Carlos Pujol, sabio clandestino
El mi¨¦rcoles pasado, los medios de comunicaci¨®n le prestaron mucha m¨¢s atenci¨®n a Carlos Pujol de la que le hab¨ªan dedicado a su obra inmensa mientras vivi¨®. Era lo esperable, y tal como est¨¢n las cosas, no ser¨ªa extra?o que a la mayor¨ªa de los interesados por la literatura su nombre les sonara ¨²nicamente por su vinculaci¨®n a Planeta, donde ten¨ªa la responsabilidad de organizar los distintos premios gordos de la editorial. Quiz¨¢ no est¨¦ de m¨¢s recordar que para ¨¦l ese trabajo fue solo un mero ganap¨¢n, con el que criar a una gran familia, de la que tanto le gustaba presumir y a los que adoraba casi tanto como a su mujer, la pintora Marta Lagarriga.
Carlos Pujol era cat¨®lico practicante, pero no al tosco modo que suele gastarse entre nosotros, sino de la peque?a facci¨®n civilizada y tolerante. Pero para m¨ª era, sobre todo, un hombre sabio, afable, discreto y bueno, adem¨¢s de generoso con sus inmensos saberes. Ahora que ya no est¨¢, empezaremos a darnos cuenta de que se trataba de un ser irrepetible, sobre todo en estos tiempos donde los escritores a menudo desalojan mucho m¨¢s que pesan. Fue un ensayista ameno y l¨²cido, y un gran traductor. Sol¨ªa repetir que Henry James fue el autor que m¨¢s quebraderos de cabeza le hab¨ªa dado en este terreno. Fue tambi¨¦n un cr¨ªtico literario generoso y notable narrador, poeta y aforista, al margen de modas pasajeras.
Destac¨® como traductor, cr¨ªtico generoso y notable narrador y poeta
Sorprende que un se?or que ten¨ªa en su haber versiones de John Donne, Ronsard, G. M. Hopkins, la poes¨ªa rom¨¢ntica francesa, Emily Dickinson, Baudelaire o Verlaine -prefiri¨® las traducciones de poes¨ªa aunque tambi¨¦n nos dio en castellano obras en prosa de Defoe, Jane Austen, Stendhal, Proust o Simenon-, nunca mereciera el Premio Nacional de Traducci¨®n, ni ning¨²n otro de los varios que se conceden a traductores. ?Por qu¨¦? Y esta interrogaci¨®n podr¨ªa extenderse a su obra po¨¦tica y narrativa, a la que tan poca atenci¨®n le hemos prestado.
Cuando yo lo conoc¨ª, a comienzos de los ochenta, acababa de publicar una excelente novela, La sombra del tiempo (1981), elogiosamente rese?ada por Francisco Rico, tan poco dado a apostar por libros posteriores a 1650. Ya no trabajaba como profesor en la Universidad de Barcelona, pero se sent¨ªa orgulloso de haber sido disc¨ªpulo de Riquer, con quien hizo su tesis. Abandon¨® las clases de literatura francesa en 1977 porque no le daban para vivir, pero nos ha dejado notables ensayos sobre Voltaire, Saint-Simon o Balzac; o un estudio sobre la obra de su gran amigo y vecino Juan Perucho. En casa de este, y con los poetas Alfonso Canales y Pere Gimferrer, fund¨® la Academia de los Ficticios. ?Cu¨¢nto hubi¨¦ramos dado muchos letraheridos por que alguna vez nos hubieran permitido meter all¨ª la nariz!
Poco despu¨¦s fueron apareciendo sus libros de poemas, entre los que prefiero Gian Lorenzo (1987). Habr¨ªa que sumar, adem¨¢s, un pu?ado de novelas culturalistas, te?idas de humor y una leve iron¨ªa, entre las que destacar¨ªa El lugar del aire (1984), Es oto?o en Crimea (1985), Jard¨ªn ingl¨¦s (1987) o los relatos de Fortunas y adversidades de Sherlock Holmes (2007), donde consigue enriquecer el estilo de Conan Doyle. Otro de mis preferidos es Cuadernos de escritura (1988, ampliado en 2009), libro singular y pleno de sabidur¨ªa literaria, compuesto de aforismos y breves art¨ªculos. Despu¨¦s de muchos cambios de editorial (nunca tuvo agente literario), ¨¦l mismo me confes¨® que hab¨ªa hallado la tranquilidad debido a la confianza que le mostr¨® Jos¨¦ ?ngel Zapatero, editor de Menoscuarto y C¨¢lamo, quien le ha editado casi todos sus ¨²ltimos libros, tanto en prosa como en verso, como los dos que aparecieron en 2011, los poemas de El coraz¨®n de Dios y la novela Los fugitivos. Quienes tuvimos la inmensa fortuna de tratarlo y disfrutar de su amistad no podremos olvidarle nunca, pero dado lo mucho que hemos aprendido de ¨¦l y el disfrute que nos han proporcionado sus obras, deber¨ªamos conjurarnos para que su nombre abandone definitivamente esa clandestinidad que ¨¦l tanto apreciaba.
Fernando Valls es profesor de Literatura Espa?ola Contempor¨¢nea en la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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