?Existe el 'problema catal¨¢n'?
Espa?a necesita un proyecto de futuro m¨¢s audaz, motivador y urgente que otros pa¨ªses europeos para salir de la crisis

Se cumplieron el a?o pasado 90 a?os de la publicaci¨®n de La Espa?a invertebrada, uno de los libros m¨¢s odiados por el espa?olismo ultramontano. Vale la pena releerlo, porque es un nonagenario lleno de frescor y actualidad (iam senior, sed cruda deo viridisque senectus, escribi¨® Virgilio).
En este art¨ªculo voy a argumentar que Espa?a, para salir de la presente crisis, necesita un proyecto de futuro m¨¢s audaz, m¨¢s motivador y m¨¢s urgente que otros pa¨ªses europeos. La raz¨®n es que la cohesi¨®n nacional es, comparativamente, muy baja, y que para superar los obst¨¢culos del presente hace falta un fuerte estir¨®n desde el futuro. En primer lugar discutir¨¦ la experiencia nacional de Espa?a partiendo de la idea de naci¨®n de Ortega. A continuaci¨®n analizar¨¦ las importantes diferencias que tiene Espa?a como Estado-naci¨®n con otros pa¨ªses de nuestro entorno como Francia o Portugal. Por ¨²ltimo, resaltar¨¦ el car¨¢cter anacr¨®nico de la construcci¨®n nacional en pleno siglo XXI y defender¨¦ que el mencionado proyecto tiene que poner el ¨¦nfasis en la construcci¨®n de una sociedad que maximice las oportunidades que se les ofrecen a los individuos.
Para Ortega, una naci¨®n se define por un proyecto de futuro con capacidad integradora, dirigido por un pueblo con autoridad para mandar. Es un concepto muy amplio que incluye, por ejemplo, al Imperio romano (naci¨®n latina dirigida por Roma). Espa?a tuvo ese tipo de proyecto, por lo menos hasta el siglo XVII, vertebrado por una Castilla que sab¨ªa mandar y mandaba. La historia de una naci¨®n es la historia del proceso de integraci¨®n, mientras el proyecto de futuro se mantiene vigoroso, y tambi¨¦n la historia de la desintegraci¨®n, cuando el proyecto desfallece. Una naci¨®n tambi¨¦n puede verse como un equilibrio entre fuerzas centr¨ªfugas, que siempre permanecen vivas, y la fuerza centr¨ªpeta que emana del proyecto integrador. Cuando esta ¨²ltima se debilita, porque el proyecto se agota, las fuerzas centr¨ªfugas se manifiestan con todo su potencial. En el siglo XVII el proyecto espa?ol se anquilosa porque las clases dirigentes se vuelven inmovilistas y reaccionarias (en el primer art¨ªculo de esta serie, Espa?a, capital Madrid, di una explicaci¨®n braudeliana de este proceso basada en la geograf¨ªa: hay, por supuesto, otras explicaciones, complementarias o alternativas). Esta es la historia de Espa?a desde entonces: primero se va Flandes; luego sigue N¨¢poles; m¨¢s tarde marcha Am¨¦rica; a continuaci¨®n, Filipinas y Cuba; tambi¨¦n las provincias africanas, y ahora Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco se lo est¨¢n pensando¡ Es llamativo que no hubiera un diagn¨®stico certero de lo que estaba ocurriendo hasta 1921, y es significativo que, una vez publicada La Espa?a invertebrada, cayese sobre ella un espeso manto de silencio. As¨ª que se sigue hablando del problema catal¨¢n evitando extraer denominadores comunes con el problema filipino, el problema americano o el problema flamenco. El problema no est¨¢ en las fuerzas centr¨ªfugas, que siempre han estado ah¨ª, sino en la fuerza centr¨ªpeta, cuyo atractivo integrador se perdi¨® hace siglos.
En 1939 Espa?a devino una ¡°unidad de destino en lo universal¡± en la que los protocatalanes Ind¨ªbil y Mandonio ya encarnaban hace dos milenios las esencias patrias de una Espa?a eterna e inmutable. Que todo esto fuese risible desde cualquier perspectiva hist¨®rica seria no fue ¨®bice para que este milenarismo fantasioso se consolidase como el paradigma desde el que un sector de la poblaci¨®n espa?ola ¡ªel que tiene como intelectual org¨¢nico a la Iglesia cat¨®lica¡ª concibe pasado, presente y futuro. En lo que sigue ¡ªy con el ¨²nico ¨¢nimo de abreviar¡ª me referir¨¦ a este sector como ¡°Ind¨ªbil y Mandonio¡±. Sus concomitancias con la base social del capitalismo castizo son muy grandes. Su alianza estrat¨¦gica con la izquierda aglutinada en torno al movimiento sindical ¡ªen adelante, ¡°los sindicatos¡±¡ª para hacer fracasar la reforma estructural es una de las claves para entender la pol¨ªtica de fondo de la Espa?a actual. La pinza reaccionaria formada por Ind¨ªbil y Mandonio y los sindicatos para defender el statu quo ¡ªen adelante ¡°la pinza¡±¡ª es el mayor obst¨¢culo que tiene que superar cualquier programa coherente de reforma estructural. Pero dejo esto para m¨¢s adelante, en el cuarto y ¨²ltimo art¨ªculo de esta serie, para concentrarme ahora en otro tipo de obst¨¢culos que tiene que afrontar dicho programa: la d¨¦bil cohesi¨®n resultante de las peculiaridades de la construcci¨®n de Espa?a como Estado-naci¨®n.
En el siglo XVII las clases dirigentes se vuelven inmovilistas y reaccionarias
En un art¨ªculo publicado en EL PA?S en 2009, Espa?a y la Historia (as¨ª, con may¨²scula) defend¨ª la tesis de que Espa?a, como Estado-naci¨®n, se qued¨® a medio cocer. El porqu¨¦ hay que buscarlo en el papel que ha tenido la guerra en la construcci¨®n de las naciones. La guerra, terrible como es, ha sido un motor important¨ªsimo de la innovaci¨®n, de la tecnolog¨ªa, de la investigaci¨®n fundamental y del cambio social y moral. En apoyo de esto ¨²ltimo, quiz¨¢s lo m¨¢s llamativo de la frase anterior, recuerdo el pensamiento de Sartre tras Hiroshima y Nagasaki: ¡°Al abrir por primera vez la posibilidad del suicidio colectivo, la bomba nos hace definitivamente libres¡±. Si no fuese por la guerra ¡ªrepito, terrible como es¡ª todav¨ªa ser¨ªamos monos. La idea de naci¨®n aplicada al arte militar permiti¨® a Napole¨®n extender las levas al conjunto de la poblaci¨®n y as¨ª movilizar ej¨¦rcitos de tama?o nunca visto hasta entonces. Hubo m¨¢s muertos en cualquier batalla napole¨®nica que en todas las batallas del siglo XVIII tomadas conjuntamente. Otras potencias europeas, para poder defenderse en igualdad de condiciones, tuvieron que recurrir a la misma idea que, por revolucionaria y francesa, por supuesto detestaban. De este modo, la capacidad de movilizaci¨®n de la poblaci¨®n se convirti¨® en la clave de b¨®veda de la estrategia militar del siglo XIX. Para incrementar el poder militar del Estado se ten¨ªa que fortalecer a la naci¨®n y para eso se ten¨ªa que aumentar la cohesi¨®n nacional. La escolarizaci¨®n obligatoria, las pensiones para la vejez y otras medidas que entran dentro de lo que hoy en d¨ªa se conoce como ¡°conquistas sociales¡± se introdujeron, lo que son las cosas, en la Prusia bismarckiana como elemento clave de una estrategia militar a largo plazo. Otros Estados europeos no tuvieron m¨¢s remedio que unirse a esa escalada militar, y as¨ª naci¨® lo que hoy en d¨ªa conocemos como el Estado de bienestar.
Los Estado-naci¨®n modernos se cocieron en el fuego de las guerras europeas de los siglos XIX y XX. Por decirlo deprisa y mal, Francia se hizo francesa matando alemanes, y viceversa. Las guerras contra el enemigo exterior son muy cohesivas y, como resultado de estas guerras, se fraguaron unos Estado-naci¨®n muy cohesionados, es decir, con fuerte sentido del Estado y del inter¨¦s general, capaces de abordar empresas nacionales con el apoyo muy mayoritario de la poblaci¨®n. Mientras todo esto suced¨ªa en Europa, en Espa?a nos dedic¨¢bamos a matarnos los unos a los otros en una cruenta sucesi¨®n de guerras civiles: tres guerras carlistas en el siglo XIX y una guerra civil en el XX que dej¨® tras de s¨ª un mill¨®n de muertos. Las guerras civiles no son cohesivas, sino divisivas y por ello no es de extra?ar que el grado de cohesi¨®n que muestra Espa?a sea mucho menor que el de, por ejemplo, Francia o Alemania. En Espa?a la noci¨®n del inter¨¦s general, o nacional, es d¨¦bil, y apenas hay pol¨ªticas de Estado: el aborto es o no delito dependiendo de quien gobierne; las prioridades de la pol¨ªtica exterior cambian con el Gobierno de turno; tambi¨¦n las educativas; no ha sido posible consensuar las reformas estructurales m¨¢s importantes (pensiones y mercado de trabajo) que han acabado siendo utilizadas como arma electoral por el partido entonces en la oposici¨®n¡ Espa?a no ha llegado a ser un Estado-naci¨®n moderno porque le falta la cohesi¨®n interna necesaria para serlo. Una comparaci¨®n con Portugal, pa¨ªs que tiene una fort¨ªsima cohesi¨®n, a pesar de no haberse visto involucrado en ninguna guerra europea en los dos ¨²ltimos siglos, sugiere que el problema espa?ol no viene tanto por la falta de ardor guerrero en el exterior como por el exceso de ese ardor que hemos tenido en el interior.
As¨ª las cosas, Espa?a se enfrenta a una crisis profund¨ªsima en la que cabe distinguir dos niveles. Por una parte hay un componente c¨ªclico, que afecta de manera desigual a todos los pa¨ªses del mundo. Espa?a es uno de los pa¨ªses europeos m¨¢s afectados porque en tiempos de bonanza no hizo las reformas que ya entonces se sab¨ªan necesarias: mercado de trabajo, pensiones, Justicia, Administraci¨®n(es) P¨²blica(s), ense?anza, cajas de ahorros, energ¨ªa, vivienda¡ El espejismo de la burbuja inmobiliaria, la feroz resistencia de la pinza y la incomprensi¨®n, cuando no cobard¨ªa, de los Gobiernos nos han llevado a una situaci¨®n que no solo es muy mala, sino muy susceptible de empeorar. Los gobernantes del PSOE se fueron sin explicitar un diagn¨®stico de lo que nos estaba ocurriendo. Yo creo que, en su aturdimiento, no lo tuvieron nunca. Entraron los del PP y tampoco parecen saber qu¨¦ nos pasa. Hacen ¡ªdicen¡ª lo que manda Bruselas. Y reforman el mercado de trabajo ¡ªm¨¢s bien que mal¡ª y suben los impuestos y recortan los gastos ¡ªm¨¢s mal que bien¡ª, pero sigue sin haber un diagn¨®stico cre¨ªble de la crisis m¨¢s all¨¢ de que la culpa de todo la tiene Zapatero.
El problema no est¨¢ en las fuerzas centr¨ªfugas, sino en la fuerza centr¨ªpeta
M¨¢s importante todav¨ªa: no hay un plan de futuro que aclare hacia d¨®nde nos dirigimos e ilumine el camino que debemos recorrer. El desconcierto de la poblaci¨®n, desde el #nimileurista hasta el empresario, es total y, dada la previsible larga duraci¨®n de la crisis, raro ser¨¢ que este desconcierto no se transforme en resistencia. Portugal est¨¢ llevando a t¨¦rmino un dur¨ªsimo programa de ajuste dictado y controlado por la troika europea y el FMI. Aunque tampoco saben ad¨®nde van, la poblaci¨®n est¨¢ demostrando una disciplina f¨¦rrea porque la cohesi¨®n nacional es muy grande. Es probable que el programa consiga la estabilizaci¨®n macroecon¨®mica, que es lo que pretende. Yo no veo a Espa?a haciendo una cosa as¨ª.
La Transici¨®n fue un ¨¦xito porque hab¨ªa ambiciones expl¨ªcitas que cohesionaron a la poblaci¨®n: democracia, Europa, Estado de bienestar. Enfrentarse a los retos actuales requiere ambiciones nuevas, articuladas en un programa que, por las razones expuestas hasta aqu¨ª, debe ser m¨¢s audaz y motivador que el que puedan necesitar otros pa¨ªses de nuestro entorno. A este programa dedicar¨¦ el pr¨®ximo, y ¨²ltimo, art¨ªculo de esta serie.
En Espa?a la noci¨®n del inter¨¦s nacional es d¨¦bil, y apenas hay pol¨ªticas de Estado
El segundo nivel de esta crisis, m¨¢s profundo que el primero, tiene que ver con los cambios que ha sufrido el mundo desde la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn en 1989. Los cambios han sido muy importantes en lo econ¨®mico, en lo social, en lo militar y en lo pol¨ªtico.
En lo econ¨®mico ha habido una rapid¨ªsima globalizaci¨®n que, unida a la disciplina monetaria impuesta por el euro, ha puesto muy dif¨ªcil que Espa?a pueda competir por costes en la econom¨ªa global. No nos queda m¨¢s remedio que apostar por otra cosa. En lo social, la implantaci¨®n de Internet y de la web incrementa exponencialmente las interacciones entre humanos y, como consecuencia, provoca una mayor aceleraci¨®n de las innovaciones y del progreso en todas sus dimensiones: cient¨ªfico, tecnol¨®gico, cultural y moral.
En lo militar, al cambiar la naturaleza de la guerra, se han profesionalizado, reducido e, incluso, privatizado los ej¨¦rcitos, cuya actividad b¨¦lica no depende ya de la capacidad de movilizaci¨®n de la poblaci¨®n. Eso quiere decir que la cohesi¨®n social y el Estado de bienestar tienen ahora menor importancia estrat¨¦gica militar que en los siglos XIX y XX. Y, en lo pol¨ªtico, las tareas de construcci¨®n nacional propias de la Edad Moderna han quedado anacr¨®nicas: los Estados-naci¨®n no desaparecer¨¢n, pero perder¨¢n competencias tanto por descentralizaci¨®n como por centralizaci¨®n en organismos supranacionales. Esto est¨¢ ocurriendo ya en Europa y es algo de lo que deber¨ªan tomar buena nota nuestros nacionalismos peninsulares.
En este contexto m¨¢s global y con menos certidumbres personales, pol¨ªticas y sociales, el programa que Espa?a necesita debe poner el ¨¦nfasis en maximizar las oportunidades que se ofrecen a los individuos; en fomentar su iniciativa y su creatividad; en devolverles la responsabilidad sobre las decisiones que tomen o dejen de tomar sobre sus propias vidas; y en mantener una red de protecci¨®n social que, sin desincentivar el esfuerzo personal, garantice las igualdades b¨¢sicas de los ciudadanos frente a la educaci¨®n, la enfermedad y la vejez. J
C¨¦sar Molinas, matem¨¢tico y economista, es barcelon¨¦s de nacimiento y madrile?o de adopci¨®n. Ha sido acad¨¦mico, gobernante y banquero de inversi¨®n. Actualmente se dedica al capital-riesgo en biomedicina y la consultor¨ªa.
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