Los transg¨¦nicos arraigan
Europa bloquea los cultivos modificados, pero estos se expanden en el resto del mundo
Las palabras nunca son inocentes. Terminator. Que una semilla modificada gen¨¦ticamente sea conocida en el mercado con este apodo es hacer oposiciones a su rechazo. M¨¢s todav¨ªa cuando descubrimos que su gran cualidad es producir una segunda generaci¨®n de semillas est¨¦riles. Esta tecnolog¨ªa nunca ha llegado al mercado, a pesar de existir desde la d¨¦cada de los noventa. Pero revela que cuando hablamos de cultivos gen¨¦ticamente modificados, el debate lleva a una trascendencia impensable en otra industria. ¡°?Hablamos de agricultura o de religi¨®n?¡±, se cuestiona un experto. Hablamos de un sector que, pese a la aversi¨®n de muchos ¡ªgran parte de la Uni¨®n Europea¡ª, se extiende por el mundo como la onda que una piedra deja en un estanque.
En el planeta ya hay 170,3 millones de hect¨¢reas con cultivos modificados gen¨¦ticamente, un 6% m¨¢s que durante 2011. De hecho, Estados Unidos (69,5 millones de hect¨¢reas), Brasil (36,6), Argentina (23,9) y Canad¨¢ (11,6) copan la superficie plantada. Pero, por vez primera, las naciones en v¨ªas de desarrollo cultivan una superficie mayor (52%) que las desarrolladas (48%).
Este cambio en el mapamundi agr¨ªcola alarma a muchos, alegra a unos cuantos e inquieta a casi todos. En primer lugar, a la todopoderosa industria alimentaria estadounidense, que soporta cada vez m¨¢s presi¨®n para que informe en las etiquetas de sus productos de los contenidos transg¨¦nicos. La cadena de supermercados Whole Foods Market acaba de anunciar que lo har¨¢; eso s¨ª, en 2018. Sin embargo, la idea podr¨ªa extenderse a todo el sector. Y esto ha desatado los nervios.
¡°La industria hizo todo lo que pudo para evitar el etiquetado, y ahora est¨¢ sintiendo las consecuencias: una profunda desconfianza hacia ella y sus productos. ?Qu¨¦ est¨¢n intentando esconder?¡±, se pregunta Marion Nestl¨¦, profesora de Nutrici¨®n y Salud P¨²blica de la Universidad de Nueva York. Esta desconfianza viaja sobre todo a las grandes empresas de cultivos transg¨¦nicos: Monsanto ¡ªcon fama de defender con fiereza sus patentes frente a los agricultores¡ª, Dupont, Bayer, Syngenta, Basf y DowAgro Sciences. Entre las seis controlan la gran mayor¨ªa de las patentes e investigaciones gen¨¦ticas. El resultado, seg¨²n la ONG Grain, es dominar el 60% del mercado mundial de las semillas y el 76% del de agroqu¨ªmicos.
Las naciones en v¨ªas de desarrollo ya cultivan m¨¢s que las desarrolladas
Esta concentraci¨®n genera problemas. ¡°Compa?¨ªas como Monsanto usan su monopolio virtual en las semillas para subir los precios de las variedades gen¨¦ticamente modificadas y sacar del mercado a muchas ¡ªo a todas¡ª de las opciones que no son transg¨¦nicas¡±, denuncia Jeffrey M. Smith, director del Institute for Responsible Technology. Es m¨¢s, a?ade: ¡°Cuando cient¨ªficos independientes encuentran efectos adversos son atacados inmediatamente por los intereses de las biotecnol¨®gicas. Sus datos incriminatorios son distorsionados y desmentidos, y a menudo tienen que enfrentar despidos o la p¨¦rdida de dinero para sus investigaciones¡±. Las biotecnol¨®gicas niegan este proceder.
Ahora bien, para comprender de d¨®nde proviene esta desconfianza hay que saber que se comercializan dos tratamientos gen¨¦ticos en la agricultura modificada. Uno aporta resistencia frente a los herbicidas (HT, por sus siglas en ingl¨¦s) y el otro protege de los insectos (Bt). Con esta alteraci¨®n, muchos cultivos pueden resistir altas dosis de herbicidas, permitiendo al agricultor usar cantidades elevadas sin matar la cosecha. Lo cual tiene su paradoja. ¡°Despu¨¦s de casi 20 a?os de investigaciones y miles de millones de euros invertidos, solo han logrado dos aplicaciones. Desde luego, no parece una gran revoluci¨®n biotecnol¨®gica¡±, ironiza Gustavo Duch, coordinador de la publicaci¨®n Soberan¨ªa alimentaria.
Dentro de esa esperada revoluci¨®n, los transg¨¦nicos estaban llamados a ser una herramienta para erradicar el hambre. Sin embargo, las dudas se acumulan. ¡°El 90% de los cultivos transg¨¦nicos mundiales se dedica a la colza, el ma¨ªz, la soja y el algod¨®n. Y su destino es el textil industrial y alimentar al ganado. Pero no llega a las personas¡±, relata Henk Hobbelink, responsable de Grain.
Tampoco causa gran tranquilidad saber que algunas de las compa?¨ªas que fabrican los herbicidas son las mismas que dise?an las semillas que lo soportan. Monsanto produce Roundup ¡ªun potente herbicida¡ª, a la vez que vende su l¨ªnea de semillas Round Ready (soja, algod¨®n, colza, az¨²car, alfalfa y ma¨ªz), que toleran ese compuesto qu¨ªmico. ¡°Es como comprar un coche que necesita un mantenimiento especial y el ¨²nico taller que lo ofrece es propiedad de la compa?¨ªa que fabrica el autom¨®vil. Te dar¨¢ el servicio, pero generalmente con un recargo¡±, explica Andreas Boecker, profesor asociado de Alimentaci¨®n, Agricultura y Recursos Econ¨®micos de la Universidad de Guelph (Canad¨¢).
Espa?a es el d¨¦cimo pa¨ªs del mundo en n¨²mero de hect¨¢reas cultivadas
En este momento entra en juego la variable precio. Las semillas modificadas son m¨¢s caras que las naturales. Entre un 20% y un 40%, acorde con algunas estimaciones. Y los ahorros para el agricultor proceden del menor gasto en pesticidas, maquinaria y mano de obra. ¡°Mi impresi¨®n, desde Canad¨¢¡±, apunta Andreas Boecker, ¡°es que muchos agricultores ven las empresas biotecnol¨®gicas como socios que les ayudan a mejorar los resultados de la explotaci¨®n¡±.
No todo el campo lo entiende igual. Cuando los agricultores compran algunas de estas semillas, relatan en la industria, firman un acuerdo que establece que no pueden guardar simientes para resembrar. As¨ª, deben comprar semillas nuevas cada a?o.
En esta situaci¨®n, el agricultor, m¨¢s pronto que tarde, se enfrenta al dilema de hacerse transg¨¦nico o no. Con lo que esto representa. ¡°Nuestros agricultores son hombres de negocios independientes que tomar¨¢n sus decisiones en funci¨®n de lo que es mejor para sus mercados e ingresos¡±, reflexiona Scott Yates, miembro de Washington Grain Commission, peso pesado en los cereales estadounidenses que respalda los cultivos modificados.
En el otro lado del mundo, la Uni¨®n Europea representa un papel, al menos, desconcertante. Solo permite dos cultivos. Un tipo de pata (Amflora, creada por Basf) y una clase de ma¨ªz (Mon 810, dise?ado por Monsanto), que es resistente a la plaga del taladro. Pero da el pl¨¢cet a la importaci¨®n de 45 productos. As¨ª que nos manejamos en la paradoja de que los agricultores espa?oles tienen que competir contra esa puerta abierta a las importaciones. Y esto lo sufren, por ejemplo, en los algodonales andaluces y en los maizales castellanos, donde para algunos s¨ª encajan estos cultivos. ¡°En Espa?a, la superficie aumenta, y eso que solo nos dejan cultivar ma¨ªz. Si no fuera as¨ª, tambi¨¦n tendr¨ªamos algod¨®n, que soporta altas plagas y donde hay que actuar con fitosanitarios¡±, apunta Jos¨¦ Ram¨®n D¨ªaz, t¨¦cnico de la Asociaci¨®n Agraria de J¨®venes Agricultores (Asaja).
Aunque quiz¨¢ tampoco hay tanto motivo para la queja. ¡°Espa?a es el d¨¦cimo pa¨ªs del mundo que m¨¢s superficie (116.307 hect¨¢reas) dedica a ma¨ªz transg¨¦nico (Bt), lo que supone el 90% de los cultivos en Europa de este tipo¡±, observa Soledad de Juan Arenchederra, directora de la Fundaci¨®n Antama. Y eso que vamos en direcci¨®n contraria. Pues Francia, Alemania, Hungr¨ªa, Austria, Grecia, Bulgaria y Luxemburgo proh¨ªben nuestro ma¨ªz.
Frente a los obst¨¢culos, las grandes biotecnol¨®gicas se est¨¢n yendo a Latinoam¨¦rica en busca de negocio. ¡°Europa va a perder una ventaja competitiva brutal en comparaci¨®n con otras ¨¢reas del planeta¡±, argumenta Isabel Garc¨ªa, secretaria general de la patronal biotecnol¨®gica Asebio.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.