Dickens sigue diciendo la verdad
A los 200 a?os de su nacimiento, nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo: la condici¨®n de vida de los trabajadores, la usura, el desequilibrio entre ricos y pobres
Algunas personas mueren y otras solo desaparecen. El novelista Charles Dickens, por ejemplo, dej¨® este mundo en 1870 pero sigue estando aqu¨ª. Y no solo porque obras suyas como David Copperfield, Cuento de Navidad, Oliver Twist o Historia de dos ciudades, entre otras muchas, sean cl¨¢sicos imprescindibles en cualquier biblioteca que intente ser tomada en serio, sino tambi¨¦n porque la mayor¨ªa de sus temas caracter¨ªsticos, como la lucha de clases, la explotaci¨®n infantil o la ineficacia de la justicia, siguen de actualidad y porque sus personajes contin¨²an entre nosotros, con nombres diferentes pero con los mismos problemas. ?O es que no podr¨ªan estar dentro de Oliver Twist, junto a los ni?os callejeros que la protagonizan, esos otros ni?os reales que hoy son abandonados en las calles de Grecia por sus familias, con la esperanza de que alguien los alimente? ?No nos recuerdan los convictos de La peque?a Dorrit, presos en la c¨¢rcel de Marshalsea, a orillas del r¨ªo T¨¢mesis, por no poder pagar sus deudas, a los desahuciados que aqu¨ª y ahora, en la Espa?a del siglo XXI, arrojan a la miseria los bancos cuando ya no pueden pagar la hipoteca salvaje que ten¨ªan con ellos? ?No nos hacen pensar muchos de los m¨¦todos y teor¨ªas del neoliberalismo a los del usurero Scrooge en Cuento de Navidad o a los del avaro Uriah Heep en David Copperfield? Dickens fue uno de los abanderados del realismo, junto a Balzac, Tolst¨®i, Stendhal o Benito P¨¦rez Gald¨®s, y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se produc¨ªan en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrializaci¨®n del pa¨ªs. Su contempor¨¢neo Carlos Marx dijo de ¨¦l que "en sus libros se proclamaban m¨¢s verdades que en todos los discursos de los pol¨ªticos y los moralistas de su ¨¦poca juntos". Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los pa¨ªses. Hoy se cumplen 200 a?os de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo. Para comprenderlo, no hay m¨¢s que leer el principio de Historia de dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabidur¨ªa, y tambi¨¦n de la locura; la ¨¦poca de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperaci¨®n".
Es muy posible que el lector se asombre al ver c¨®mo 'Tiempos dif¨ªciles' describe la actualidad
Otra de sus obsesiones es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial
En Tiempos dif¨ªciles, Dickens critica ¨¢cidamente las lamentables condiciones de vida de los obreros ingleses y la desproporcionada distancia que hab¨ªa entre su existencia y la de los ricos del pa¨ªs. Hoy, en plena crisis, con la Bolsa en n¨²meros rojos, los impuestos por las nubes y los sueldos por los suelos; con los Gobiernos de Europa intentando llenar con dinero p¨²blico el pozo sin fondo del sistema financiero y las cifras del paro creciendo en nuestro pa¨ªs hasta el borde del abismo, es muy posible que el lector se asombre al ver c¨®mo esa novela publicada en 1854 describe la actualidad. ?O acaso el desequilibrio entre las miserables casas de los proletarios que dibuja Dickens, fr¨ªas, oscuras y casi sin muebles, y las lujosas mansiones de los capitalistas, que consideran a sus empleados simples bestias de carga, no es comparable al que hay entre los salarios de los mileuristas y los sueldos astron¨®micos que se ponen a s¨ª mismos los directivos de los bancos, hoy d¨ªa? La ¨²nica diferencia entre aquellos privilegiados y estos es que entonces se llamaban utilitaristas y hoy se llaman neoliberales, y que unos citaban a Stuart Mill y otros a Milton Friedman, pero nada m¨¢s.
Cuando Dickens retrata en Los papeles p¨®stumos del club Pickwick, David Copperfiel o La peque?a Dorrit a unos seres sin escapatoria y de la familia de los p¨ªcaros espa?oles, el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o El busc¨®n, sab¨ªa de qu¨¦ hablaba, porque ¨¦l mismo hab¨ªa sufrido en su infancia los latigazos de la miseria, cuando su padre estuvo tres meses encerrado en la prisi¨®n de Marshalsea, por una deuda con un panadero que hoy equivaldr¨ªa a 3,50 euros y que hizo que ¨¦l fuese enviado a trabajar en una infernal f¨¢brica de bet¨²n. Su batalla contra la injusticia ya anticipaba el fracaso de un sistema que se basara en la explotaci¨®n, aunque sus advertencias a los poderosos fuesen voces en el desierto: "?Oh, economistas utilitarios", escribe, "comisarios de realidades, elegantes incr¨¦dulos... si segu¨ªs llenando de pobres vuestra sociedad y no cultiv¨¢is en ellos la esperanza, cuando hay¨¢is conseguido arrancar de sus almas todo idealismo y ellos se encuentren a solas con su vida desnuda, la realidad se convertir¨¢ en un lobo y os devorar¨¢". Se equivoc¨®, y no hace falta m¨¢s que volver una vez m¨¢s los ojos hacia la Grecia de hoy, ver¨¢ que los dos extremos siguen en su sitio: las televisiones hablan de ni?os que a media ma?ana se desmayan en los colegios a causa del hambre y los diarios dicen que mientras el pa¨ªs solicitaba un rescate de la Uni¨®n Europea, sus potentados se llevaban a Suiza m¨¢s de 200.000 millones de euros. En el fondo, y como demuestran de forma brutal las colas ante las oficinas del Inem y en los comedores de beneficencia de nuestras ciudades, las novelas de Charles Dickens son una constataci¨®n de hasta qu¨¦ punto el capitalismo ha fracasado en su b¨²squeda del famoso Estado de bienestar.
Otra de las obsesiones de Dickens es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial, que tiene su mejor expresi¨®n en Casa desolada, donde se refleja la mezcla de incompetencia y prepotencia de una Corte de la Canciller¨ªa que a algunos les podr¨¢ hacer pensar en ciertos magistrados y causas de nuestra Audiencia Nacional y nuestro Tribunal Supremo. O en Oliver Twist, donde se puede ver la forma en que la ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los d¨¦biles por el modo en que el juez Fang insulta y castiga con desproporci¨®n a su desventurado protagonista. O, una vez m¨¢s, en Tiempos dif¨ªciles, donde el escritor se burla de la incompetencia del sistema y de su invento m¨¢s perverso, la burocracia, un laberinto sin salida simbolizado en un supuesto Departamento del Circunloquio cuya funci¨®n es "hacer lo que sea necesario para que no se pueda hacer nada". En un pa¨ªs como Espa?a, donde solo el 27% de los ciudadanos opina que los medios que el Estado destina para garantizar la defensa jur¨ªdica son suficientes y la gran mayor¨ªa piensa que funciona mal, est¨¢ anticuada y es ininteligible, los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecu¨¢nime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.
En junio de 1865, Dickens viajaba en un tren que sufri¨® un accidente terrible cuando cruzaba un puente en obras. Los siete vagones que preced¨ªan al suyo se despe?aron por un precipicio y ¨¦l pas¨® horas atendiendo a los heridos hasta que llegaron las ambulancias y pudo ocuparse de regresar a su asiento y recuperar el manuscrito, a¨²n sin acabar, de su pen¨²ltima novela, Nuestro com¨²n amigo. No hay que tener una gran imaginaci¨®n para ver en esa escena una met¨¢fora de esta Europa que hoy descarrila poco a poco, primero Grecia, luego Irlanda, despu¨¦s Portugal... Tal vez el derrumbe se detenga a tiempo, y los que nos conducen a la cat¨¢strofe recuperen el sentido com¨²n igual que lo hizo el taca?o se?or Scrooge en Un cuento de Navidad, que al ver el negro porvenir que le anunciaban los esp¨ªritus del Pasado, el Presente y el Futuro, donde pod¨ªa verse una tumba con su nombre y sin ninguna flor encima, supo cambiar a tiempo y convertirse en un hombre generoso. Es una par¨¢bola que, hoy m¨¢s que nunca, merece la pena no olvidar.
Benjam¨ªn Prado es escritor.
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