¡°La desigualdad creciente es un problema para la democracia¡±
El profesor alerta de la frustraci¨®n creciente en las democracias porque se debate sobre temas t¨¦cnicos y no morales o ¨¦ticos
Todo parece en venta: se puede conseguir pasar la pena de prisi¨®n en una celda mejor que el resto si se pagan 82 d¨®lares por noche en Santa Ana (California); el derecho a emitir a la atm¨®sfera una tonelada de di¨®xido de carbono sale por 13 euros en la UE y hasta es posible comprar el seguro de vida de un enfermo o anciano, pagando todas sus primas mientras viva, para luego cobrar los beneficios cuando fallezca, lo que implica que cuantos menos a?os viva, m¨¢s jugoso es el negocio. Una aberrante lista de ejemplos ha sido recopilada por Michael J. Sandel, profesor de Filosof¨ªa Pol¨ªtica en la Universidad de Harvard, en su ¨²ltimo libro Lo que el dinero no puede comprar. Los l¨ªmites morales del mercado. Sandel, que particip¨® esta semana en un coloquio en Madrid, invitado por el Aspen Institute Espa?a, alerta sobre los peligros de la desigualdad en una ¨¦poca en la que la riqueza no sirve solo para tener m¨¢s yates o mejores coches, sino para comprar casi todo: influencia pol¨ªtica, seguridad...
Pregunta. Dice que hemos pasado de una econom¨ªa de mercado a una sociedad de mercado: la primera sirve para organizar la actividad productiva y la segunda permite que los valores mercantiles impregnen todos los aspectos de la actividad humana. ?En qu¨¦ momento se cruza esa frontera?
Respuesta. Es dif¨ªcil decir cu¨¢ndo exactamente. Hay una vida social, una actividad humana, a la que los mercados no pertenecen y hay muchos ejemplos que muestran lo perjudicial que es que ocurra. Hay ¨¢reas donde los valores de mercado se est¨¢n imponiendo, como la sanidad o la educaci¨®n, y necesitamos el debate.
¡°Si pudieras salir a la calle a comprar amigos, no funcionar¨ªa¡±
P. El problema es que parece muy progresivo, inadvertido: un d¨ªa asumes que es normal pagar para hacer menos cola en un aeropuerto, otro que si pagas m¨¢s tendr¨¢s m¨¢s pruebas m¨¦dicas... Y un d¨ªa, ?por qu¨¦ no pagar por conseguir un ¨®rgano para un trasplante si alguien te lo quiere vender?
R. Exacto, es muy gradual: cada vez que introducimos los valores de mercado a un ¨¢rea parece un paso peque?o en esa direcci¨®n. Por ejemplo, pagamos un sobreprecio para lograr saltarse una cola en un parque de atracciones, o por tener un asiento m¨¢s c¨®modo en un avi¨®n. Entonces estamos comprando un servicio que ofrece una compa?¨ªa, pero la cosa cambia totalmente si ese sobreprecio nos vale para saltarnos una cola del control de seguridad, porque no es un servicio privado, sino una cuesti¨®n de seguridad nacional, la protecci¨®n de todos y ah¨ª [el dinero] marca diferencia en nuestra relaci¨®n con la seguridad p¨²blica y los espacios p¨²blicos. As¨ª que lo que empieza como una pr¨¢ctica inocente, incluso l¨®gica, cambia la relaci¨®n entre los ciudadanos. Ahora los lobbies pueden pagar a otras personas en Washington DC para que hagan cola por ellos y tengan sitio para asistir a los debates que m¨¢s les interesan en el Congreso... Esto no es un parque de atracciones, esto es el Congreso, muy diferente... As¨ª que debemos dar un paso atr¨¢s y debatir a qu¨¦ ¨¢rea pertenecen los mercados y en qu¨¦ ¨¢reas no deber¨ªan entrar porque perjudican la vida democr¨¢tica.
¡°Muchas democracias debaten sobre temas t¨¦cnicos, en lugar de grandes valores¡±
P. La mercantilizaci¨®n de todo agrava la desigualdad entre las personas, seg¨²n dice en su libro. Pero no todo el mundo ve la desigualdad como un problema. Su colega en Harvard, Martin Feldstein, explica que esta no importa si se combate la pobreza, si todo el mundo gana m¨¢s, aunque sea desigual.
R. Discrepo. La desigualdad es un problema m¨¢s all¨¢ de la pobreza. Si la brecha entre ricos y pobres se vuelve muy grande, aunque nadie pase hambre, las personas empiezan a vivir vidas cada vez m¨¢s separadas, en distintos barrios, distintos medios de transporte, distintos m¨¦dicos, dejan de convivir en los espacios p¨²blicos... No es bueno para la democracia. La democracia no requiere igualdad perfecta, pero si la gente vive en esferas cada vez m¨¢s separadas, el sentido de ciudadan¨ªa y de bien com¨²n es m¨¢s dif¨ªcil de sostener. As¨ª crece el riesgo de que no nos sintamos ciudadanos, por eso la igualdad importa, sobre todo ahora que el dinero puede comprar m¨¢s y m¨¢s bienes esenciales.
P. Pero los Gobiernos parecen cada vez m¨¢s d¨¦biles ante el poder de los mercados.
R. Hay una frustraci¨®n creciente en las democracias de todo el mundo, por c¨®mo funcionan las constituciones y act¨²an los partidos pol¨ªticos, y la raz¨®n, creo, es que los discursos p¨²blicos est¨¢n vac¨ªos de los grandes temas ¨¦ticos. En la mayor parte de democracias no se est¨¢ debatiendo sobre las grandes cuestiones como la justicia, la desigualdad o el papel de los mercados... Es porque tememos el desacuerdo y creemos que las soluciones de los mercados pueden proporcionarnos un modo neutral de solventar los conflictos y el resultado es la p¨¦rdida de confianza en las instituciones. Muchas democracias debaten hoy sobre temas t¨¦cnicos, en lugar de grandes valores como la justicia o el bien com¨²n.
¡°Los discursos p¨²blicos est¨¢n vac¨ªos de grandes temas ¨¦ticos¡±
P. Dice que el problema empieza cuando las reglas del mercado imperan donde no deber¨ªan. ?El mercado es amoral por definici¨®n?
R. Muchos economistas creen que las reglas del mercado son neutrales, pero yo no lo creo. Cuando introducimos la l¨®gica mercantil a conceptos como la ciudadan¨ªa, por ejemplo, cambia el significado y el valor de esa ciudadan¨ªa. Con un televisor, la compraventa no cambia su valor, es el mismo aparato. Pero, por ir a un extremo, no ocurre lo mismo con la amistad: si pudieras salir a la calle y comprar amigos, no funcionar¨ªa, porque el mismo hecho de comprar esa amistad cambiar¨ªa el significado de la relaci¨®n. Si aceptamos que las personas puedan comprar la ciudadan¨ªa, el significado de lo que es la ciudadan¨ªa cambia. Por ejemplo, hay escuelas que incentivan a los alumnos a leer libros a cambio de cobrar dos d¨®lares, en este caso por el hecho de mercantilizarlo, el valor de leer un libro cambia.
P. Espa?a anunci¨® en primavera la llamada Golden Visa para extranjeros: invertir dos millones en deuda p¨²blica o comprar un inmueble a partir de 500.000 euros otorga permiso de residencia. ?Lo incluir¨ªa en su libro?
R. S¨ª, ser¨ªa un gran ejemplo... Les dicen que puede comprar su permiso para vivir aqu¨ª. Algo similar sucede en EE UU: si inviertes 500.0000 d¨®lares y se crean 10 empleos en zona de alto paro, consiguen las tarjetas de residentes.
P. Desde ese punto de vista, ?es la prostituci¨®n otro de esos ejemplos en los que se mercantilizan ¨¢reas humanas?
¡°Hay que decidir qu¨¦ ¨¢rea pertenece a los mercados y en cu¨¢les no deber¨ªan entrar¡±
R. Es otro ejemplo de c¨®mo el hecho de comprar o vender algo como el sexo deval¨²a el significado de esa relaci¨®n.
P. La compraventa de ¨®rganos est¨¢ prohibida en la mayor parte de pa¨ªses, vista a veces como algo aberrante, pero ?no es la salud un bien comerciable ya desde hace tiempo? En algunos pa¨ªses como EE UU ya est¨¢ supeditada a poder tener un buen seguro privado.
R. Hay un cierto paralelismo entre el libre mercado de ¨®rganos y de servicios sanitarios, en ambos casos el acceso a la salud y en algunos casos incluso a la vida. En EE UU llevamos un proceso de reforma de los servicios m¨¦dicos, como el obamacare, pero desgraciadamente no ha ido lo bastante lejos, aunque haya una mejora. En China, por ejemplo, hay largas colas para ver a un doctor y hay veces que tienes que esperar d¨ªas o incluso una semana para lograr la cita, que se revenden a precios muy altos. Puedes practicar la reventa para conciertos de estrellas, ?pero queremos que eso se pueda hacer tambi¨¦n con las visitas al doctor?
P. ?Por qu¨¦ cree que el triunfalismo en el mercado ha tocado a su fin?
R. No lo creo, yo cre¨ª, como hizo mucha gente en 2008, que con la crisis tendr¨ªamos un nuevo debate sobre el papel de los mercados, pero no ha pasado y uno de mis objetivos es inspirar este debate.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.