfulas m¨ªsticas y m¨ªticas de los conductores religiosos de masas -transitorios todos ellos, los pobres-, frente al inmenso, enorme triunfo de la perdurabilidad del arte, basada en lo que de humano tiene. Porque, vamos a ver, ?a m¨ª qu¨¦ me importa la conversi¨®n de san Mateo, comparada con la expresi¨®n de los rostros que supo pintar Caravaggio?
Cr¨¦anme, all¨ª sentada, en el auditorio romano, con Biondi dirigiendo no s¨®lo con la batuta, sino con todo su cuerpo, y con aquellos chorretones de armon¨ªa cayendo sobre nosotros, me entr¨® tal trance humano que le di un codazo a mi amiga Irene, y le dije: "?Qu¨¦ nos importa Dios y que el letrista no haya dejado de hacerle la ola desde el principio? ?Es la m¨²sica, ni los curas se la pueden cargar!". Y la m¨²sica, se?ores, cuando te inunda as¨ª, es lo m¨¢s parecido a un acto de amor colectivo, a una parranda a la que se une lo mejor de nosotros. Sea canto gregoriano o un "Amami, Alfredo" de altura.
Despu¨¦s de la representaci¨®n, camino de la cena a la que el propio Biondi, con su mujer y tres de sus hijos de otros matrimonios, tuvieron a bien invitarnos -y en la que convocamos en esp¨ªritu a un querido compa?ero de este peri¨®dico, Guillermo Altares, cuya magia, desde Madrid, nos uni¨® a todos en Roma este a?o-, yo segu¨ªa pregunt¨¢ndome c¨®mo era posible que aquella explosi¨®n sostenida de belleza propiciada por la proximidad de la Navidad -el Mes¨ªas se representa por estas fechas en todo el mundo-, me resultara tan y tan y tan pagana, pese a sus textos del Antiguo Testamento, de los profetas y de lo que ustedes quieran. Esa m¨²sica, esos coros, me ponen los pezones de punta. Cosa que ya no consigue pr¨¢cticamente nadie.
Nos agrupamos, nos abrazamos, nos separamos para poder ir en varios coches, y nos encaminamos hacia La Nonna, un excelente restaurante siciliano en el que, lamentablemente, se hab¨ªa terminado la caponata, pero cuya carta ofrec¨ªa no pocas de las amabilidades que los mediterr¨¢neos solemos hallar en las berenjenas. Nos encontramos en torno a una gran mesa, bebimos, comimos, hablamos de la vida y de la m¨²sica: celebramos. Y all¨ª estaba aquel hombre aparentemente normal -con cierto aire a Kenneth Brannagh, debo decirlo-, que est¨¢ en la m¨²sica desde ni?o, charlando afectuosamente con todos. Y mientras tanto, el estuche con su viol¨ªn -si cerraba los ojos pod¨ªa volver a escuchar su sonido, lo escucho todav¨ªa hoy- permanec¨ªa en un rinc¨®n: "Que no me lo olvide, que es lo que m¨¢s quiero en el mundo", dijo en cierto momento, y seguimos hablando de la gastronom¨ªa siciliana, de la forma en que el matrimonio se hab¨ªa conocido, del compa?ero Willy y de su madre, que tambi¨¦n fue recordada.
Poco antes, un gesto de los brazos de aquel hombre c¨¢lido y parlanch¨ªn hab¨ªa convocado la apasionada interrupci¨®n del silencio que, durante horas, nos mantuvo clavados a las butacas, inm¨®viles, dejando que la m¨²sica fluyera por nuestro interior. Esa m¨²sica tan antigua: trescientos a?os tiene, m¨¢s o menos, y todav¨ªa nos convoca, nos emociona y nos une. Por todos los demonios, aleluya.
marujatorres.com
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