La otra mirada de Madrid

Mientras el bullicio y el ruido se hacen due?os de la ciudad y las prisas y los horarios impiden a los madrile?os disfrutar de la capital, desde el aire -a varios centenares de metros de altura- parece como si el tiempo se detuviera. Las calles aparecen diminutas y los coches se mezclan con las turbas verdes de los jardines. Zonas enormes como el parque del Retiro o la Casa de Campo surgen majestuosas entre un entramado de calles cortadas a escuadra y cartab¨®n.

Arriba s¨®lo se oye el rumor de los motores del helic¨®ptero, mientras al fondo se perciben los cuatro gigantes de Madrid. Las cuatro torres ganan en perspectiva. Se erigen como columnas alineadas, pese a sus diferentes dise?os. Los grandes edificios que controlaron la ciudad durante a?os parecen hermanos menores de estas joyas arquitect¨®nicas.

El trayecto contin¨²a por el eje principal de la ciudad. La Castellana corta en dos las calles. A un lado el estadio Santiago Bernab¨¦u. Al otro, Torre Europa. Un poco m¨¢s abajo, el museo de Ciencias Naturales y, de repente, el brazo erigido de Crist¨®bal Col¨®n. A s¨®lo un segundo, Cibeles y Neptuno. Los dos dioses parecen miniaturas en medio de un entramado de asfalto. De repente, surgen las v¨ªas de la estaci¨®n de Atocha y al fondo una especie de olla a presi¨®n. Es la plaza de toros de Vistalegre.

Madrid sigue con su fren¨¦tica actividad, en medio de un d¨ªa laborable, pero desde arriba parece un enorme hormiguero de personas, coches, autobuses y calles. Es la otra mirada de Madrid.