Los tres ¨¦xodos de Emilia
La dura vida de una "ni?a de la guerra" civil espa?ola en Siberia, tierra de exiliados y presos
En Chit¨¢, en Siberia Oriental, a m¨¢s de 6.000 kil¨®metros de Mosc¨², vive Emilia Falc¨®n. Tiene 79 a?os y lleg¨® a lo que entonces era la URSS en 1937, entre los ni?os evacuados de la guerra civil espa?ola. De los casi tres mil "ni?os de la guerra" refugiados en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, hoy quedan en Rusia menos de 170. De ellos, Emilia es la que reside m¨¢s alejada de su pa¨ªs natal, en una regi¨®n que ha sido destino tradicional de exiliados y presos.
Nacida en Gij¨®n en 1930, Emilia lleg¨® a Chit¨¢ en 2001 desde Uzbekist¨¢n. Ese ¨¦xodo -el tercero- se acumulaba al de la Guerra Civil y al de la Segunda Guerra Mundial, y fue la consecuencia de la desintegraci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, ya que cuando ese Estado desapareci¨®, la asturiana resid¨ªa en Samarcanda y esa circunstancia la metamorfose¨® de "ciudadana de la URSS" en "ciudadana de Uzbekist¨¢n". Al reducirse las perspectivas de futuro para los hijos y nietos, la familia opt¨® por trasladarse a Rusia. Leonid, el yerno de Emilia, encontr¨® trabajo en una imprenta de Chit¨¢ y all¨ª fueron.
Espa?a est¨¢ en el bolso de sus recuerdos, en la puntual pensi¨®n, en las palabras de su infancia: "Bomba", "refugio"
Emilia, su hija Dolores, su yerno y dos nietas, Ana Mar¨ªa y Lolita, residen en una modesta vivienda. Ignacio y V¨ªctor, los otros dos hijos de Emilia, se encuentran en Krasnoyarsk (Siberia) y en Samarcanda, respectivamente, y sus apellidos -Telechea Falc¨®n- evidencian su origen como descendientes de dos "ni?os de la guerra", la asturiana Emilia Falc¨®n D¨ªez y el vasco Ignacio Telechea Lama.
Emilia es el centro y en gran medida el sost¨¦n material de la familia en Chit¨¢. Como a los otros "ni?os de la guerra", el Gobierno espa?ol le manda una pensi¨®n, en su caso es de cerca de 600 euros mensuales. La familia lucha por sobrevivir. Para emigrar de Uzbekist¨¢n, tuvieron que vender por 1.500 d¨®lares un piso de Samarcanda, justo el dinero indispensable para trasladarse y comprar ropa para el fr¨ªo siberiano.
La abuela Falc¨®n tiene ojos vivos y aspecto de chiquillo travieso. "Llegamos en barco a Leningrado en 1937. Yo ven¨ªa con mi hermana gemela Petronila. De mi infancia en Gij¨®n recuerdo la alarma. Cuando sonaba, nos refugi¨¢bamos en el s¨®tano. Una vez, una bomba mat¨® a una mujer con una ni?a. A¨²n puedo encontrar ese lugar". A su madre volvi¨® a verla en un viaje a Espa?a en 1972. Su inseparable hermana Petronila regres¨® a Asturias tras la muerte de Stalin, all¨ª se cas¨®, tuvo hijos y muri¨®.
Leningrado es una imagen viva en su memoria. "Nos llevaron al ba?o y nos dieron unos calzoncillos y nosotras nos negamos a pon¨¦rnoslos diciendo que no ¨¦ramos chavales, sino ni?as. Entonces nuestras educadoras se levantaron la falda y nos ense?aron que ellas tambi¨¦n los llevaban". La Segunda Guerra Mundial sorprendi¨® a Emilia y Petronila en un orfanato de las afueras de Mosc¨². De all¨ª, fueron evacuadas por el Volga hacia Stalingrado. Lo recuerda como un viaje de casi un mes con barcos que encallaban y era necesario remolcarlos. El hambre era tal que incluso trataban de ocultar la disenter¨ªa que se cebaba sobre ellos por miedo a ver reducida su raci¨®n de comida.
"En Stalingrado sal¨ªamos a la estepa a cazar roedores y los llev¨¢bamos a la cantina donde nos los cocinaban. Se alimentaban de trigo, as¨ª que no sab¨ªan mal". De Stalingrado, en 1942, salieron hacia Birsk, en Bashkortost¨¢n, esta vez hacinados en trenes de mercanc¨ªas, que eran bombardeados y se demoraban en v¨ªas muertas para dejar pasar a los convoyes militares rumbo al frente. "En Birsk no esperaban tantos ni?os. Deb¨ªamos de ser unos quinientos. Muchos murieron de hambre y de fr¨ªo. La tuberculosis era una cosa horrible", afirma. "Petronila y yo s¨®lo ten¨ªamos un abrigo. Ella se lo pon¨ªa para ir a la escuela por la ma?ana y yo, por la tarde. Yo tej¨ªa calcetines que luego vend¨ªa o intercambiaba por alimentos".
En 1944, Emilia volvi¨® a la regi¨®n de Mosc¨², donde como aprendiza de tejedora ayud¨® a confeccionar una "guerrera blanca de seda" para Stalin. En Mosc¨² conoci¨® a Ignacio Telechea, el hijo de un comunista de Bilbao. Se enamoraron. Emilia ten¨ªa 17 a?os cuando naci¨® su primer hijo. Con ¨¦l, Ignacio y Emilia se marcharon a Samarcanda, donde Telechea fue ingeniero en una f¨¢brica.
Un d¨ªa de 1962 "Ignacio se march¨® al trabajo por la ma?ana y no volvi¨®. Nunca le volv¨ª a ver". Telechea abandon¨® familia, documentos y empleo en pos de una mujer a la que sigui¨® hasta Nuk¨²s, junto al mar de Aral. Muri¨® en 1994. "Fue muy dif¨ªcil sacar adelante a tres hijos...", explica Emilia.
En un gran bolso, Emilia guarda las cartas en papel cebolla de su madre, el pasaporte uzbeko que sustituy¨® al sovi¨¦tico y tambi¨¦n el pasaporte espa?ol, que recuper¨® en 2002. Su lengua natal fluye de nuevo de sus labios en la cena, a la que se une con retraso la nieta, Anita, que estudia chino en la universidad y viene de la biblioteca.
En Chit¨¢, la familia Falc¨®n siente la crisis econ¨®mica. Sus paisanos en Siberia son los rusos retornados de Asia Central, con los que se re¨²nen para comer plov (plato de arroz centroasi¨¢tico) y evocar una naturaleza m¨¢s benigna. Espa?a est¨¢ en el bolso de los recuerdos, en la puntual pensi¨®n, en las papeletas para votar por correo, y tambi¨¦n en las palabras que remiten a una infancia bruscamente interrumpida: "Chavales", "p¨¢rvulos", "bomba", "refugio", "calle Padilla, 26, de Gij¨®n".
'Los tres ¨¦xodos de Emilia' es un reportaje del suplemento 'Domingo' del 13 de septiembre de 2009
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