M¨¦xico: La administraci¨®n del miedo
El inminente cambio de Ombudsman abre la posibilidad para que se construya una cultura de derechos humanos de Estado
Occidente se ha hecho miedoso. Muy miedoso. Los occidentales vivimos con muchos miedos, continuos y permanentes. Miedo ante amenazas reales, pero tambi¨¦n miedos inventados, creados, falsos y exacerbados. Zygmunt Bauman en su libro Miedo l¨ªquido da cuenta de los temores que han atrapado la vida cotidiana de los hombres y mujeres en muchas sociedades.
Miedo a perder una seguridad real o aparente, anhelada o deseada, imaginada o prometida, que se diluye ante la realidad, y que impacta la forma y la calidad de vida de todos los segmentos de la sociedad.
Vivimos rodeados de miedos: al terrorismo, a la delincuencia, al crimen organizado, al desempleo, a la crisis econ¨®mica, a la inflaci¨®n, a la pobreza, a los extranjeros, a las enfermedades, a las epidemias, a los qu¨ªmicos de los productos que consumimos, a los pesticidas, al deterioro de nuestro medio ambiente, miedo a que los hijos caigan en drogas, a quedar solos, a perder los ahorros, a que el sueldo o la pensi¨®n no alcancen, miedo a ser j¨®venes y miedo a llegar a viejos.
El 11-S exacerb¨® esos miedos. Los profundiz¨®. Las Torres Gemelas se cayeron en Nueva York, pero el polvo lleg¨® a todos los rincones del mundo. Esa imagen se hizo cultura. Su efecto impact¨® para siempre, o por mucho tiempo, en nuestra adicci¨®n a la seguridad.
Ante el dilema ?seguridad o libertad? la respuesta de la mayor¨ªa, despu¨¦s de 2001, parec¨ªa ser claramente: seguridad. Y se inici¨® la gran paradoja de que las sociedades libres aceptaron sacrificar libertad, en aras de la seguridad.
Gobernar implica desde entonces administrar el miedo. Ning¨²n pa¨ªs o gobierno escapa a esta nueva realidad, a esta nueva tarea. Los gobiernos administran el miedo de la gente. Lo usan y en ocasiones abusan de ¨¦l. Hay un uso pol¨ªtico del miedo, del que los ciudadanos debemos estar concientes.
Los gobiernos construyen narrativas del miedo, que correctamente colocadas en el discurso y en la propaganda, justifican pol¨ªticas, presionan parlamentos y construyen apoyos y legitimidades.
En M¨¦xico, el miedo tiene muchas caras y experimenta simult¨¢neamente varios pasajes: el de la crisis econ¨®mica y el desempleo, el del desmoronamiento de los sistemas de pensiones, el de la Gripe AH1N1, el de la inseguridad cotidiana y de manera se?alada y destacada: el gran tema del narcotr¨¢fico. Los mexicanos hemos cultivado el miedo y vamos tolerando la p¨¦rdida de libertades en aras de la seguridad.
La guerra total contra el narcotr¨¢fico que se emprendi¨® hace tres a?os ha hecho de la administraci¨®n del miedo parte del estilo personal del gobernar. Calder¨®n ha resultado un buen administrador del miedo.
La narrativa gubernamental lo justifica todo en el marco de una guerra total y permanente, contra un enemigo gigantesco, amorfo, sin rostro y de mil cabezas. Un adversario al que simplemente hay que tener miedo.
Y as¨ª, el miedo justifica los medios. En la lucha contra el narcotr¨¢fico se justifica todo: la p¨¦rdida de vidas, el uso desmedido de recursos, el crecimiento de las polic¨ªas, la compra de armamento, la intervenci¨®n en Estados y Municipios, el uso del Ej¨¦rcito para funciones de polic¨ªa, la colocaci¨®n de retenes, la entrada a domicilios y la detenci¨®n de personas, la violaci¨®n de garant¨ªas individuales.
El error es evidente: se plante¨® una estrategia que le apost¨® todo al modelo policiaco. ?Mucho miedo? Respuesta: Muchos polic¨ªas. Los polic¨ªas fueron la respuesta de pol¨ªtica p¨²blica al miedo contra el narcotr¨¢fico y el crimen organizado. Y cuidado, porque M¨¦xico est¨¢ transitando de modelo cl¨¢sico ya exagerado del "Estado polic¨ªa" al "Estado de los polic¨ªas".
No es exageraci¨®n. En el dise?o institucional, con la primaria idea de que es necesario sacar al Ej¨¦rcito de la lucha contra el narcotr¨¢fico, se emprendi¨® la construcci¨®n de un cuerpo policiaco suficiente para alg¨²n d¨ªa "sustituir al Ej¨¦rcito" y con ello, poco a poco, estamos construyendo todo un "Ej¨¦rcito paralelo".
?Estamos concientes de lo que estamos haciendo? ?Sabemos lo que estamos haciendo? ?Queremos de verdad una polic¨ªa m¨¢s grande? ?Qu¨¦ tan grande? ?Tan grande como el Ej¨¦rcito? ?Con qu¨¦ controles? ?Con qu¨¦ marco jur¨ªdico? ?Un Ej¨¦rcito de polic¨ªa sin la disciplina del verdadero Ej¨¦rcito? ?Hasta d¨®nde nos puede llevar ese modelo? Y todo ese poder ?qui¨¦n lo va a administrar? ?Es tan grande nuestro miedo? ?Esta decisi¨®n no pone en riesgo nuestras libertades? ?Esta estrategia no pone en riesgo nuestra democracia?
Por supuesto que hay otra manera de hacer las cosas. La estrategia en marcha es incorrecta. La lucha contra el crimen organizado basada y centrada exclusivamente en la polic¨ªa desplegada en campo no es estructural, no es sustentable, no es integral y no es de fondo.
La lucha contra el narcotr¨¢fico necesitaba mayor c¨¢lculo e inteligencia, coordinaci¨®n, programas sociales, pol¨ªticas agropecuarias, acciones financieras, acciones de empleo, acciones educativas, pol¨ªticas de salud, pol¨ªticas comunitarias, nuevas instituciones jur¨ªdicas, pero sobre todo: una pol¨ªtica integral de defensa y protecci¨®n de los derechos humanos.
Un buen dise?o y articulaci¨®n de la pol¨ªtica de derechos humanos era fundamental para emprender una lucha contra el narcotr¨¢fico. La legitimidad y el respaldo de una adecuada protecci¨®n de derechos humanos, ayudaba a construir el soporte y el respaldo social para ganar una guerra de esas proporciones.
Los derechos humanos eran la diferencia entre el actuar del narcotr¨¢fico y el actuar de la polic¨ªa. Era el gran factor diferenciador. Era la fuente natural de apoyo de un gobierno democr¨¢tico.
Es una grave paradoja, incre¨ªble, que los nuevos gobiernos democr¨¢ticos, tengan tal d¨¦ficit en materia de derechos humanos. Los gobiernos de la alternancia, han vivido peleados continuamente con el tema y con las agencias, locales e internacionales, encargadas de la preservaci¨®n de derechos humanos. Los gobiernos del PAN no han sabido construir una pol¨ªtica p¨²blica seria, articulada, trasversal, y moderna, de protecci¨®n y defensa de los derechos humanos. Vamos, ni siquiera un discurso que trascienda las menciones ocasionales y los lugares comunes.
Es muy curioso ver gobiernos democr¨¢ticos que consideran la protecci¨®n de los derechos humanos como un obst¨¢culo en la lucha contra la delincuencia organizada y que perciban a los defensores de los derechos humanos como adversarios y enemigos.
Es incomprensible que quieran cr¨ªticos a modo, organizaciones d¨®ciles y recomendaciones inocuas.
La pol¨ªtica de derechos humanos del Ejecutivo Federal, en plena guerra contra el narcotr¨¢fico, ha consistido en reaccionar a los casos por los que presionan las organizaciones y los medios de comunicaci¨®n. Se trata de una pol¨ªtica de derechos humanos casu¨ªstica, reactiva y exclusivamente orientada a responder en los medios de comunicaci¨®n.
El reciente caso de Jacinta Francisco Marcial es un buen ejemplo. Una mujer, pobre e ind¨ªgena, acusada de secuestrar a un grupo de polic¨ªas, y que en el absurdo pasa a?os en la c¨¢rcel hasta que los medios y las organizaciones la convierten en causa, presionan al Gobierno y logran por fin sacarla de la c¨¢rcel. Ante ello, la respuesta del Gobierno: ninguna. No hay correcci¨®n, no hay nuevas pol¨ªticas y no hay revisi¨®n de procedimientos.
En un pa¨ªs como M¨¦xico, un gobierno democr¨¢tico, debe tener el tema de derechos humanos a flor de piel. Son tantos los casos, tantas las violaciones y tantos los abusos, que es absurdo negarlos y confrontarse con la realidad.
La estrategia de derechos humanos de un gobierno democr¨¢tico debe ser exactamente la inversa a la que se est¨¢ asumiendo. En lugar de ser reactivos y vivir a la retaguardia, el Gobierno debe colocarse a la vanguardia, plantear pol¨ªticas de avanzada. Se trata de un gobierno democr¨¢tico que, en teor¨ªa, no tiene nada de que avergonzarse y no tienen nada que ocultar.
Los derechos humanos son soluci¨®n y no problema. Un gobierno democr¨¢tico deber¨ªa ver esta agenda como una prioridad, porque en la lucha contra el narcotr¨¢fico, una pol¨ªtica correcta y eficiente de defensa de los derechos humanos, es el seguro de vida y la tranquilidad futura, de todos los que est¨¢n participando, a todos los niveles.
En unas semanas se renovar¨¢ al Presidente de la Comisi¨®n Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) que es la versi¨®n mexicana del Ombudsman. El debate que veremos en el gobierno, en la sociedad y en el Senado ser¨¢ reflejo de todos nuestros miedos y todas nuestras carencias.
Sin embargo, el relevo en la CNDH es una oportunidad para corregir el rumbo. Se necesita romper inercias y comenzar una nueva etapa. Necesitamos un ombudsman neutral, acreditado, que trascienda la vieja visi¨®n de las recomendaciones y que sea capaz de construir una pol¨ªtica de derechos humanos de Estado, no para el Estado.
Lo peor que puede hacer el Ejecutivo es buscar un ombudsman a modo. Necesita un interlocutor cre¨ªble, que sea capaz de trabajar en el dise?o y la construcci¨®n de pol¨ªticas p¨²blicas. El Ejecutivo necesita alguien que sea capaz de relanzar el tema y apoyar, con su cr¨ªtica, la lucha contra el narcotr¨¢fico.
Se trata de un cargo clave en la administraci¨®n de los miedos, pero sobre todo, en la necesidad de poner atenci¨®n a una agenda que hoy pone en riesgo y en entredicho la viabilidad y el futuro de la democracia mexicana.
Sabino Bastidas Colina es analista pol¨ªtico.
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