El sal¨®n de 'madame' Sese?a
Tendr¨ªas que haber sido francesa", le dijo una noche en Madrid Jaime Gil de Biedma a Natacha Sese?a, para mi asombro: ten¨ªa yo entonces a nuestra com¨²n amiga por anglosajonizante m¨¢s bien, y no s¨®lo en raz¨®n de su primer v¨ªnculo conyugal y su largo curr¨ªculo como alumna, profesora y coordinadora de estudios, tanto en Espa?a como en Estados Unidos, de algunas prestigiosas universidades del noreste americano. Unas semanas despu¨¦s de la muerte de Natacha, ocurrida el pasado 31 de octubre, mientras o¨ªa la conferencia que Benedetta Craveri dio en la Fundaci¨®n Juan March sobre Los salones galantes, entend¨ª plenamente lo que Gil de Biedma quiso decir aquella noche de 1984. Por su cultura vers¨¢til y su esprit de finesse, por su talento histri¨®nico (que ella se tomaba muy en serio, como veremos), por su humor c¨¢ustico y su alma bella, Natacha Sese?a habr¨ªa brillado con luz propia en ese mundo de los salones cultivados que Craveri evocaba en su conferencia y reconstruye de modo magistral en La cultura de la conversaci¨®n (Siruela, 2007, traducci¨®n de C¨¦sar Palma). Un mundo primordialmente femenino que pobl¨® el Par¨ªs del Grand Si¨¨cle de unas damas mordaces y sabias, atrevidas de gesto y de actitud, infinitamente ocurrentes y siempre dispuestas a resistir a la estupidez con el arte de la palabra.
Natacha habr¨ªa brillado con luz propia en ese mundo de las 'salonni¨¨res' del XVII y XVIII
L¨ªrica y p¨ªcara, impetuosa y melanc¨®lica, era una sentimental con pavor a la sensibler¨ªa
Tratando asiduamente a Natacha en esa d¨¦cada de los ochenta y despu¨¦s, m¨¢s de una vez le o¨ª repetir con cierto orgullo no exento de iron¨ªa el lema que las Damas Negras de Saint-Maur, el colegio madrile?o de monjas francesas en el que se educ¨®, inculcaban a las ni?as: Simple dans ma vertu, forte dans mon devoir. Natacha creci¨® agn¨®stica y se mantuvo siempre librepensadora, pero si bien no puedo decir que sus muchas virtudes fuesen todas simples, la fortaleza de su car¨¢cter, en el dolor y en el gozo, me consta. Tuvo adem¨¢s, por instinto y por decisi¨®n propia, las herencias morales de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza (continuada en su muy querida Residencia de Estudiantes), de la Asociaci¨®n Espa?ola de Mujeres Universitarias, de la que fue presidenta, y de otras agrupaciones similares que prolongaban valerosamente en la Espa?a franquista el esp¨ªritu laico y progresista, as¨ª como una natural sinton¨ªa con lo mejor del exilio republicano, frecuentando en sus a?os norteamericanos a gente de la talla de Jorge Guill¨¦n, Laura de los R¨ªos, Pilar de Madariaga, Joaqu¨ªn Casalduero, Solita Salinas y Juan Marichal.
Como tantas preciosas del XVII franc¨¦s y muchas de sus continuadoras del siglo de las luces anteriores a la Revoluci¨®n (pienso en Madame de Sta?l y en Madame du Deffand), NatachaSese?a fue una escritora de libros aplicados -llenos siempre de ingenio- sobre un tema en el que era experta, la cer¨¢mica popular y el arte de la porcelana, pero brill¨® igualmente en otra faceta que apenas queda registrada, la de activadora de redes sociales muy distintas a las actuales. Hubo una Sese?a p¨²blica e importante en sus a?os de directora de artes pl¨¢sticas de la Fundaci¨®n Banco Exterior, con pioneras exposiciones de rescate, por ejemplo, de Esteban Vicente y Remedios Varo, y una privada Natacha oral que se dejaba o¨ªr cuando invitaba en su casa, tanto la de Madrid (donde pod¨ªa mezclar a don Julio Caro Baroja con Fernando Vijande, el galerista espa?ol de Warhol) como la del pueblo turolense de Calaceite, en el que fue parte esencial, mientras dur¨®, de esa peque?a y exquisita colonia de expatriados literarios formada por Jos¨¦ y Pilar Donoso, Mauricio Wacquez, ?ngel Crespo y Pilar G¨®mez Bedate, entre otros.
Tuve el privilegio de pertenecer a la compa?¨ªa de c¨®micos aficionados que, gracias sobre todo al impulso de la Sese?a (primera actriz y gran diva) y la disponibilidad esc¨¦nica de la casa de Juan Benet en la calle Pisuerga de Madrid -con sus dos salones contiguos separados por una corredera de vidrio que hac¨ªa las veces de tel¨®n-, ofreci¨® a lo largo de unos cuantos a?os un buen n¨²mero de representaciones improvisadas aunque pundonorosas, todas gratuitas. Encargado yo, como gal¨¢n (entonces) joven de la compa?¨ªa, de los papeles de petimetre, soy, y me duele decirlo, el ¨²nico vivo de aquel elenco, compuesto, en la rama masculina, por Benet, que prefer¨ªa siempre el rol del hombre avinagrado (le sal¨ªa redondo el de factor de la Renfe), y Juan Garc¨ªa Hortelano, que en una de las piezas m¨¢s solicitadas del repertorio, La familia argentina en Espa?a, hac¨ªa incongruente pero convincentemente de hijo m¨ªo; cercano ya a los sesenta, Hortelano me dec¨ªa entre bastidores, mientras se pon¨ªa para rejuvenecerse una pa?oleta anudada en la calva, que el secreto estaba en aplicar a su inveros¨ªmil interpretaci¨®n el m¨¦todo del Actors Studio. El reparto pod¨ªa reforzarse en funciones de mayor rango, como una que dimos, con motivo de un cumplea?os de Jaime Garc¨ªa A?overos, en un restaurante de la zona norte de Madrid, y ¨²nica que cont¨® con una rese?a escrita de ?ngel S¨¢nchez Harguindey en este peri¨®dico. Fuimos de madrugada ansiosos, como se hac¨ªa en Broadway en la edad de oro, a leer en un VIPS la primera edici¨®n de EL PA?S; Harguindey nos dejaba bien. Aquella noche hab¨ªamos tenido un guest star muy apreciado por cr¨ªtica y p¨²blico, Jaime Salinas, descollante sobre todo en el entrem¨¦s dreyeriano del cese s¨²bito de un ministro que inventamos minutos antes de salir a escena. Salinas, que hac¨ªa de edec¨¢n del dignatario cesado, lo encarn¨® con la impasible circunspecci¨®n de los actores n¨®rdicos. Natacha Sese?a era la ¨²nica mujer de la compa?¨ªa, y estaba, por tanto, obligada a prodigarse; la recuerdo ahora, adem¨¢s de como protestona esposa m¨ªa y madre de Hortelano en el sketch argentino, haciendo de Morena Clara, nuestra ¨²nica incursi¨®n en el sainete espa?ol. Natacha, que tanto se luc¨ªa imitando el acento porte?o en la evocaci¨®n de los veraneos de Punta del Este, nos dej¨® a todos boquiabiertos hablando un andaluz fluido que a Benet, int¨¦rprete con sombrero cordob¨¦s y faj¨ªn del T¨ªo Regalito, le costaba m¨¢s.
El poeta ?ngel Gonz¨¢lez, otro buen amigo de Natacha, prolog¨® Falso curandero, el libro de poemas que ella anunciaba desde tiempo inmemorial y algunos desconfiaban que hubiera escrito, ignorando que las leyes de las salonni¨¨res exigen a menudo la reticencia. Sali¨® en 2004, y era estupendo, tanto en los sarcasmos ("Me ense?aba un camino / ?jam¨¢s el de Escriv¨¢!") como en sus versos de aliento amoroso ("T¨®mame, amor, / que te merezco"). El pr¨®logo de Gonz¨¢lez era un homenaje a la socarroner¨ªa que Natacha y ¨¦l compartieron, entre tantas copas: "No se nace poeta, como no se nace tuberculoso (...). Natacha Sese?a, cuya predisposici¨®n a la l¨ªrica vengo yo observando desde hace mucho tiempo, no tom¨® las debidas precauciones (...).
Por un pudor que est¨¢ justificado tanto en tuberculosos como en poetas, trat¨® de ocultarlo durante a?os (...). Pero el tiempo, ese falso curandero, no hizo m¨¢s que agudizar el mal, y al fin no tuvo m¨¢s remedio que hacerlo p¨²blico".
L¨ªrica y p¨ªcara, impetuosa y melanc¨®lica, sentimental con pavor a la sensibler¨ªa, Natacha se dej¨® infectar por los mejores males de un siglo en el que mujeres como ella hablaron en voz alta, sin querer callar, dejando para el tiempo de hoy un eco de civilidad y cordura que ojal¨¢ nunca deje de o¨ªrse.
Vicente Molina Foix es escritor.
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