Un partido entre Dionisos y Apolo
El origen de la tragedia nace de la pelea entre los dioses Apolo y Dionisos, de la que se deriva toda la filosof¨ªa griega, seg¨²n Nietzsche. Desde la tribuna de una cancha de tenis, mientras Federer y Nadal disputan la final ag¨®nica de un Gran Slam, Nietzsche podr¨ªa explicar esta lecci¨®n. Federer encarna lo apol¨ªneo, que es ese lado plat¨®nico del esp¨ªritu, donde se genera el equilibrio, la forma y la medida; en cambio, Nadal representa lo dionisiaco, la parte socr¨¢tica que expresa la pasi¨®n, el exceso y el instinto. Solo en casos muy excelsos Apolo y Dionisos se ponen de acuerdo en regalar sus fuerzas contrarias a un solo h¨¦roe para que disuelva en ellas su individualidad, siendo puro y orgi¨¢stico al mismo tiempo. Decidir qui¨¦n de estos dos tenistas merece semejante don, he aqu¨ª el origen de la tragedia.
Juega Roger Federer. El tenis parece un deporte f¨¢cil, elegante, mesurado, que no genera sudor alguno ni requiere ning¨²n esfuerzo especial. La raqueta golpea de forma listada, met¨®dica, y de ella sale la pelota volando a una velocidad ingr¨¢vida hacia un punto exacto, solo con la fuerza necesaria, fuera del alcance del adversario. Juega Rafa Nadal. El tenis parece un deporte sobrehumano, propio de un atleta explosivo. Cada golpe imposible, m¨¢s all¨¢ de toda medida, va acompa?ado de un grito de dolor o tal vez de placer org¨¢smico. Nadal suda. No importa. El sudor de Nadal es su corona.
Rafa Nadal es un zurdo artificial. Con la derecha come, escribe, lanza al p¨²blico la mu?equera y firma en la pantalla sus victorias. La ventaja que de ni?o le daba jugar con la zurda hoy se ha convertido en un h¨¢ndicap grave en las pistas r¨¢pidas de cemento. Su saque carece de fuerza suficiente para ser un golpe determinante, pero esa dificultad es su est¨ªmulo y Dionisos le cede muchas veces el propio brazo a cambio de un gemido. Hace unos a?os, el adolescente Nadal vest¨ªa en la pista pantalones de pirata y ten¨ªa una mirada obsesiva de guerrero apache. Sus ojos concentrados expresaban una disposici¨®n a resistir la adversidad a cualquier precio hasta la agon¨ªa solo con la mente. Ante el saque mortal del adversario, Nadal todav¨ªa parece mirarse hacia dentro de s¨ª mismo, pendiente de su cerebro m¨¢s que del azar de la pelota.
En sus inicios, el Federer adolescente comenz¨® rompiendo raquetas sin poder dominar la c¨®lera. A cada derrota le segu¨ªa un llanto. Sus entrenadores sucesivos lo sometieron a una doma y su desequilibrio fue corregido a tiempo hasta alcanzar la serenidad del h¨¦roe fr¨ªo incapaz de mostrar ninguna pasi¨®n. Su juego perfecto lleva a la admiraci¨®n. Parece imposible alcanzar esa suavidad mortal, matem¨¢tica en cada golpe, sin despeinarse, sin ninguna crispaci¨®n, pero el don apol¨ªneo de Federer necesita una pista r¨¢pida y cubierta, con el espacio bajo control, a salvo de cualquier polvareda de tierra, para que la perfecci¨®n plat¨®nica y pura que se deriva de las esferas no encuentre ninguna distorsi¨®n entre la mente del h¨¦roe y su raqueta. Solo aquella vez en que Federer perdi¨® el Gran Slam de Australia contra Nadal y no pudo evitar las l¨¢grimas se supo que Dionisos tampoco andaba lejos.
Ese Nadal duro, ag¨®nico, resistente, que antes de cada saque se tira del pantal¨®n y se mete la gre?a dentro de la sudadera como dos gestos rituales con que invoca a su dios, somete a sus fieles al sacrificio de compartir su esfuerzo y su sufrimiento hasta llegar a la explosi¨®n de la victoria como una org¨ªa dionisiaca. Apolo es el don de la claridad, pero Dionisos posee el esp¨ªritu de la tierra, por eso en la pista de tierra Nadal todav¨ªa es invencible. Con estos dos tenistas puede fabricarse el h¨¦roe perfecto: Federer aporta la coordinaci¨®n y la facilidad; Nadal, la mentalidad y el sacrificio; la helada suiza de los sentimientos envasados frente al Mediterr¨¢neo lleno de naturalidad. Apolo y Dionisos, seg¨²n la lecci¨®n de Nietzsche sobre la tragedia.
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