La democracia en peligro
Una alternancia que solo sea un cambio de personas, sin diferencias sensibles en las pol¨ªticas, no es tal. El discurso que afirma que no hay alternativa a las pol¨ªticas aplicadas hoy es letal para la soberan¨ªa popular
La democracia tiene por origen la igualdad de condiciones", dec¨ªa el fil¨®sofo Claude Lefort (1924-2010). Es una manera de explicar que la democracia es un r¨¦gimen pol¨ªtico que se funda en una determinada forma de sociedad. La introducci¨®n del sufragio universal o una apariencia de separaci¨®n de poderes no son suficientes para que se pueda hablar de democracia con propiedad. En estos tiempos de transiciones democr¨¢ticas construidas sobre las cenizas de imperios totalitarios o de reg¨ªmenes autocr¨¢ticos, los ejemplos abundan: Rusia hoy no es una democracia por mucho que se convoquen elecciones y que exista un sistema de partidos pol¨ªticos. No se dan las condiciones de igualdad y respeto que la democracia exige. Lo mismo puede decirse de pa¨ªses como Irak, donde las fracturas ¨¦tnicas, la falta de cohesi¨®n social y la violencia consiguiente, no permitan hablar de democracia en sentido pleno.
La debacle ideol¨®gica de la izquierda deja al sistema sin contrapeso. La derecha es hegem¨®nica
Las exigencias de los mercados sirven de pretexto a los gobernantes para no tener que pensar
Sin igualdad de condiciones, ?qu¨¦ sentido tiene la soberan¨ªa popular? La igualdad de condiciones se ha ido creando muy lentamente. En muchos pa¨ªses de Europa, las mujeres adquirieron el derecho a voto en el siglo pasado. Sin la mitad de la poblaci¨®n la democracia y la soberan¨ªa eran un mito. Actualmente, los extranjeros tienen muy limitado el derecho de voto, son los ecos de una cultura que entendi¨® que el Estado-naci¨®n era el lugar propio de la democracia y que persisti¨® en convertir al otro en sospechoso.
Pero Claude Lefort nos recuerda tambi¨¦n que la democracia es un r¨¦gimen en el que el poder pol¨ªtico no est¨¢ incorporado a lo social, no se tiene, se ejerce. Por eso puede decirse que el poder es un espacio vac¨ªo. En un r¨¦gimen aristocr¨¢tico o mon¨¢rquico el poder est¨¢ inscrito en la naturaleza de la sociedad: el palacio nunca est¨¢ vac¨ªo, a rey muerto, rey puesto. En democracia el palacio es un lugar de paso, en el que siempre se est¨¢ con car¨¢cter provisional. El pueblo -heter¨®clito, m¨²ltiple y conflictivo (como dice Lefort)- es el soberano que decide sobre qui¨¦n ocupa provisionalmente este lugar vac¨ªo que es el poder. La naturaleza plural del pueblo -diferencias sociales, diferencias culturales, diferencias de intereses- hace que la sociedad democr¨¢tica asuma el conflicto como factor de vitalidad y de progreso. De ah¨ª que la polarizaci¨®n derecha-izquierda haya sido extremadamente ¨²til para el desarrollo y consolidaci¨®n de la democracia. La confrontaci¨®n parlamentaria opera como ritual de soluci¨®n de conflictos y de sublimaci¨®n de la violencia social. Algunos autores, como Ralph Dahrendorf, han llegado a poner en duda la continuidad de la democracia m¨¢s all¨¢ de esta oposici¨®n simple. Porque, en el fondo, una democracia sin alternativa es un contrasentido, porque es una democracia sin vida. Y la alternativa desaparece cuando la alternancia se limita a un simple cambio de personas, sin diferencias sensibles en las pol¨ªticas.
El discurso que afirma que no hay alternativa, que se despleg¨® en Occidente a partir de los ochenta, es letal para la democracia, adem¨¢s de ser una estupidez en s¨ª mismo, como nos recuerda Hans Magnus Enzensberger: "Es una injuria a la raz¨®n", "es la prohibici¨®n de pensar", "no es un argumento, es un anuncio de capitulaci¨®n". Curiosamente esta capitulaci¨®n de la pol¨ªtica democr¨¢tica ha llegado en el momento en que los reg¨ªmenes democr¨¢ticos m¨¢s se han extendido por el mundo. La democracia ha entrado en franca p¨¦rdida de calidad en Europa, precisamente cuando es mayor que nunca el n¨²mero de pa¨ªses que la est¨¢n ensayando. Quiz¨¢s la revitalizaci¨®n de la pol¨ªtica democr¨¢tica venga del universo poscolonial, donde parece que emergen las energ¨ªas que faltan a una tierra tan gastada como Europa.
En el proceso de metabolizaci¨®n de la soberan¨ªa del pueblo en vida pol¨ªtica democr¨¢tica juegan un papel decisivo los medios de comunicaci¨®n y las instituciones intermedias, que son las que crean opini¨®n, cr¨ªtica y discurso alternativo. Estas instituciones: partidos, sindicatos, asociaciones, organizaciones de la sociedad civil y dem¨¢s grupos sociales presentan claros s¨ªntomas de agotamiento y reclaman una reforma a fondo con urgencia. Son instituciones nacidas con la cultura de la prensa escrita que chirr¨ªan en la sociedad de la informaci¨®n. ?Cu¨¢l es el destino de la democracia en tiempos de Internet? Entre las potencialidades de la cultura de la colaboraci¨®n que Internet ofrece y la amenaza dist¨®pica de la multitud colgada de una nube todopoderosa, hoy por hoy, hay m¨¢s inc¨®gnitas que hip¨®tesis plausibles. ?Sabremos hacer de las redes un instrumento de creaci¨®n de tejido social, de conexi¨®n cultural y de reconocimiento, sin mengua de la autonom¨ªa del individuo-ciudadano?
Mientras tanto, lo que impera en Europa es el empeque?ecimiento de la democracia. He aqu¨ª algunas caracter¨ªsticas del estado de nuestras democracias:
Negaci¨®n de la alternativa: la hegemon¨ªa ideol¨®gica de la derecha y la debacle ideol¨®gica de la izquierda dejan al sistema sin contrapeso. La crisis ha llevado el principio "no hay alternativa" al paroxismo. Ya no es solo una cuesti¨®n de modelo de sociedad, sino incluso de pol¨ªticas concretas. Las exigencias de los mercados y las ¨®rdenes de la se?ora Merkel, que ha hecho de Europa un protectorado alem¨¢n, han sido los argumentos para que los gobernantes rehuyeran la funesta man¨ªa de pensar.
Pol¨ªticas del miedo: los Gobiernos, con el acompa?amiento de un poderoso coro medi¨¢tico, han desplegado el discurso de la culpa colectiva -hay que pagar la fiesta de nuestra irresponsabilidad- para extender la idea de un escenario sin ventanas al futuro y poner el miedo en el cuerpo de la ciudadan¨ªa. El miedo siempre ha sido el mejor instrumento para la servidumbre voluntaria.
Satanizaci¨®n del conflicto: desde determinados sectores ideol¨®gicos, especialmente de la derecha, se sali¨® en tromba contra los indignados por haberse atrevido a se?alar la desnudez de nuestra democracia y a preguntar por la posibilidad de una alternativa.
Cultura de casta: el complejo pol¨ªtico-econ¨®mico-medi¨¢tico aparece cada vez m¨¢s alejado de la ciudadan¨ªa, como una casta cerrada en la que el espect¨¢culo de la sobreactuaci¨®n de sus diferencias no alcanza a disipar la certeza de un juego de intereses compartidos y de complicidades manifiestas. Sensaci¨®n agravada por una corrupci¨®n que en algunos pa¨ªses amenaza en ser sist¨¦mica; y por la crisis de las instituciones intermedias, que han dejado de bombear presi¨®n social hacia arriba. Desde esta casta se ejerce un control creciente de la palabra que hace que casi todo pueda decirse, pero que casi todo lo que se dice quede a beneficio de inventario.
Ruptura de las condiciones b¨¢sicas de igualdad. El crecimiento exponencial de las desigualdades y el deslizamiento de una parte importante de la poblaci¨®n hacia el precipicio de la marginaci¨®n hace que no se d¨¦ la igualdad de condici¨®n propia de la sociedad democr¨¢tica. La fractura entre integrados y marginados es una herida letal para el sistema democr¨¢tico.
Poco antes de morir, Claude Lefort dec¨ªa: "Se puede temer un poder que adormece a la sociedad, un poder que no consulta y que reforma sin que haya movilizaci¨®n de los interesados. Se puede temer una sociedad que se deja modelar por una autoridad, lo que antes era impensable". Ya estamos en lo que Lefort tem¨ªa, es el camino hacia el totalitarismo de la indiferencia.
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