Lawrence de Arabia era motero

Solar del m¨ªtico reino nabateo, que se extend¨ªa desde Palmira hasta Petra, Jordania se articula a trav¨¦s de tres v¨ªas paralelas que van de norte a sur. La estrecha y sinuosa carretera que circula a lo largo de la orilla ¨¦ste del r¨ªo Jordan y del Mar Muerto, la vieja Kings Highway que recorre los m¨¢s asombrosos yacimientos arqueol¨®gicos, y la aburrida Autopista del Desierto; m¨¢s all¨¢, solo hay arena y las lejanas fronteras con Irak y Arabia Saudita.

La ciudad romana de Jerasa es gigantesca, apabullante, majestuosa sin paliativos. Impresiona el estado de conservaci¨®n de los columnarios, las puertas, los templos. Una largu¨ªsima avenida empedrada lleva hasta la enorme plaza circular erizada de perfectos estiletes de piedra. En su interior, uno no puede evitar sentirse como un b¨¢rbaro ante tama?a grandiosidad. Esto s¨ª es la obra de una gran civilizaci¨®n. De alg¨²n modo, y a pesar de la penicilina y la electricidad, aqu¨ª se acaba pensando que en cierta forma la humanidad ha caminado hacia atr¨¢s durante los ¨²ltimos dos mil a?os.

El Monte Nebo, donde Mois¨¦s recibi¨® las Tablas de la Ley; el lugar del bautismo de Jes¨²s; el castillo de los cruzados de Al Karak. Hay tanto que ver y resulta tan apasionante esta historia hecha piedra que se necesitar¨ªan dos vidas para quedar ah¨ªto.

El primer mapa de Oriente Medio

Arribo a Madaba casi de noche. La Iglesia de San Jorge, de rito griego ortodoxo, es famosa por un mosaico bizantino que representa el primer mapa completo de Oriente Medio. Durante la cena charlo con el sacerdote. Hombre de mediana edad, rasgos fuertes, pelo negro y ojos claros. Pregunta por mis viajes y la situaci¨®n del mundo. Parece llevar siglos sin noticias del exterior. Me mira fijamente mientras hablamos, como si quisiera desentra?ar las razones por las que recorro el planeta con la ¨²nica compa?¨ªa de una moto. Cuando nos despedimos, guarda en mi mano una peque?a reliquia tra¨ªda de Jerusal¨¦n.

Al d¨ªa siguiente, Petra. Quiz¨¢ la m¨¢s famosa joya arqueol¨®gica de cualquier desierto. La capital del reino nabateo en el valle del Arabah. Envuelta entre las brumas de la Historia hasta que el suizo Burkhardt diera con ella en 1812. Desde entonces, gran atracci¨®n tur¨ªstica. El precio de la entrada es en verdad escalofriante -recientemente subido a 90 euros- pero tambi¨¦n lo es la emoci¨®n que embarga al viajero que recorre el estrecho pasillo de piedra y entrev¨¦ de pronto la portada del fant¨¢stico edificio de la Tesorer¨ªa. Al brotar a la explanada uno no puede evitar imaginarse como Indiana Jones en plena b¨²squeda de griales y arcas de la alianza.

Hacia el sur, la v¨ªa asciende una loma pronunciada y tras superarla surge un escenario de picos asolados al fondo. Nos recibe un desierto anaranjado, sobrenatural, salpicado de crestas afiladas de granito y arenisca. Semeja un oc¨¦ano poblado por peces cret¨¢cicos que solo ense?aran las aletas dorsales. La bruma polvorienta en lontananza brilla al recibir el sol y reverbera sus rayos en derredor. Es un espect¨¢culo de una belleza primigenia que, sin embargo, he de disfrutar con mucho cuidado, pues el asfalto esta fresado y resulta dif¨ªcil controlar la moto.

En honor a Lawrence de Arabia

Al atardecer desembarco en el m¨ªtico Wadi Rum o Valle de la Luna. Es el cauce des¨¦rtico m¨¢s largo y alto del pa¨ªs, situado a 1600 metros sobre el nivel del mar. Para¨ªso de aventureros, trotamundos y escaladores, fue tambi¨¦n el lugar desde donde dirigi¨® la revuelta ¨¢rabe contra el Sultanato Otomano el oficial brit¨¢nico Thomas E. Lawrence, conocido popularmente como de Lawrence de Arabia. Una de las m¨¢s llamativas formaciones geol¨®gicas del wadi se bautiz¨® en 1980 como Los siete pilares de la sabidur¨ªa en honor a su libro.

Me dirijo a Aqaba, a 70 kil¨®metros, desde donde coger¨¦ un ferry a Egipto, quiz¨¢ la peor frontera para cruzarla a motor. Los viajeros hablan de horas, o incluso d¨ªas, para legalizar la documentaci¨®n de sus veh¨ªculos. Para distraerme, voy pensando en algo que tengo en com¨²n con Lawrence de Arabia, adem¨¢s del gusto por los desiertos y la literatura. Las motos. El complejo esp¨ªa de su Majestad se mat¨® en un accidente sobre una Brough Superior, conocida como el Rolls-Royce de las dos ruedas; una motocicleta exclusiva que hoy alcanza cifras astron¨®micas en el mercado de cl¨¢sicas.

Concentraci¨®n de 'Harleys' en el desierto

Hablando de motos. Al llegar al puesto de control previo a la ciudad portuaria donde los soldados detienen a todos los conductores, veo que delante de m¨ª ha llegado una Harley Davidson con matr¨ªcula de Beirut. Me acerco al piloto y por se?as le pregunto qu¨¦ diablos est¨¢ haciendo aqu¨ª. Me informa de que en Aqaba hay una concentraci¨®n de propietarios de Harley, procedentes de todo Oriente Medio, que celebra el primer aniversario del concesionario de Amman. Exclamo que yo eso no me lo pierdo y le sigo hasta un lujos¨ªsimo resort a orillas del Mar Rojo.

Hay decenas de tipos maduros vestidos de cuero y cromados. Vienen de Bahrein, Qatar, Dubai, Egipto, Arabia Saudita... All¨ª me presentan a Omar, el vicepresidente del club de propietarios de Jordania. Me invita a cenar con ellos. Va ense?ando fotos de sus juguetes: una Harley, un Ford Mustang, una enorme moto de agua. Luego comenta que tiene tres costillas rotas de un accidente de coche.

-?Con el Mustang?-, pregunto.

-Con el Porsche-, dice.

-Caramba- suelto-, pero entonces t¨² eres rico, ?no?

Omar r¨ªe desde detr¨¢s de su barba.

- No suelo reconocerlo as¨ª -comenta divertido-, pero s¨ª, soy rico que te pasas. Y para ti eso es hoy una gran suerte porque eres mi invitado y voy a encargarme de que pases a Egipto con mi gente.

Miquel Silvestre (Denia, 1968) es autor del libro 'Un mill¨®n de piedras' (Barataria).