En una hora
Todo lo bueno y lo malo, lo ruin o maravilloso, que acontece en el mundo, sucede en solo una hora, en un kil¨®metro a la redonda, en cualquier ciudad. No es necesario viajar a un suburbio de Bombay para descubrir la miseria. En la esquina m¨¢s elegante de tu barrio hay un hombre arrodillado con los brazos en cruz al que han desahuciado, seg¨²n se puede leer en un cart¨®n junto a una lata en el suelo. Este hombre contiene toda la pobreza de la humanidad. A su lado, contra el tronco de una acacia, se besa ciegamente una pareja de adolescentes, cuya pasi¨®n llena de amor, sexo y placer a todo el universo. Entre el mendigo y la pareja de enamorados un caballero honorable es conducido con una correa por su propio perro, un caniche caprichoso que no sabe si mear en el tronco del ¨¢rbol donde los adolescentes se destrozan la lengua o hacerlo sobre las cuatro monedas que contiene el plato del pordiosero. Por supuesto, el caballero har¨¢ lo que el perro le mande. Por encima de los tejados se oye por un meg¨¢fono gangoso la pl¨¢tica que dirige un cardenal a una gran multitud de fieles concentrados en una plaza. Este alto presb¨ªtero, que est¨¢ sometido al celibato, habla con suma autoridad de la familia cristiana. Su mandato conminatorio llega hasta la terraza de un bar donde est¨¢ sentada una madre junto a un carrito con dos beb¨¦s, que tal vez ha concebido in vitro por reproducci¨®n asistida o por medio de un banco de semen. Mar¨ªa de Nazaret fue fecundada por obra y gracia de una paloma, dio a luz sin dejar de ser virgen y su esposo Jos¨¦ fue advertido a tiempo por un ¨¢ngel para que se tragara semejante misterio sin que los celos le llevaran a cometer una locura. El cardenal pone de ejemplo a esta Sagrada Familia para que la imiten los cristianos. El pordiosero que pide limosna con los brazos en cruz en la puerta de una iglesia dormir¨¢ esa noche bajo un cajero rebosante de dinero en la entrada de un banco; la adolescente que besa a su amigo al pie de una acacia ver¨¢ crecer con angustia su barriga pasado ma?ana; la madre de los beb¨¦s mellizos oye de lejos la voz del cardenal y sonr¨ªe a sus cr¨ªas con inefable ternura. El caniche del caballero ha decidido, por fin, mear en el plato del pordiosero sin m¨¢s problemas. La gente en la terraza del bar se desea feliz a?o nuevo.
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