Lo desagradable gana fuerza
Los partidos de las ¨¦lites en Europa y Estados Unidos se enfrentan al monstruo que han contribuido a crear
Vivimos en una ¨¦poca de noticias pol¨ªticas que, demasiado a menudo, resultan escandalosas pero no sorprendentes. Sin duda, el auge de Donald Trump entra en esa categor¨ªa, al igual que el terremoto electoral que ha sacudido Francia durante las elecciones regionales del domingo, en las que el derechista Frente Nacional ha obtenido m¨¢s votos que cualquiera de los principales partidos mayoritarios.
?Qu¨¦ tienen en com¨²n estos acontecimientos? En ambos han intervenido figuras pol¨ªticas que sacan partido del resentimiento de un grupo de votantes xen¨®fobos o racistas que siempre han estado ah¨ª. La buena noticia es que esos votantes son una minor¨ªa; la mala es que es una minor¨ªa bastante numerosa, a ambos lados del Atl¨¢ntico. Si se preguntan de d¨®nde sale el apoyo a Trump o a Marine Le Pen, la l¨ªder del Frente Nacional, es que no han estado prestando atenci¨®n.
?Pero por qu¨¦ estos votantes se hacen o¨ªr tanto ahora? ?Se han vuelto mucho m¨¢s numerosos? Puede ser, pero no est¨¢ claro que sea as¨ª. Yo dir¨ªa que es m¨¢s importante el modo en que finalmente han fallado las estrategias que las ¨¦lites siempre han empleado para mantener ocultos a esos votantes iracundos.
Perm¨ªtanme empezar por lo que pasa en Europa, porque es probable que los lectores estadounidenses est¨¦n menos familiarizados con ello y tambi¨¦n porque, en cierto modo, es m¨¢s sencillo que lo que sucede en Estados Unidos.
Mis amigos europeos sin duda dir¨¢n que lo simplifico demasiado, pero desde una perspectiva estadounidense, da la impresi¨®n de que la clase dirigente europea ha tratado de excluir a la derecha xen¨®foba no solo del poder pol¨ªtico, sino tambi¨¦n de cualquier participaci¨®n en el discurso aceptable. Para ser un pol¨ªtico europeo respetable, ya sea de izquierdas o de derechas, uno tiene que aceptar el proyecto europeo que aspira a una uni¨®n cada vez m¨¢s estrecha, a la libertad de movimiento de los ciudadanos, a unas fronteras abiertas y a unas normas armonizadas. Esto no deja ning¨²n margen a los nacionalistas de derechas, a pesar de que el nacionalismo de derechas siempre ha contado con un apoyo popular considerable.
Sin embargo, algo en lo que posiblemente no haya ca¨ªdo la clase dirigente europea es en que su capacidad para definir los l¨ªmites del discurso se sustenta sobre la percepci¨®n de que sabe lo que hace. Incluso los admiradores y defensores del proyecto europeo (como yo) tenemos que admitir que nunca ha contado con un gran apoyo popular ni con mucha legitimidad democr¨¢tica. Es m¨¢s bien un proyecto de la ¨¦lite presentado a los ciudadanos con la afirmaci¨®n de que no existe alternativa a ¨¦l, que es el camino sensato.
Y no hay nada como una mala trayectoria econ¨®mica prolongada ¡ªla clase de mala trayectoria propiciada por la austeridad y la obsesi¨®n por la restricci¨®n crediticia de Europa¡ª para empa?ar la fama de competente de la ¨¦lite. Probablemente esa sea la raz¨®n por la que un estudio reciente hallaba una relaci¨®n hist¨®rica coherente entre las crisis financieras y el auge del extremismo de derechas. Y la historia se est¨¢ repitiendo.
Las cosas son bastante distintas en Estados Unidos, porque el Partido Republicano no ha intentado excluir a la clase de gente que vota al Frente Nacional en Francia. M¨¢s bien ha intentado utilizarla alimentando su resentimiento con mensajes encubiertos para ganar las elecciones. Esa era la esencia de la "estrategia sure?a" de Richard Nixon, y explica por qu¨¦ el Partido Republicano siempre obtiene la inmensa mayor¨ªa de los votos blancos del Sur.
La clase dirigente europea no parece darse cuenta de que el proyecto europeo se sustenta sobre la percepci¨®n de que saben lo que hacen
Pero una buena parte de esta estrategia consiste en dar gato por liebre. Independientemente del mensaje encubierto que se transmita durante la campa?a, una vez que est¨¢ en el poder, el Partido Republicano ha convertido en su principal prioridad la defensa de los intereses de una peque?a y adinerada ¨¦lite econ¨®mica, sobre todo mediante grandes rebajas fiscales; una prioridad que se mantiene intacta, como pueden comprobar si analizan los programas fiscales de los candidatos presidenciales del partido para estas elecciones.
Antes o despu¨¦s, esos blancos iracundos que constituyen un gran porcentaje de las bases republicanas, puede que incluso la mayor¨ªa, acaban rebel¨¢ndose, sobre todo porque, ahora mismo, muchos de los dirigentes del partido parecen endog¨¢micos e inalcanzables. Da la impresi¨®n, por ejemplo, de que los l¨ªderes creen que las bases respaldan los recortes en la Seguridad Social y Medicare, una prioridad de la ¨¦lite que nada tiene que ver con las razones por las que los blancos de clase trabajadora votan al Partido Republicano.
Entonces aparece Donald Trump, diciendo sin rodeos las cosas que los candidatos del partido intentan ocultar en insinuaciones codificadas y negables, y dando la impresi¨®n de que habla en serio. Y se pone a la cabeza de los sondeos. Escandaloso, s¨ª, pero poco sorprendente.
Para que quede claro: al dar estas explicaciones sobre el auge de Trump y Le Pen, no pretendo justificar lo que dicen, que me sigue pareciendo indescriptiblemente desagradable y muy contrario a los valores de dos grandes pa¨ªses democr¨¢ticos.
Lo que digo, en cambio, es que estas cosas desagradables se han visto potenciada por esa misma clase dirigente que ahora se muestra tan escandalizada por este giro aparentemente repentino de los acontecimientos. En Europa, el problema radica en la arrogancia y la rigidez de una ¨¦lite que se niega a aprender del fracaso econ¨®mico; en EE UU, se trata del cinismo de unos republicanos que han sacado partido de los prejuicios para mejorar sus perspectivas electorales. Y ahora ambos se enfrentan a los monstruos que han ayudado a crear.
Paul Krugman es premio Nobel de Econom¨ªa de 2008.
? The New York Times Company, 2015.
Traducci¨®n de News Clips.
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