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Reportaje:

La prisi¨®n de Michelle Obama

Fascin¨® al mundo con su carisma, pero ocultaba una gran frustraci¨®n por su dif¨ªcil encaje en la Casa Blanca. Un retrato de la primera dama a trav¨¦s de m¨¢s de 30 entrevistas a su c¨ªrculo de amigos y colaboradores revela fuertes convicciones pol¨ªticas, tensiones con los asesores de su marido y dudas. Siempre despreci¨® el papel entrometido de otras primeras damas, pero nada ni nadie le obligar¨ªan a ejercer de florero

En privado, Michelle Obama echaba chispas, estaba furiosa no solo con el equipo del presidente, sino tambi¨¦n con su marido. Despu¨¦s de que los dem¨®cratas perdieran el esca?o de Edward Kennedy en el Senado, en enero de 2010, Obama segu¨ªa mostr¨¢ndose en las reuniones tan comedido como siempre, neg¨¢ndose a profundizar demasiado en el fracaso o a arremeter contra su equipo. Sin embargo, seg¨²n algunos de sus asesores actuales y antiguos, la primera dama no alcanzaba a comprender c¨®mo la Casa Blanca hab¨ªa permitido que se le escapara ese esca?o tan crucial, necesario para que se aprobara la reforma sanitaria y el resto del programa del presidente.

Para ella, esa p¨¦rdida era una prueba m¨¢s de lo que llevaba tiempo denunciando: que los asesores de Obama eran poco estrategas y demasiado estrechos de miras. Le ilusionaba que su marido se convirtiera en una figura transformadora, y por culpa, entre otras cosas, de los problemas de su Gobierno para alcanzar acuerdos en materia sanitaria, muchos votantes estaban empezando a percibirle como un pol¨ªtico del mont¨®n.

A ella le parec¨ªa que "todo el mundo esperaba que una mujer negra cometiera un error"
La tensi¨®n con los asesores lleg¨® ak extremo de que uno la insult¨® en su ausencia
La dificultad de conseguir que participara en un acto se convirti¨® en broma habitual
Varios asesores dudan: ?usa Obama a su esposa para transmitir lo que ¨¦l piensa?
En el 50? cumplea?os de su marido le dio p¨²blicamente las gracias por aguantarla

El entonces jefe de gabinete, Rahm Emanuel, estaba indignado con esas cr¨ªticas y las coment¨® con algunos colaboradores, aseguran tres de sus compa?eros. En una breve entrevista, Emanuel neg¨® estar disgustado con ella, pero algunos asesores describen una situaci¨®n sombr¨ªa bien distinta: un presidente cuyo programa se hab¨ªa ido al garete, una primera dama que no aprobaba el giro que hab¨ªa dado la Casa Blanca y un jefe de gabinete picado por la influencia de la que ella gozaba.Michelle Obama es a d¨ªa de hoy una experta motivadora que sabe c¨®mo sacar partido de su encanto, palad¨ªn de causas que no encuentran oposici¨®n (como las familias de los militares y poner fin a la obesidad infantil), un actor pol¨ªtico cada vez m¨¢s astuto con ganas de volcar su popularidad en la campa?a por la reelecci¨®n de su marido. Pero m¨¢s de 30 entrevistas con asesores, antiguos y actuales, y amigos ¨ªntimos de la pareja presidencial realizadas para un nuevo libro, The Obamas, muestran que no se ha reconocido la fuerza y el rol que ha desempe?ado en el Gobierno de su marido, y que su historia inici¨® como una lucha y luego sigui¨® con un cambio de rumbo que la llev¨® a una mayor satisfacci¨®n.

A Michelle, que hab¨ªa planteado retrasar su traslado a la Casa Blanca algunos meses despu¨¦s de la investidura, le exasper¨® comprobar las limitaciones y obligaciones de su nueva residencia, no ser capaz de sacar a pasear a su perro sin arriesgarse a que la fotografiaran, y que los ayudantes de su marido controlaran todo lo que hac¨ªa, ya fuese su forma de decorar la residencia privada de la familia o que se llevara a maquilladores a los viajes al extranjero.

Poco familiarizada con los h¨¢bitos de Washington, pero entusiasmada con la labor para la que su marido hab¨ªa sido elegido, se ve¨ªa a s¨ª misma como la defensora de sus valores. A veces era m¨¢s dura con el equipo de Barack que ¨¦l mismo, hasta el punto de que en un momento lleg¨® a apremiarle para que lo sustituyera. La situaci¨®n se tens¨® hasta tal extremo que uno de los principales asesores explot¨® durante una reuni¨®n en 2010 e insult¨® a la primera dama en su ausencia.

"Le protege mucho", dijo en una entrevista David Axelrod, uno de los principales estrategas del presidente y director de su campa?a. "Cuando piensa que las cosas se han llevado mal o que van por mal camino", a?adi¨®, "lo saca a colaci¨®n, porque ha apostado muy fuerte por ¨¦l y sabe lo duro que trabaja, y quiere asegurarse de que todo el mundo hace su trabajo como es debido".

Las dificultades de Michelle Obama evidencian algunos de los desaf¨ªos esenciales del presidente en la Casa Blanca, entre ellos la manera en que la falta de experiencia de los Obama en la vida pol¨ªtica, uno de sus atractivos en 2008, se convirti¨® en un lastre al llegar al poder.

Sus preocupaciones sobre los empleados de su marido dan pistas sobre el perfil de Obama como jefe del Ejecutivo. Un presidente con poca experiencia en direcci¨®n que se aferra a su c¨ªrculo ¨ªntimo, que est¨¢ menos unido de lo que parec¨ªa (la relaci¨®n de Emanuel con el presidente, por ejemplo, se volvi¨® tan tirante que el jefe de gabinete se ofreci¨® en secreto a presentar su dimisi¨®n a principios de 2010; a su vez, Robert Gibbs, secretario de prensa de la Casa Blanca, ten¨ªa una relaci¨®n tensa con Michelle Obama y con Valery Jarrett, otra asesora). Michelle compart¨ªa con su marido los mismos sentimientos encontrados respecto a c¨®mo el peloteo y el chismorreo ayudan a conseguir cosas en Washington.

Como a muchos de los partidarios del presidente, a Michelle le inquietaba el abismo que hab¨ªa entre la visi¨®n que se ten¨ªa de la presidencia de su marido y lo que en realidad pod¨ªa hacer. Las tensiones que manten¨ªa con los asesores eran fruto de ese debate: ?qu¨¦ clase de presidente deb¨ªa ser Obama? La primera dama ejerc¨ªa de apoyo en las iniciativas ambiciosas pero poco populares (como la reforma sanitaria y las leyes de inmigraci¨®n), a la vez que se atribu¨ªa el papel de contrapunto de otros asesores, m¨¢s empe?ados en conservar esca?os en el Congreso y la popularidad en las encuestas.

"Ella piensa que hay cosas peores que perder unas elecciones", dijo Susan S. Sher, ex jefa de gabinete de la primera dama, poco despu¨¦s de las elecciones legislativas de 2010, a la mitad del mandato. "Para ella, ser coherente con uno mismo es definitivamente m¨¢s importante". En esa ¨¦poca, Michelle Obama habl¨® en algunas ocasiones sobre qu¨¦ pasar¨ªa si su marido perdiera en 2012. "S¨¦ que estaremos bien", le dijo a Sher.

FRUSTRACIONES PROFUNDAS

Cuando Michelle Obama cay¨® en la cuenta, en el verano y oto?o de 2008, de que las posibilidades de convertirse en primera dama eran altas, pregunt¨® algo que probablemente sorprender¨ªa a los que no la conocen: ?pod¨ªan ella y sus hijas retrasar su traslado a la Casa Blanca? Quiz¨¢ fuera mejor, sugiri¨® a sus asesores y amigos, quedarse en Chicago hasta que finalizara el curso escolar y dar m¨¢s tiempo a las ni?as para adaptarse.

Aunque dur¨® poco, la idea era reveladora: a Michelle no le importaba qu¨¦ tipo de mensaje transmitir¨ªa a la opini¨®n p¨²blica, que estaba entonces cautivada por la nueva familia presidencial. Le inquietaba que su vida fuera el centro de atenci¨®n, por no hablar de la perspectiva de residir en una casa-monumento-museo-oficina-recinto militar-blanco terrorista.

Al final decidi¨® ir a Washington inmediatamente, no por las obligaciones del cargo, sino porque "quer¨ªa que su familia permaneciera unida", afirma Jarrett.

Pero mientras deslumbraba a los estadounidenses con su simpat¨ªa, elegancia y hospitalidad en los primeros tiempos de la presidencia, algunos asesores que trabajaron con ella revelan que se sent¨ªa profundamente frustrada e insegura respecto a cu¨¢l era su lugar en la Casa Blanca. Michelle, una abogada formada en Harvard, hab¨ªa renunciado a su carrera por lo que inicialmente parec¨ªa un cargo amorfo. E intent¨® escabullirse de algunos actos ceremoniales que en su opini¨®n no ten¨ªan mucho sentido, como el almuerzo anual para las esposas de los miembros del Congreso que las primeras damas organizan desde 1912.

Procur¨® limitar su exposici¨®n p¨²blica y declar¨® que solo trabajar¨ªa dos d¨ªas a la semana; dentro de la Casa Blanca, la dificultad de conseguir que Michelle Obama accediera a participar en un acto se convirti¨® en una broma habitual.

La reclusi¨®n de la Casa Blanca tambi¨¦n fue un impacto para ella; de repente se vio apartada de su antigua vida y sus rituales, y hasta dudaba si deb¨ªa llevar a sus hijas al colegio o a los partidos de f¨²tbol por miedo a armar un esc¨¢ndalo.

La familia ten¨ªa la intenci¨®n de volver a Chicago con frecuencia, pero su primer intento fue tan complicado que lo hicieron pocas veces. Hab¨ªan cubierto la fachada de ladrillo de su casa con cortinas negras para disuadir a los francotiradores, y como ya no pod¨ªan salir a comprar sin m¨¢s, eran los camareros de la Armada quienes les daban de comer en su propio domicilio.

Al presidente, Camp David, la residencial vacacional, le parec¨ªa artificial y aislada. A la primera dama le encantaba. All¨ª pod¨ªa deambular libremente sin la intromisi¨®n de los fot¨®grafos.

La pareja presidencial ha declinado ser entrevistada.

Michelle Obama se ve¨ªa a menudo atrapada en dudas internas sobre qu¨¦ imagen deb¨ªan dar los Obama: c¨®mo deb¨ªan vivir, viajar y recibir a los invitados. Dado que era la primera afroamericana en convertirse en primera dama, quer¨ªa que todo fuera impecable y sofisticado; le parec¨ªa que "todo el mundo estaba esperando a que una mujer negra cometiera un error", asegura un exayudante.

Pero a los asesores de su marido -sobre todo a Gibbs- les preocupaba que la Casa Blanca pudiera parecer ajena a la ira p¨²blica respecto al paro, los rescates bancarios y las primas. Lo que gener¨® un tira y afloja constante y nervioso entre las alas Este [que alberga las oficinas de la primera dama, adem¨¢s de la residencia familiar] y Oeste [donde est¨¢ el Despacho Oval] en torno a las vacaciones, la decoraci¨®n, el entretenimiento e incluso cuestiones tan insignificantes como si la Casa Blanca deb¨ªa anunciar o no la contrataci¨®n de un nuevo florista.

"Todos hemos visto qu¨¦ pasa cuando se caricaturiza a la gente", dijo Gibbs en una entrevista en la que explicaba por qu¨¦ controlaba asuntos as¨ª de personales. Cuando se comete un error como el corte de pelo de 400 d¨®lares de John Edwards en 2007, "no hay forma de arreglarlo". Otros asesores afirman que hab¨ªa una raz¨®n por la que Gibbs se convirti¨® en el principal encargado de garantizar el cumplimiento de las normas de la vida pol¨ªtica: porque el presidente, muy consciente de que su mujer nunca quiso esa vida, no lo hac¨ªa.

A pesar de su inexperiencia, la primera dama identific¨® r¨¢pidamente los problemas. Un asesor asegura que desde el principio a ella le preocupaba que la Casa Blanca no estuviera presentando a la opini¨®n p¨²blica un relato claro y convincente de las acciones del presidente. Tambi¨¦n reclam¨® a su propios asesores un papel m¨¢s central en la labor de transmisi¨®n del mensaje de la Administraci¨®n, y se quej¨® de que el Ala Oeste no se planteara c¨®mo encajaba ella en el esquema general de su marido.

En concreto, quer¨ªa ayudar a promover la reforma sanitaria en primavera de 2009. "Averiguad la forma de usarme de manera eficaz", solicit¨® a sus ayudantes. "Esta es mi prioridad". Pero los asesores del Ala Oeste, recordando el resentimiento que caus¨® en la opini¨®n p¨²blica la participaci¨®n de Hillary Clinton en la reforma sanitaria cuando era primera dama, rechazaron mayoritariamente su oferta.

Emanuel, que hab¨ªa comentado a sus compa?eros que sus batallas como miembro del gabinete con Clinton le hab¨ªan ense?ado a mantenerse alejado de las primeras damas, sol¨ªa esquivar a Michelle. Se trat¨® de restar importancia al asunto, pero la tensa relaci¨®n entre las alas Este y Oeste acab¨® volvi¨¦ndose lo bastante grave como para que el equipo de la primera dama celebrara una jornada de retiro en invierno de 2010 para abordar el problema. Valerie Jarrett, una de las principales asesoras del presidente, hizo las veces de emisaria y trat¨® de suavizar las relaciones. Pero su incompatibilidad de papeles -adem¨¢s de tener su propia cartera en el Ala Oeste, Jarrett ejerc¨ªa de defensora de Michelle Obama y era tan amiga de la pareja presidencial que hasta se iba de vacaciones con ellos- gener¨® sus propias tensiones.

Aquel verano, a cambio de un voto esencial para aprobar una ley sobre energ¨ªa, Emanuel, sin pedir permiso a la primera dama, prometi¨® a Allen Boyd, miembro del Congreso por Florida, que Michelle participar¨ªa en un acto. Muy enfadada, asisti¨® al acto, pero hizo constar su repulsa general neg¨¢ndose a comprometerse a hacer campa?a para las elecciones legislativas. Y no dio su brazo a torcer durante casi un a?o, seg¨²n algunos exasesores de las alas Este y Oeste. En lugar de eso, se centr¨® en su propio programa.

Seg¨²n dos de sus ayudantes, a Emanuel le parec¨ªa incre¨ªble que renunciara a hacer campa?a: las elecciones ya se perfilaban como una posible escabechina para los dem¨®cratas, y la Casa Blanca iba a afrontarlas sin la popular esposa del presidente.

MANTENERSE AL MARGEN

Michelle Obama ha comentado a sus asesores que nunca ha querido ser la clase de primera dama que se entromet¨ªa en los asuntos del Ala Oeste. A veces se refer¨ªa al asunto diciendo que se trataba del Gobierno de su marido, no del suyo. Le faltaban ganas y experiencia para los pormenores de la pol¨ªtica, y ten¨ªa muy presente c¨®mo a otras primeras damas -como Nancy Reagan y Clinton- las hab¨ªan tachado de entrometidas, figuras no elegidas que ejerc¨ªan un poder que no merec¨ªan.

Con todo, a medida que el Gobierno tropezaba con un obst¨¢culo tras otro en 2010 -la victoria de Brown en Massachusetts, una reforma sanitaria aprobada por los pelos en el Congreso pero que segu¨ªa siendo impopular, el vertido de petr¨®leo en el golfo de M¨¦xico y las elecciones legislativas-, Michelle estaba cada vez m¨¢s preocupada.

Emanuel acab¨®, meses despu¨¦s, ocupando el despacho de alcalde de Chicago. Algo que ocurri¨®, en parte, gracias a sus fuertes v¨ªnculos con el presidente. Pese a ello, la relaci¨®n con ¨¦l se hab¨ªa vuelto tirante tras su primer a?o en el Gobierno. Aunque Obama depend¨ªa mucho de Emanuel, sobre todo a la hora de lidiar con el Congreso, comunic¨® a sus asesores su inquietud por la manera de dirigir y planificar de la que hac¨ªa gala su jefe de gabinete, as¨ª como sus exabruptos, a veces insultantes, contra los miembros del personal. Emanuel hab¨ªa comentado abiertamente que pensaba que la reforma sanitaria hab¨ªa sido una mala idea, y cuando sus opiniones empezaron a aparecer en los medios informativos, a principios de 2010, varios compa?eros relatan que entr¨® en el Despacho Oval y present¨® su dimisi¨®n.

Esgrimi¨® que "entend¨ªa que las historias eran una verg¨¹enza y sent¨ªa que su obligaci¨®n era presentarle su dimisi¨®n" al presidente, revela Axelrod. Obama se neg¨® a aceptarla y, seg¨²n recuerdan Axelrod y otros, le dijo a Emanuel que su castigo era quedarse y conseguir que se aprobara la reforma sanitaria (Emanuel no ha querido realizar comentarios sobre el asunto).

Seg¨²n sus asesores, aquella primavera Michelle Obama tambi¨¦n dej¨® claro que pensaba que su marido necesitaba un nuevo equipo.

Cuando el presidente decidi¨® que ten¨ªa que pronunciar un discurso sublime sobre la reforma de las leyes de inmigraci¨®n en junio de 2010, a pesar de que no hab¨ªa ninguna ley sobre el tapete y de que el esfuerzo pod¨ªa perjudicar a los vulnerables dem¨®cratas, Emanuel puso objeciones. Los asesores redactaron un discurso que no era del gusto del presidente y este se pas¨® gran parte de la noche reescribi¨¦ndolo. Finalmente, el discurso tuvo una fr¨ªa acogida. Dos asesores aseguran que Obama, irritado, pidi¨® entonces a Jarrett que vigilara a otros altos cargos para asegurarse de que hac¨ªan lo que ¨¦l quer¨ªa.

Varios asesores del Ala Oeste explicaron que hab¨ªan o¨ªdo a trav¨¦s de terceros que Michelle estaba enfadada a causa del incidente. M¨¢s tarde, los mismos expresaron sus dudas al respecto: ?estaba acaso el presidente usando a su esposa para transmitir lo que ¨¦l pensaba?

En septiembre de 2010, despu¨¦s de un verano de luchas internas en toda el Ala Oeste, las cosas acabaron explotando. El d¨ªa 16, a primera hora, mientras Robert Gibbs escaneaba unos recortes de prensa, una noticia le hizo parar en seco: seg¨²n un nuevo libro publicado en Francia, Michelle Obama le hab¨ªa comentado a Carla Bruni-Sarkozy que vivir en la Casa Blanca era "un infierno".

Era un desastre en potencia, el equivalente del corte de pelo de 400 d¨®lares, temi¨® Gibbs: suced¨ªa pocas semanas antes de las elecciones legislativas y justo despu¨¦s de unas vacaciones de la primera dama en Espa?a que le hab¨ªan granjeado acusaciones de despilfarro.

Gibbs pidi¨® a los asesores de Michelle Obama que averiguaran si hab¨ªa dicho algo que se le pareciera siquiera (la respuesta fue no) y luego contraatac¨® la historia durante horas, haciendo que tradujeran el libro y convenciendo al palacio del El¨ªseo para que emitiera un desmentido. Hacia mediod¨ªa, la potencial crisis se hab¨ªa evitado.

Pero en la reuni¨®n de personal de Emanuel a las 7.30 de la ma?ana siguiente, Jarrett anunci¨®, seg¨²n varias de las personas presentes, que la primera dama estaba preocupada por la reacci¨®n que la Casa Blanca hab¨ªa mostrado ante el libro. Todos los ojos se volvieron hacia Gibbs, que empez¨® a exaltarse.

"No entres en eso, Robert, no lo hagas", le advirti¨® Emanuel.

"Eso no vale, me he estado matando con esto, ?a qu¨¦ viene esto ahora?", grit¨® Gibbs, soltando improperios. Interrog¨® a Jarrett, cuya serenidad pareci¨® irritarle todav¨ªa m¨¢s. Los dos siguieron dale que te pego, Jarrett sin inmutarse, Gibbs temblando de rabia. Seg¨²n varios miembros del personal, el secretario de comunicaci¨®n acab¨® insultando a la primera dama -sus compa?eros, asombrados, clavaron los ojos en la mesa- y se fue hecho una furia.

Gibbs reconoci¨® su salida de tono, pero dijo que su enfado estaba mal encauzado. Acus¨® a Jarrett de haberse inventado la queja de la primera dama. Despu¨¦s del incidente del libro "dej¨¦ de tomarla en serio como asesora del presidente", explic¨®; "su punto de vista a la hora de asesorarle era que ella tiene que estar encima y el resto de la Casa Blanca tiene que estar debajo".

Jarrett ha declinado comentar el incidente; dos ayudantes del Ala Este aseguran que se expres¨® mal, y que Michelle Obama no hab¨ªa hecho esa cr¨ªtica.

Hubo compa?eros defendiendo las dos partes. Gibbs hab¨ªa dedicado muchos a?os a la causa de los Obama, alegaron algunos. Jarrett era digna de confianza, afirmaron otros, entre ellos Peter M. Rouse, otro de los asesores de alto rango. La violenta discusi¨®n puso de manifiesto no solo la divisi¨®n entre el equipo de Obama, antes unido, sino tambi¨¦n lo complicado que se hab¨ªa vuelto el nexo entre la pareja presidencial y los miembros del personal de la Casa Blanca.

FORJAR UN NUEVO PAPEL

Por aquel entonces, la trayectoria de Michelle Obama en la Casa Blanca estaba cambiando. Empezaba a dominar y redefinir sutilmente el papel que antes le hab¨ªa parecido amorfo, y empezaba a aclimatarse mejor a su nueva vida.

A veces, su trabajo parec¨ªa una respuesta, en miniatura, a lo que iba mal en la Presidencia. Si la reforma sanitaria de su marido era impopular y corr¨ªa el riesgo de ser revocada, ella se met¨ªa de lleno en su campa?a particular sobre la nutrici¨®n y el ejercicio, que ten¨ªa objetivos finales similares: mejorar la salud y reducir los costes. Si su marido no conectaba con el p¨²blico, ella se lo ganaba con discursos vibrantes y empuje.

Su popularidad, combinada con la erosi¨®n del apoyo a su marido, le dio m¨¢s influencia interna de la que tuvo en el arranque de la legislatura. Un cambio de posici¨®n que qued¨® reflejado en una reuni¨®n en el Despacho Oval unas semanas antes de las elecciones legislativas.

Se celebr¨® en territorio del presidente, pero el motivo era tranquilizar a la primera dama, que por fin hab¨ªa accedido a hacer campa?a para las legislativas. Uno a uno, revelan varios de los participantes, los miembros del equipo pol¨ªtico fueron desfilando ante los Obama, exponiendo argumentos, detalles y estad¨ªsticas de c¨®mo la primera dama pod¨ªa ayudar a captar votos. Y analizando los sondeos que demostraban que al electorado dem¨®crata le encantaba verlos juntos.

"Una presentaci¨®n magn¨ªfica", dijo el presidente con una sonrisa de las de a-m¨ª-nunca-me-tratan-as¨ª. Los asesores estaban haciendo ahora las cosas a la manera que le gustaba a sus esposa, con planificaci¨®n y precisi¨®n.

Sin embargo, Michelle Obama solo accedi¨® a participar en ocho actos de campa?a, muchos menos de los que el equipo pol¨ªtico quer¨ªa. "B¨¢sicamente accedi¨® a no hacer nada", sentencia un asesor.

Ahora que su marido se enfrenta a una dura lucha por la reelecci¨®n, las cosas han cambiado: la primera dama ha comunicado a sus asesores que va a ir a por todas.

Puede que en ocasiones Michelle Obama haya sido una detractora interna, pero tambi¨¦n es la defensora m¨¢s ac¨¦rrima de su marido. Aunque sigue evitando entrar en detalles al hablar de pol¨ªtica o estrategia, ahora tiene el papel que persigui¨®, el de amplificar el mensaje del presidente. Ha hablado junto a ¨¦l en Fort Bragg, Carolina del Norte, sobre el final de la guerra de Irak, poniendo el foco en su propia iniciativa de contratar excombatientes para defender las leyes laborales atascadas de su marido, y hasta ha compartido su discurso semanal por radio. "A m¨ª me parece que est¨¢ m¨¢s contenta de lo que la he visto nunca a lo largo de este proceso, desde que ¨¦l se present¨® como candidato a presidente, lo cual es muy bueno", comenta Axelrod.

Cuanto m¨¢s empeoraban las cosas para su marido en 2011, m¨¢s a su lado estaba ella, manteni¨¦ndole a flote personal y pol¨ªticamente. En agosto, despu¨¦s de que las negociaciones sobre el techo de la deuda en Washington alcanzaran su dolorosa conclusi¨®n, dio una fiesta para celebrar el 50? cumplea?os del presidente. Michelle pidi¨® a los invitados que no se marcharan pronto y pronunci¨® un brindis enaltecedor en elogio de su marido.

Cuando empez¨® a oscurecer, los 150 invitados -amigos, famosos y funcionarios- estaban sentados en el c¨¦sped sur escuchando a la primera dama relatar su percepci¨®n de Barack Obama: un l¨ªder incansable y honrado que se ha sobrepuesto a los juegos de Washington, que ha matado al terrorista m¨¢s buscado del mundo y que aun as¨ª se las ingenia para entrenar al equipo de baloncesto de su hija Sasha. Seg¨²n relatan varios invitados, el presidente, que parec¨ªa azorado, intent¨® interrumpirla, pero ella le inst¨® a que se sentara y escuchara.

Tambi¨¦n le dio las gracias por haber aguantado lo dura que hab¨ªa sido con ¨¦l. Al llegar a esa frase, algunos asesores intercambiaron miradas de reconocimiento.

Este art¨ªculo es una adaptaci¨®n de 'The Obamas', un libro de Jodi Kantor publicado por Little, Brown & Company. ? 2012 New York Times News Service. Traducci¨®n de Paloma Cebri¨¢n para News Clips.

EL ENFADO DE MICHELLE

La primera dama concedi¨® el pasado mi¨¦rcoles una entrevista al canal CBS para rechazar la imagen que de ella da el libro de la periodista de 'The New York Times' Jodi Kantor 'The Obamas' (del que este reportaje es una adaptaci¨®n): "Es lo que la gente ha tratado de pintar de m¨ª desde el d¨ªa en que Barack anunci¨® su candidatura: que soy una mujer negra enfadada".

Asegur¨® mantener una relaci¨®n cordial con el ex jefe de gabinete de su marido Rahm Emanuel, ahora alcalde de Chicago: "Nunca hemos tenido una palabra de m¨¢s. Es un tipo divertido", y puntualiz¨® que no tiene "conversaciones con el personal de mi marido". Y subray¨®: "No voy a las reuniones". En la fotograf¨ªa superior, la pareja presidencial homenajeando a Emanuel (a la derecha) en su despedida oficial de la Casa Blanca el 1 de octubre de 2010.

Sobre sus diferencias con el exsecretario de comunicaci¨®n Robert Gibbs (en la imagen inferior), a?adi¨®: "Podr¨ªamos mirar d¨ªa por d¨ªa y encontrar cosas que desear¨ªamos no haber dicho. Las personas tropiezan y cometen errores todos los d¨ªas". / pete souza

Contra la obesidad infantil

Es tradici¨®n en todas las presidencias que la primera dama asuma una causa social en la que centrar sus esfuerzos. Nancy Reagan lo hizo con la lucha contra la drogadicci¨®n. Laura Bush foment¨® la lectura. Michelle Obama combate la obesidad infantil. "No es solo una crisis sanitaria. Es una crisis econ¨®mica. Nos gastamos 150.000 millones de d¨®lares al a?o en tratar enfermedades relacionadas con la obesidad", ha declarado la primera dama.

Los Obama en la intimidad

En un encuentro con periodistas digitales, Michelle Obama habl¨® de la vida de sus dos hijas, Sasha, de 13 a?os, y Malia, de 10, en la Casa Blanca. Seg¨²n relat¨®, la primera dama advirti¨® a su personal que las ni?as no deben ser tratadas como "princesitas" y explic¨® que Malia hace su colada y limpia su propia habitaci¨®n. "Luchamos por la normalidad", asegur¨®. Salir de la ciudad es una prioridad en ese sentido. "Las vacaciones son importantes, lejos de los fot¨®grafos". No les permite usar Facebook y es muy estricta con la televisi¨®n, de una a dos horas al d¨ªa es el l¨ªmite que recomienda la Academia Americana de Pediatras y el que impone Michelle a sus hijas. Tampoco permite m¨®viles, iPad ni otros aparatos electr¨®nicos durante las comidas, muy particularmente a su marido.

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