El mensaje que no puede o¨ªrse
La reacci¨®n de Estados Unidos a la publicaci¨®n por Wikileaks de los cables diplom¨¢ticos indica que en ese pa¨ªs es imposible o¨ªr su mensaje central: que su aparato imperial persiste en una tarea cada vez m¨¢s imposible, la extensi¨®n de su poder en un mundo que se resiste frente a ¨¦l.
Sin duda, muchos miembros de la clase pol¨ªtica se habr¨¢n dado cuenta de que esa resistencia, muchas veces, est¨¢ descoordinada, que es consecuencia del hecho de que otros pueblos experimentan el mundo desde sus respectivos puntos de vista. Sin embargo, a pesar de su educaci¨®n y su experiencia, son incapaces de actuar con arreglo a ese an¨¢lisis que han hecho.
La reacci¨®n de Estados Unidos ignora en gran parte el contenido de los cables. Los xen¨®fobos exigen que se erradique a los responsables de Wikileaks y los equiparan con "terroristas". Algunos han calificado su comportamiento de "traici¨®n", con lo que est¨¢n pretendiendo tener mando sobre unas personas que no deben ninguna lealtad a Estados Unidos. Otros, m¨¢s refinados, lamentan el da?o causado al ejercicio normal de la diplomacia por unas comunicaciones que no est¨¢n sometidas al escrutinio p¨²blico. La ex gobernadora Palin y la secretaria de Estado Clinton, que encabezan bandos opuestos, proceden respectivamente de lo m¨¢s alto y lo m¨¢s bajo de nuestra cultura. Y las dos tratan de dar legitimidad, ante sus respectivos electorados, a sus aspiraciones de poder.
Mientras tanto, nuestros dos principales peri¨®dicos han dado una extraordinaria lecci¨®n de filolog¨ªa. Bill Keller, el director del New York Times , ha explicado que sus redactores han consultado con el Gobierno y que no van a publicar material de Wikileaks que pueda poner en peligro la "seguridad nacional". Diana Priest, en The Washington Post , ha dicho que, cuando informa sobre la CIA, siempre pide consejo a la agencia. Est¨¢ claro que la traducci¨®n del t¨¦rmino ruso partinost, en Estados Unidos es responsabilidad.
A nadie se le ha ocurrido evocar la descripci¨®n que hace Kafka del imperio chino en La muralla china. La muralla, pese a los grandes esfuerzos que se llevaron a cabo, nunca se complet¨®. Peor a¨²n, la dimensi¨®n del imperio hac¨ªa que fuera imposible gobernarlo. Los leales funcionarios enviados a todos los rincones cumpl¨ªan las ¨®rdenes de unos emperadores que, para entonces, hac¨ªa ya tiempo que hab¨ªan ido al encuentro de sus antepasados. El tiempo transcurr¨ªa de distinta forma en el centro y la periferia. Los dos ¨¢mbitos, eternamente separados, estaban unidos por su adhesi¨®n irreflexiva a la rutina.
La China contempor¨¢nea obsesiona a las clases dirigentes estadounidenses. En un principio, los chinos eran unos campesinos inmigrantes que, sujetos a una explotaci¨®n brutal, construyeron nuestro ferrocarril. Ahora, los chinos quieren vendernos los trenes de alta velocidad que nosotros no tenemos. ?De verdad se han liberado de su pasado y son capaces de desafiar a Estados Unidos, que se considera a s¨ª mismo la vanguardia del progreso humano?
Los cables muestran a los diplom¨¢ticos estadounidenses practicando, seg¨²n los casos, sobornos pol¨ªticos, presiones brutales, advertencias e injerencias expl¨ªcitas en los asuntos de otros pa¨ªses. Las personas que act¨²an de esta forma pertenecen a los c¨ªrculos m¨¢s educados, experimentados y cosmopolitas de Estados Unidos. Es indudable que su conducta puede atribuirse en gran parte a las limitaciones de sus puestos. Los funcionarios no tienen la libertad intelectual de quienes participan en seminarios universitarios sobre ¨¦tica pol¨ªtica. No obstante, muchos est¨¢n convencidos de que sirven a una causa superior, y no solo nacional.
El realismo c¨ªnico puede racionalizarse como necesidad moral al servicio de un prop¨®sito supremo. El d¨ªa en el que se publicaron los cables, The Washington Post dec¨ªa que est¨¢ comenzando un nuevo debate pol¨ªtico nacional, con ataques al presidente (y a muchas de esas personas cultivadas) por considerar que tiene un apego insuficiente a la extraordinaria bondad que encarna la naci¨®n estadounidense. Dadas nuestras divisiones internas, los diplom¨¢ticos padecen una enorme desorientaci¨®n: ?A qu¨¦ sector del pa¨ªs sirven?
Una ruidosa minor¨ªa de ex diplom¨¢ticos, ex agentes de los servicios de inteligencia y ex altos mandos militares est¨¢ en desacuerdo con las pol¨ªticas que tuvieron que ejecutar. Saben que el enfrentamiento con la Uni¨®n Sovi¨¦tica no tuvo como consecuencia inevitable la lealtad de sucesivas generaciones de europeos a Estados Unidos. Para Brandt y De Gaulle, el enfrentamiento abri¨® tambi¨¦n nuevas posibilidades de coexistencia. Estados Unidos no quiso probar esas posibilidades m¨¢s que en sus propios t¨¦rminos y se propuso cultivar unos sectores de europeos, en la cultura, la econom¨ªa y la vida p¨²blica, con los que fuera posible contar para apoyar la hegemon¨ªa norteamericana.
En los a?os sesenta, en Harvard, el profesor Henry Kissinger organizaba unos seminarios anuales de verano para j¨®venes dirigentes de todo el mundo. De 1948 a 1968, el Congreso para la Libertad Cultural subvencion¨® a estudiosos, pensadores y escritores extranjeros, sobre todo europeos, que apoyaban a Estados Unidos. La CIA financi¨® todos esos proyectos de manera encubierta. Cada cual es muy libre de pensar que todo eso es cosa del pasado.
Desde luego, el dinero es un instrumento rudimentario. Con frecuencia, el atractivo gravitacional del poder es m¨¢s eficaz. ?Qu¨¦, si no, pudo empujar al ministro alem¨¢n de Defensa a visitar al embajador estadounidense en Berl¨ªn para denunciar a su colega, el ministro de Exteriores, por considerarlo demasiado poco entusiasta sobre la guerra de Afganist¨¢n?
Pero ah¨ª reside el problema de los diplom¨¢ticos estadounidenses. No solo el poder militar de Estados Unidos es limitado (o autodestructivo). Su modelo econ¨®mico est¨¢ fracasando y es posible que sufra graves reducciones de su Estado de bienestar. No est¨¢ claro que en una situaci¨®n de grave conflicto social permanezcan intactas sus libertades civiles. La irritaci¨®n y el enfado que se ven en los informes de los diplom¨¢ticos dan fe de una inmensa tensi¨®n interna. Muchos se incorporaron al Servicio Exterior por la recompensa espiritual que esperaban conseguir al trabajar en el servicio p¨²blico. El hecho de que el pa¨ªs al que quer¨ªan servir est¨¦ transform¨¢ndose para empeorar es una certeza incompatible con la serenidad interior.
La modificaci¨®n de la diplomacia estadounidense, por tanto, aguarda la resoluci¨®n de la lucha cada vez m¨¢s intensa que libra Estados Unidos consigo mismo sobre la naturaleza de su sociedad. El reexamen del imperio exige una visi¨®n diferente del reparto interior del poder y la riqueza. La pol¨ªtica exterior de Estados Unidos va a ser, durante un tiempo indeterminado, algo que habr¨¢ que interpretar como un texto muy complejo, lleno de tantas referencias internas como externas.
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