Las v¨ªrgenes suicidas
La ausencia de relatos define la convivencia y la pol¨ªtica actual es el ejemplo m¨¢s visible de esta dolorosa carencia
Son cinco guapas hermanas, de 13, 14, 15, 16 y 17 a?os, que en apenas unos meses deciden quitarse la vida. Nos cuentan su historia los chicos del barrio que las vieron crecer. Han jugado con ellas en calles y parques, han sido sus compa?eros de clase y sus primeros amores y no pueden entender qu¨¦ les ha llevado a tomar una decisi¨®n as¨ª. La noticia de su muerte marca sus vidas para siempre. Veinte a?os despu¨¦s todav¨ªa siguen hablando de su misterioso y terrible final. Conservan informes m¨¦dicos y policiales, fragmentos de diarios, fotograf¨ªas, restos de aquel mundo que compartieron con ellas, y cuando se re¨²nen hablan de lo que pas¨® y tratan de entender la raz¨®n que las llev¨® a suicidarse.
Se trata de la primera pel¨ªcula de Sof¨ªa Coppola, basada en la novela del mismo t¨ªtulo de Jeffrey Eugenides, uno de los m¨¢s grandes escritores norteamericanos actuales. Las v¨ªrgenes suicidas es una obra llena de humor y ternura, que indaga en el secreto de la feminidad, el deseo y la muerte; una novela sobre esa belleza indisociable del dolor que es uno de los misterios m¨¢s hondos de la existencia humana. En una de sus primeras escenas el doctor visita a Cecilia, la peque?a de las hermanas, despu¨¦s de su primer intento de suicidio, y le pregunta: ¡°?Qu¨¦ haces aqu¨ª, guapa? Si todav¨ªa no tienes edad para saber lo mala que es la vida...¡± La respuesta de la ni?a no se hace esperar. ¡°Est¨¢ muy claro, doctor, que usted nunca ha sido una ni?a de 13 a?os¡±.
Los hombres? actuales viven sin apenas poner l¨ªmites a sus deseos, y sin embargo pocas veces han tenido menos cosas que contarse
La pel¨ªcula de Sof¨ªa Coppola habla de esa eterna disociaci¨®n entre la realidad y el deseo que no ha dejado de torturar a los hombres, y que es sin duda el descubrimiento m¨¢s doloroso a que se tienen que enfrentar los adolescentes en su tr¨¢nsito hacia la edad adulta. Todos deben aceptar que esa vida a la que se encaminan es demasiado estrecha para albergar los anhelos que albergan en su interior. Tal es la ense?anza de la pel¨ªcula de Sofia Coppola: la muerte de las tiernas v¨ªrgenes no se debe a un rechazo de la vida sino a un exceso de amor. Aman tanto la vida que no pueden soportar la idea de que esa verdad que ocultan nunca llegue a ser real.
Walter Benjamin dice que uno de los problemas del mundo actual es la pobreza de la experiencia. ¡°As¨ª como fue privado de su biograf¨ªa, escribe Giorgio Agamben glosando al autor alem¨¢n, al hombre contempor¨¢neo se le ha privado de su experiencia: m¨¢s bien la incapacidad de tener y transmitir experiencias quiz¨¢s sea uno de los pocos datos ciertos de que dispone sobre s¨ª mismo¡±. La banalidad de nuestra vida se confunde con la banalidad de gran parte de la cultura y el mundo que nos rodea. Viajamos sin descanso, acudimos a museos y exposiciones, leemos libros que compramos precipitadamente en las librer¨ªas de aeropuertos, estaciones y grandes almacenes, para abandonar al momento en cualquier rinc¨®n, asistimos a grandes eventos deportivos, pero nada de esto tiene el poder de cambiarnos. Regresamos de nuestros viajes cargados de fotograf¨ªas que nada significan; las lecturas pasan por nuestra vida como las hojas vanas de los calendarios; abandonamos las salas de los museos tan ciegos y somnolientos como hab¨ªamos entrado; y pasamos de unas historias a otras sin que ninguna deje en nuestros labios unas pocas palabras que merezca la pena conservar. Para enfrentarnos a ese vac¨ªo, nos hemos rodeado de expertos, comentaristas y gu¨ªas de todo tipo que nos dicen c¨®mo debemos comportarnos. Hay gu¨ªas tur¨ªsticas, de lectura, gu¨ªas sobre c¨®mo enfrentarnos a nuestros fracasos sentimentales. Si vamos a una ciudad, nos explican los itinerarios que tenemos que seguir; si entramos en un museo, los cuadros ante los que debemos detenernos; en nuestra vida afectiva, c¨®mo evitar el sufrimiento; si se trata de nuestros hijos, c¨®mo comportarnos para que nos dejen dormir. Todo debe ser f¨¢cilmente sustituible, nuestras lecturas, nuestros amantes, las ciudades que visitamos, las salas de los museos. Los hombres y las mujeres actuales viven sin apenas poner l¨ªmites a sus deseos, y sin embargo pocas veces han tenido menos cosas que contarse. La ausencia de relatos define su convivencia, y la pol¨ªtica actual es el ejemplo m¨¢s visible de esta dolorosa carencia. La crisis de la cultura del relato oculta, una crisis m¨¢s honda: esa pobreza de la experiencia de que habl¨® Benjamin. Y la experiencia tiene que ver con la palabra y el relato, pues vivir es encontrar cosas que contar y compartir: el cuento de nunca acabar. La literatura es el trabajo de la ostra: toma un instante en apariencia banal y lo transforma en algo que tiene el poder de revelar lo que somos. Por eso dice Proust que ¡°la verdadera vida, la ¨²nica vida realmente vivida es la literatura. Gracias a ella se nos revela el mundo. Sin la literatura, nuestra propia vida nos ser¨ªa desconocida¡±.
?Qu¨¦ es la ficci¨®n sino el esfuerzo de explorar la verdad?
Los griegos ten¨ªan dos dioses del tiempo: Cronos y Kair¨®s. Cronos era el dios del tiempo cronol¨®gico, cuantitativo, el tiempo de los calendarios y de los d¨ªas que se suceden sin destino. Kair¨®s, el dios de lo vivido, de los instantes ¨²nicos. La cultura tiene que ver con este dios de la experiencia del momento oportuno. El alma de un pueblo est¨¢ en los relatos que guardan la memoria de tales momentos de epifan¨ªa. Troya es la locura visionaria de Casandra, el temblor de Paris en los brazos de Helena, la desesperaci¨®n de Pr¨ªamo ante la muerte de H¨¦ctor. Es un mundo que ha dejado de pertenecernos, y basta con ver los monumentos que presiden nuestras calles y plazas. Generales de dudosa reputaci¨®n, pol¨ªticos rancios, alegor¨ªas simples, escritores y pintores sin demasiado inter¨¦s: un mundo cuyas historias nadie recuerda, es todo lo que tenemos. Para volver a hablar necesitamos recuperar la memoria de los bellos relatos. Sherezade, as¨ª, podr¨ªa tener una estatua a la entrada de las bibliotecas; el capit¨¢n Achab, en las d¨¢rsenas de los puertos; y Eros y Psique, en las zonas m¨¢s umbr¨ªas de los parques. La figura de Tom Sawyer podr¨ªa acompa?ar a los adolescentes en sus paseos en barca, y la de Mowgli a las familias que van al mercado a comprar. ¡°Tenemos la misma sangre t¨² y yo¡±, les dec¨ªa el ni?o lobo de El libro de la selva a los animales. Se me objetar¨¢ que son personajes de ficci¨®n, pero ?qu¨¦ es la ficci¨®n sino el esfuerzo de explorar la verdad? El hombre no puede alimentarse s¨®lo de realidad. Necesita relatos que le permitan transformar las peque?as circunstancias de su vida en algo significativo y precioso que pueda compartir con sus vecinos. Por eso es tan decisiva la cultura. Si la comparamos con una hoguera lo que importa, como dec¨ªa Benjam¨ªn, no es hablar de la madera que la alimenta sino del misterio de la llama que la hace arder. S¨®lo ella ¡°custodia un enigma: el de la vida¡±. Avivar esas llamas es lo que necesitamos. Lejos de los magnos eventos, de los congresos anunciados a bombo y platillo, de las inauguraciones llenas de autoridades somnolientas y de los tristes manuales de autoayuda, la verdadera cultura es algo tan simple como preguntarse qu¨¦ oculta el coraz¨®n de una ni?a de 13 a?os.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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