La demograf¨ªa cambia la econom¨ªa
A largo plazo, tendencia al envejecimiento es pr¨¢cticamente inamovible
Pocas cosas hay que sean tan f¨¢ciles de prever a largo plazo y tan dif¨ªciles de modificar como la evoluci¨®n demogr¨¢fica de un pa¨ªs, de un continente, de una zona monetaria o de todo el mundo. Analizada desde una perspectiva estrictamente econ¨®mica, la demograf¨ªa no consiste tan solo en profetizar un aumento continuado de la poblaci¨®n mundial ¡ªalgo que se desprende de la comparaci¨®n de las tasas mundiales de mortalidad y natalidad¡ª sino en analizar los diferentes potenciales de la poblaci¨®n por zonas (la poblaci¨®n europea envejece, mientras que la asi¨¢tica o la africana crecen), examinar los costes y beneficios de los trasvases de poblaci¨®n y, en fin, los efectos econ¨®micos del envejecimiento.
Y por lo que sabemos hoy, el envejecimiento significativo de la poblaci¨®n procede de una disminuci¨®n de la tasa de natalidad en zonas acotadas, concretamente en los pa¨ªses con mayor grado de bienestar (tener hijos tiene un coste en dinero, tiempo y comodidad) pr¨¢cticamente desde comienzos del siglo XX. Junto a ello se da una ca¨ªda de la tasa de mortalidad (la tecnolog¨ªa m¨¦dica se aproxima a toda velocidad a las prestaciones de ciencia ficci¨®n). En breve, dicho envejecimiento, cuando es significativo (el porcentaje de personas mayores de 64 a?os sobre la poblaci¨®n total del mundo pasar¨¢ del 9% actual al 19% en 2050), implicar¨¢ menos inflaci¨®n y m¨¢s gastos sociales.
A largo plazo, tendencia demogr¨¢fica es pr¨¢cticamente inamovible, porque, aun cuando se consiguiera aumentar la natalidad en las ¨¢reas donde se ha hundido (en Europa, sin ir m¨¢s lejos), el factor determinante en la curva es el aumento de la esperanza de vida; y ese factor es pr¨¢cticamente imparable. A no ser que el crecimiento continuo y exponencial de la poblaci¨®n choque con una crisis grave de recursos que no pueda ser compensada con el progreso de la tecnolog¨ªa. Un caso de maltusianismo venido a m¨¢s. La econom¨ªa sigue teniendo ese fondo melanc¨®lico de dismal science (ciencia l¨²gubre) que le descubri¨® Carlyle.
El caso es que el envejecimiento de la poblaci¨®n obliga a elaborar correcciones importantes en la pol¨ªtica econ¨®mica. Ya no es posible sostener un sistema p¨²blico de pensiones sobre el criterio de que los trabajadores actuales con empleo sufraguen las percepciones de los pensionistas de hoy. La variable tiene que ver con el envejecimiento de la poblaci¨®n, y es la diferencia entre la fecha legal de jubilaci¨®n y el momento del fallecimiento quien percibe la prestaci¨®n. Como ese periodo se va ampliando gracias al aumento de la esperanza de vida, el sistema tiende a la quiebra si no se toman decisiones impopulares o costosas. A la primera categor¨ªa corresponder¨ªa subir la edad de jubilaci¨®n, que en algunos casos es una penalizaci¨®n para el trabajador; al segundo, integrar en los presupuestos parte del coste de las pensiones.
Existe, por supuesto, la opci¨®n de elevar las cotizaciones. Pero es una decisi¨®n que cabr¨ªa incluir en ambas categor¨ªas. Elevar la cotizaci¨®n implicar¨ªa hacer m¨¢s evidente la distancia actual (excesiva) entre lo que un trabajador cotiza y la pensi¨®n m¨¢xima a la que tiene derecho. Es decir, iniciar¨ªa un debate sobre la conveniencia de subir la pensi¨®n m¨¢xima. Por otra parte, cotizar m¨¢s implica necesariamente gravar la creaci¨®n de empleo estable y primar indirectamente la precariedad. Como puede apreciarse, el envejecimiento de la poblaci¨®n dice mucho sobre las excelencias de la sanidad, pero complica las pol¨ªticas econ¨®micas, pensadas para otras pir¨¢mides de poblaci¨®n. En todo caso, la adaptaci¨®n pol¨ªtica debe empezar ya.
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