Regreso al pasado
Abundan en el mundo los excomunistas; de exfascistas, en cambio, hay muy pocos. De Arthur Koestler a Jorge Sempr¨²n, se cuentan por millares las personas que abandonaron el comunismo, reflexionaron p¨²blicamente sobre su experiencia y contribuyeron a la cr¨ªtica del totalitarismo.
En el universo fascista estas figuras escasean. Con honrosas excepciones, los fascistas espa?oles mutaron conforme a la nueva circunstancia democr¨¢tica, sin sentirse apelados a dar explicaci¨®n alguna. Y muchos se han vanagloriado de su pasado de servicio al r¨¦gimen del general Franco. Manuel Fraga ha sido uno de ellos. Siempre mostr¨® orgullo de haber trabajado por un r¨¦gimen del que siempre omit¨ªa la condici¨®n de dictadura. Fraga, esforzado jefe de propaganda del franquismo desde el Ministerio de Informaci¨®n, ha jugado tambi¨¦n un papel destacado en los reiterados intentos de la derecha por blanquear la dictadura, como si hubiese sido un inevitable periodo de excepci¨®n. De la cultura de "la calle es m¨ªa" a la cultura democr¨¢tica hay un trecho. Fraga nunca crey¨® que tuviera que dar explicaciones por este tr¨¢nsito. Quiz¨¢s porque este tr¨¢nsito no existi¨® y porque en el fondo cre¨ªa que entre el franquismo sociol¨®gico y la mayor¨ªa natural, las bases sobre las que fund¨® sus sue?os de poder, tampoco hab¨ªa una distancia tan grande.
La muerte estiliza. Cuando una persona muere se genera un espiral de silencio que niega lo malo y solo muestra el buen perfil del que se va. Es una forma que los humanos tenemos de negociar la terrible sensaci¨®n de injusticia que acompa?a a la muerte. Pero cuando se trata de una persona p¨²blica, 60 a?os en escena, el rito de los halagos puede llegar a ser grotesco. Y, a menudo, pone en evidencia a sus celebrantes. Decir, como N¨²?ez Feijoo, que Fraga tuvo la mala suerte de haber nacido en un r¨¦gimen sin libertades es pat¨¦ticamente enternecedor. Millones de personas nacimos bajo este r¨¦gimen y no nos hicimos fascistas, ni servimos al dictador. Decir, como Mariano Rajoy, que Fraga sent¨ªa pasi¨®n por la libertad genera dudas preocupantes sobre la idea de libertad que tiene el presidente del Gobierno. Desde luego, lo menos que puede decirse es que fue una pasi¨®n muy tard¨ªa, si es que lleg¨® a desarrollarse alg¨²n d¨ªa. Tambi¨¦n buena parte de la oposici¨®n se ha sumado al espect¨¢culo. Sin duda, Fraga jug¨® un papel en la incorporaci¨®n de la derecha espa?ola a la democracia, sobre todo cuando vio que el nuevo r¨¦gimen era irreversible. No se olvide que en las primeras elecciones se present¨® al frente de una espectacular brochette de fascistas. Los que tienen que estarle agradecidos son los socialistas. Ni en sue?os Felipe Gonz¨¢lez habr¨ªa imaginado tener un l¨ªder de la oposici¨®n tan inofensivo electoralmente.
La despedida a Fraga nos ha recordado c¨®mo todav¨ªa pesan algunos tab¨²s construidos en la Transici¨®n. Todav¨ªa hay miedo a hablar mal del mal, a hablar de la dictadura por su nombre. Y proliferan los eufemismos para rebajar la calidad dictatorial del r¨¦gimen anterior. En este sentido, Fraga no deja de ser un s¨ªmbolo de una democracia lastrada por su incapacidad de afrontar el pasado.
La providencia ha querido que la desaparici¨®n de Fraga coincidiera con el inicio de la ruta de Garz¨®n por los banquillos. Ver a los responsables de la trama G¨¹rtel y a los gerifaltes del franquismo como v¨ªctimas y al juez que atrap¨® a los primeros y que os¨® desafiar el tab¨² judicial sobre la dictadura como verdugo, es una imagen que proyecta todo tipo de sombras sobre las instituciones espa?olas y resulta incomprensible para gran parte de la prensa extranjera. Tambi¨¦n en la justicia los tab¨²s de la Transici¨®n siguen vivos. La endeblez de las acusaciones contra Garz¨®n, que ni siquiera la fiscal¨ªa apoya; la tenacidad de sus perseguidores, y la historia de encuentros y desencuentros, de idas y venidas, que jalonan la vida de un juez expuesto en el aparador medi¨¢tico hasta la obscenidad, transmiten a la opini¨®n p¨²blica una imagen de la justicia muy regresiva. De este episodio judicial solo retengo una conclusi¨®n positiva: que los jueces son humanos como todos, con sus resentimientos y sus vanidades, con sus pasiones y con sus odios. Nada me dar¨ªa m¨¢s miedo que un juez perfecto. A veces, los jueces creen serlo. Y se producen choques frontales como en el caso que nos ocupa. La democracia la hacen los humanos, son las dictaduras las que viven de los hombres perfectos.
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